GQ (Spain)

Ni el banquito te dejan

- por Manuel Jabois - licor café PERIODISTA

Hace unos meses en Medellín desayuné varios zumos de naranja con Alberto Salcedo Ramos. Teníamos alrededor clientes del hotel que lo miraban por el rabillo del ojo con reverencia y que en ocasiones se levantaban a saludarlo. Salcedo Ramos tenía puesta una camisa por fuera que no sé si llegaba a guayabera. La guayabera es una prenda exuberante que no pasa desapercib­ida, pero aquella mañana, sobre el tronco tostado de Salcedo Ramos, era una de esas camisas de colores que se ponen con chanclas. Me pareció que la tenía amaestrada.

Junto al escritor estaba un ejemplar de La eterna parranda, las mejores crónicas de Salcedo entre 1997 y 2011, y una grabadora que registraba sus voces. Cuando regresé a España me puse a transcribi­r la charla con lentitud, limando los párrafos como si estuviese haciendo ataúdes a medida. Había semanas que no la tocaba, y en cuanto tenía tiempo li- volvía a ella. Poco a poco dejó de ser un trabajo para ser una distracció­n. Leía alguna de sus crónicas y luego escuchaba la voz de Salcedo, y aquel fenómeno en estéreo, el de tener al Salcedo público y al privado, uno entrando por los ojos y el otro por el oído, terminó colapsándo­me.

A veces llamaba a Pedro Cuartango para preguntarl­e cuánto espacio tendría en las páginas de Cultura de El Mundo. Cuartango siempre sugería darle una página en papel y publicarla íntegra en la web. No sé cuántas veces tuvimos esa conversaci­ón. Seguro que las suficiente­s como para que Cuartango pensase que en realidad yo no había cruzado una palabra con Salcedo Ramos en la vida.

Yo empiezo a pensar que le he hablado a tanta gente de la entrevista a Salcedo y la he citado en tantas charlas que ya no va a haber modo de que la termine. Uno tiene un proyecto y pierde tanto tiempo hablando de él que al final, como lo sabe todo el mundo, te aplasta la expectativ­a. Resume mi relación con la literatura. Durante años ponía en un folio el título de una novela, escribía los tres primeros párrafos y me parecían tan buenos que salía a la calle a comprar la chaqueta que me pondría para recibir el Nadal. Dedicaba los siguientes meses a escribir un discurso, y cuando llegaba el día y se lo daban a otro me empapaba un sudor frío: había olvidado escribir la novela.

Hace muchos años entrevisté a Juan Diego Botto en Santiago, y recuerdo que al volver a Pontevedra salí por la noche, y repetí tantas veces que venía de entrevista­r a Juan Diego Botto, y conté tantos detalles de la cita, que al día siguiente mucha gente dijo haber leído la entrevista en el periódico, y le había gustado mucho. Entonces borré la grabadora. ¿Cómo iba a superar mi entrevista a Juan

"Un periodista puede luchar contra muchas cosas, pero nunca contra la imaginació­n de sus lectores"

Botto a la que habían creído leer los lectores? Un periodista puede luchar contra muchas cosas, pero nunca contra la imaginació­n de sus lectores. Si esto ya sucede con los artículos que escribimos, imagínense con los que no escribimos. (Hace unos meses conocí a Juan Diego Botto y pasé toda la cena callado, incómodo, pensando en si también había leído él la entrevista que nunca publiqué, y, aun peor, si tendría algo que objetar).

Esta mañana tuve media hora, y como una especie de gimnasia me puse la grabadora y copié varias frases. Así estaba cuando recordé que fui a Colombia con el diario El Mundo, y ya no estaba en Elmundo,sino en Elpaís.desde luego no iba a publicar la entrevista en Elpaís,pero tampoco encontrarí­a forma de hacerlo en El Mundo. Se ha quedado ahí, entre dos tierras. Sigo sin embargo con ella, aunque cada vez transcribo menos, por si se acaba. Hay que tener siempre algo entre manos. Lo decía Ringo Bonavena, el boxeador argentino, y lo recuerda Salcedo: "Cuando suena la campana te quedas solo, y ni el banquito te dejan".

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