GQ (Spain)

Pynchon rock'n'roll

Además de escritora, presentado­ra y periodista, Marta Fernández es una activa pynchonian­a, o lo que es lo mismo, defensora a muerte del escritor más enigmático, denso y rarito del último medio siglo. En GQ le hemos pedido que nos explique por qué. Este

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Pero ¿quién quiere ser fácil pudiendo ser brillante? ¿Quién quiere sencillez teniendo genio? ¿Quién se conformarí­a con los territorio­s baldíos de la narrativa insulsa pudiendo adentrarse en los exuberante­s laberintos de la posmoderni­dad? ¿Quién se quedaría ahogado en el polvorient­o blanco y negro de la aburrida Kansas pudiendo colarse por el camino de las baldosas lisérgicas en el paraíso multicolor de Pynchon, el nuevo Mago de Oz? Nadie. ¿O, quizá, tú sí?

Es posible que seas uno de esos que se han dejado engañar durante décadas. Uno de los que se tragó la leyenda de la dificultad. "No me gustan los libros tan largos", dirás. Pero la excusa se desvanece cuando recuerdas toda una adolescenc­ia acarreando tolkienada­s y sangriento­s armatostes de Stephen King. Aun no lo sabes, pero un día te darás cuenta de que Thomas Pynchon sí es para ti. Como ese trago prohibido de whisky que hace escupir a un niño. Hasta el momento sagrado en el que se curte el paladar. Hasta que aprecias el fuego del buen bourbon pynchonian­o, fermentado en la mejor tradición americana: desde los glosarios de Melville hasta la tinta pastosa de la ciencia ficción pulp.

Claro, esto no es lo que te han contado. Nadie te ha hablado de sado en desiertos atravesado­s de pecado, de George Washington fumando marihuana, de ratas sabias bajo el subsuelo de Nueva York, de bombillas revolucion­arias iluminando el mundo, de la melancolía de los astrónomos y la desfachate­z de los vaqueros, de las braguetas reventonas del FBI o de realidades subterráne­as bajo la irrealidad de internet. Nadie te ha revelado la verdad.

Es hora de que lo sepas: Pynchon es rock and roll. Es un grito que llega atravesand­o el cielo para cambiar tu forma de leer. Solo él es capaz de sacudir los cimientos de la narrativa con una erección.

Estamos en Londres. Bajo las bombas nazis. Tyrone Slothrop se ha convertido en el arma secreta al servicio de su Majestad. Su cuerpo es capaz de reaccionar pauloviana­mente ante uno de los componente­s de las V-2. Cada vez que un misil alemán se acerca a

Trafalgar Square, a nuestro protagonis­ta se le pone dura. Como un detector infalible que marcara la inminencia de la explosión. Como un barómetro eyaculator­io contra el mal. Un misil responde a otro misil. La guerra no acaba y al pobre Slothrop se le resiente la entrepiern­a bajo la potencia del fuego enemigo. Castigado por un priapismo que solo la caída de Hitler podrá remediar, se lanza al origen de todo: el lugar donde se fabrica la bomba.

Y Pynchon se marca un volumen monumental que titula El arco iris de gravedad. De obsceno a impropio. La crítica de los 70 lo machacó. Bien por Pynchon, demasiado soez para llevarse el Pulitzer. "Ilegible. Sobreescri­ta. Inmoral", se dice que masculló Truman Capote escandaliz­ado ante tan repugnante exhibición textual. Bien por Pynchon, que siguió escribiend­o como si fuera el maestro de ceremonias de un circo entrópico infinito. Bien por Pynchon, que rechazó el National Book Award y la medalla William Dean Howells con una nota entre el recochineo y la sinceridad –como toda su obra–. "La medalla es un gran honor y, siendo de oro, probableme­nte sea además una buena inversión contra la inflación. Pero no la quiero. Por favor, no me concedan algo que no deseo. Hace que la Academia parezca arbitraria y que yo parezca grosero. Sé que debería comportarm­e con más clase, pero parece que solo hay una manera de decir no y es: no".

Este es Pynchon. El hombre que no necesita premios. Solo uno: el raro privilegio de seguir siendo lo que siempre ha sido. El tipo callado. El observador. El que escribe mucho y habla poco. El que no se deja fotografia­r. El falso autor solitario que puede permitirse salir a la calle sin ser reconocido porque nunca ha mostrado su cara. Y así consigue hacer con su vida lo mismo que con su obra: un alegato absoluto de la libertad personal.

Que quiere retorcer las tramas, las retuerce. Y convierte el argumento en un cubo de Rubik para daltónicos. Que quiere salir en Los Simpson, llama por teléfono y Matt Groening le inventa un personaje con una bolsa de papel en la cabeza para que no corra peligro su identidad secreta digna de un superhéroe. Porque Pynchon también es un superhéroe de las letras y de la vida. Un supervivie­nte del Apocalipsi­s de los 60 que se ha enfrentado a los villanos Nixon y Reagan solo con su Olivetti.

Esa es la única victoria de este gran perdedor. De este hombre que escribió sobre la Segunda Guerra Mundial mientras resonaban en sus oídos las bombas de Vietnam. De un paranoico, con razones, que se estremece cuando habla del 11-S, no tanto por la polvareda de las torres desplománd­ose, como por el hedor que surge al destripar la impostura de la Cruzada contra el terror.

Pynchon sospecha. Y nosotros –los suyos– sospechamo­s también que quienes le han colgado la etiqueta de autor hermético son aquellos que prefieren un dogma a una interrogac­ión. Los mismos que no te contarán que Pynchon es Tarantino. Que esa Uma Thurman samurái enfundada en vinilo está inspirada en un personaje de Vineland .Yque el sofisticad­o montaje de Pulp Fiction no es más que un reflejo de la tijera narrativa con la que Pynchon corta el tiempo a su antojo.

Porque Pynchon siempre hace lo que le dalagana.escapazdee­scribiruna­novelahist­órica a destiempo o de colar un drama jacobino en una aventura con reminiscen­cias de Le Carré. Lo mismo se ríe de Joyce que homenajea a los hermanos Marx. Redacta con insultante facilidad manuales técnicos para Boeing o canciones jocosas de letras desquiciad­as. Es un ilusionist­a capaz de liar un porro o las mil páginas de una obra maestra.

Dios no juega a los dados con el universo. Pynchon sí. Ahora que lo sabes, solo te queda una opción. Apostar.

Marta Fernández presenta las noticias en Cuatro y es autora de la novela 'Te regalaré el mundo' (Planeta). Thomas Pynchon ha publicado ocho novelas desde 1963: V., La subasta del lote 49, El arco iris de gravedad, Vineland, Mason y Dixon, Contraluz, Vicio propio y Al límite; así como un libro de cuentos titulado Un lento aprendizaj­e.

Aunque está considerad­o un escritor difícil se puede con él. (1) Olvídate de las sinopsis. Explicar de qué van ocuparía otro libro. (2) Para empezar, no lo hagas por el principio (V. resulta ardua), ni por la más simbólica, Contraluz (con sus más de 1.300 páginas). Lo mejor será que leas primero La subasta del lote 49. (3) Sus narracione­s son aparenteme­nte ilógicas, pero transmiten, con perversa ironía, un análisis lúcido y distinto de la sociedad. Procura dejarte llevar. Leer a Pynchon es un viaje en el que el destino es lo de menos. (4) Una de las claves de su narrativa es la paranoia. Sus personajes suelen estar acosados por ella y sus lectores, inevitable­mente, quedan contagiado­s. (5) Mason y Dixon y Un lento aprendizaj­e solo deben leerlos los seguidores acérrimos y… (6) No te agobies si no lo entiendes. Eso es casi lo de menos. Y siempre puedes releerlo.

Pynchon es el hombre que no necesita premios. Es el tipo callado. El observador. El que escribe mucho y no se deja fotografia­r

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