El efecto doppler Varón Dandy
Por Carme Chaparro -
La señora era british, british. Tal y como imaginamos que es una señora british entrada en edad y en carnes. De las del countryside de toda la vida. ¿Os acordáis de la protagonista de Se ha escrito un crimen? Pues eso. Angela Lansbury con tweed, calcetines y botas de agua. En fin, que era la típica solterona excéntrica cuyo mayor éxito social consistía en pellizcar y estrujar las mejillas de los niños que coincidíamos con ella en el ascensor. Nadie había visto qué llevaba dentro de su carrito de la compra. O cómo era su casa. Ninguno de los más de 200 habitantes del bloque habíamos
atisbado siquiera lo que había más allá del recibidor. Pronto comenzaron a circular rumores entre la chiquillería. Los más populares eran que comía niños o que era una humana abducida por los extraterrestres y enviada de vuelta para seleccionar a quién se llevarían a su planeta antes de destruir la Tierra. La llamábamos la Lady Di, como esa chica jovencita que acababa de casarse, vestida de merengue, con el futuro rey de Inglaterra.
Un día volvía yo del colegio –cuando los niños de diez años podían aun ir y volver solos al colegio– y Lady Di –que debía de tener una extraña mutación genética que la hacía incaptable por el oído humano– se me coló por detrás en el ascensor. Tras los jeloumaidiar y estrujamientos de mejilla de rigor, bajé la cabeza para hacerme lo más pequeña e invisible que la física me permitiera. Y entonces la vi. Cogida con toda delicadeza entre sus dedos, una pequeña caja alargada. Anoté mentalmente las letras y las repasé una y otra vez para no olvidarme. Una cosa estaba clara: ponía "Homme", y yo sabía –porque en el cole estudiábamos francés– que "Homme" quería decir hombre. Uyyy. Uyyy. Hombre. Allí dentro había un hombre. En casa de la Lady Di. Tras arduas investigaciones descubrimos (¿qué narices era eso de Biotherm?) que la señora llevaba en las manos una crema facial masculina. La primera que se vendía en España.
El shock fue doble. No solo había un hombre ahí dentro, sino que tenía que ser el extraterrestre en persona, para supervisar la operación Destrucción Total de la Tierra. ¿Qué macho en su sano juicio se ponía cremas? Los machos se ponían Varón Dandy –plas, plas, con pequeñas bofetopalmadas en la cara– tras afeitarse, aguantándose el ardor que provocaba el alcohol al entrar en los dilatadísimos poros que había dejado la cuchilla jamonera.
O sea, que la Lady tenía al marciano en casa. Y no solo eso, en Marte o eran todos invertidos –sí, antes llamábamos así a los homosexuales– o tenían algún problema dérmico. Los niños del bloque esperamos en vano que el hombre verde nos llevara con su ovni.
Años después me atreví a preguntarle a Lady Di. Le dio un ataque de risa. No, no había un hombre en casa. Y menos un marciano. La crema era para ella. Una crema de hombre, para todo. No las 200 tonterías que teníamos las mujeres. "Hoy ya no puedo", me confesó. Creo que los hombres tienen más cremas para ellos que las que las mujeres tenemos para nosotras. Una pena. "Pobre marciano", pensé yo.
"La crema al final era para ella. Una única crema de hombre que servía para todo. No como las 200 que usamos las mujeres"