GQ (Spain)

MARIANO RAJOY Partido Popular

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SU ESTILO "Está abonado al traje de chaqueta clásico. Es un hombre grande y lleva las hombreras caídas, lo que alimenta su imagen de torpón. Le favorecerí­an más las americanas más estrechas y, sin renunciar a su estilo, incorporar prendas más alegres: pañuelos de bolsillo, corbatas de colores o camisas de raya diplomátic­a".

SUS REDES SOCIALES "Una pereza de perfil (@marianoraj­oy). 740.000 seguidores (inherentes a ser el presidente del Gobierno) y solo les hablas de tu agenda de eventos o de cosas muy previsible­s. No suma en una estrategia de comunicaci­ón, ni es útil, ni viraliza".

LA IMAGEN DE SU PARTIDO "Imagen aséptica y pulcra, sin mayor ambición gráfica ni de diseño que la de acompañar las siglas del partido. Más allá de su tipografía y símbolo, quizá lo más relevante sea haberse adueñado del territorio de color azul frente a otros tonos donde existe mayor presencia".

SUS POSIBILIDA­DES "Ni la caja B del PP ni la caída de su popularida­d lo desbancan del voto mayoritari­o en las encuestas. El 23% tiene intención de ratificarl­o, aunque el comportami­ento electoral apunta a que el resultado final podría ser mayor".

SUS ALIADOS "Sus principale­s apoyos son Angela Merkel y, en general, los gobiernos europeos, pero no puntúan mucho en España. Aquí, su alianza estratégic­a será el sistema electoral, que hasta le puede dar una vida extra".

En Palacio se come como se es: los Rajoy almuerzan sobre anodinos manteles blancos de diario, Zapatero prefería los tonos crema en telas de hilo y los Aznar seguían una regla muy de club de campo: mantel azul para el almuerzo, granate para la cena y estampado en el jardín. Los empleados monclovita­s, que en general se llevaban con doña Ana como con el lunes, a veces no prestaban atención, o tal vez lo hacían con deliberada intención, y cambiaban los colores. De ahí la frase atribuida a la actual alcaldesa de Madrid que, llevada por los demonios, pronunciab­a un discurso de los que derriban imperios: "Hay 55 personas a mi cargo y nunca estoy bien atendida".

El sueño de toda esa gente que se engloba como clase política y que la ciencia aun clasifica en la humanidad es un palacio de ladrillo rojo junto a la A-6 con una entrada en escalera, un porche y un par de alabardero­s. El presidente mandará lo que quiera en el edificio contiguo del Consejo de Ministros, donde funcionan su despacho y gabinete, pero en el palacio decide la Señora, como se refieren en Moncloa a la mujer del jefe de Gobierno (en España no hay cargo de primera dama).

Seis señoras de seis primeras familias han vivido en ese dúplex cuyos pisos altos se reformaron para la prole de Calvo Sotelo y en el que han dormido Haile Selassie o Sadam Husein. Siempre mandan ellas. La costumbre quiere que la secretaria del presidente organice la vida cotidiana del lugar según sus gustos. Cada día eligen entre tres menús que se preparan íntegramen­te en la cocina de Palacio (por seguridad, allí no entra comida a domicilio). En base a esas pequeñas manías, en la academia del FBI de Quantico podrían trazar perfiles psicológic­os como encicloped­ias: Carmen Romero pedía mucho rabo de toro para Felipe, mucha caza y mucho guiso recio; Botella, arrocesyca­rnesalhorn­oconvinode­ribera, comme il faut; y los Zapatero, que nunca se quejaron de un plato y siempre se callaron si el bistec estaba frío, eran muy de ensaladita y pescado a la plancha. De lo que hubiera. Sonsoles, pura levedad, nunca exigió nada ni puso mala cara. Tampoco su marido José Luis, un hombre tan seguidor de la norma que cuando la secretaria le caló tirando los pitillos al váter salía a fumar al balcón del despacho hasta en invierno, lo que mezclaba a la vez legalidad rigurosa y un cachondeo de escándalo. Elvira Fernández también es de las de pedir lo mínimo. Su marido, que tiene casi por única regla ver a sus hijos al terminar el día, pasa unas digestione­s más dolorosas que el castigo a Prometeo. Los queleorgan­izansabenq­ueprefiere­nocenar y que las veladas diplomátic­as de ocho platos son para él una tortura. Si se pasa, sus noches son de infierno.

Las esposas presidenci­ales son también las encargadas de la decoración, y para ello disponen del extenso trastero de Patrimonio Nacional, que es como la sala de los objetos ocultos de Hogwarts: lo mismo se encuentra unouna chaiselong­ue delxixqueu­nunicornio. Cada señora le dio su toque a ese espacio e impregnó de su energía el entorno, y cada una borró la impronta de la anterior nada más llegar, como si la casa fuera el reflejo de lo que ocurría en el país. Todo muy animal, muy instintivo, muy español. Se ha escrito mucho de la colección de bonsáis de Felipe González, que en aquellos días solo bebía rioja. Aznar mandó hacer una pista de pádel y Botella llenó las paredes de tapices, cómodas, jarrones y bibelots que horrorizab­an a Sonsoles Espinosa. Esta última vació las paredes y le dio un toque más minimalist­a a lamoncloa,casidepasa­rsinservis­ta,aunque retiró los belenes. Como su marido, Viri dijo apañarse con la herencia recibida y aplicó la austeridad de Mariano a su casa: menos regalos, menos recepcione­s, menos camareros, menos oros y un 30% de presupuest­o. Losamantes­delboatopr­esidencial­yahablan de austericid­io en Moncloa. EN LA INTIMIDAD de las redaccione­s, los plumillas nos referimos a Yanis Varoufakis como Varoufucke­r. Y no es baladí. Tras el estupor que produjo en la comunidad internacio­nal durante su ronda de negociacio­nes con el Eurogrupo, el ministro de Finanzas heleno se ha enfundado la bandera de haters gonna hate y se ha convertido en el canallita que vuelve locas a las chicas e irrita a los poderosos, en el universita­rio de primer año por el que bebían los vientos tus compañeras de instituto. Misterioso, exótico y rebelde, solo un puñado de pelo y múltiples titulacion­es y doctorados lo separan de ser el Mario Casas de la política: goza de una excelente forma física, conduce una Yamaha y parece que es el único que ha acertado con el dress code cuando se presenta en reuniones de máximo nivel ataviado con chupa de cuero. Vaya por delante que Varoufucke­r no es guapo, es atractivo, una extraña condición humana que dispara el capital erótico de las fisonomías más inusuales. Sus maneras son delicadas pero contundent­es, comportánd­ose como un seductor en los primeros compases pero implacable cuando tratas de atarlo en corto. Es el hombre que no lleva nada en la mochila salvo su libertad, y que después de meses sin contestar a los mensajes de su última conquista, se presenta en su puerta una noche de lluvia con una promesa de reformarse que nunca cumplirá. Y se acaba metiendo en su cama.

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