GQ (Spain)

Un hecho real

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Una madrugada de agosto de 2006 un Rover se empotró a diez kilómetros por hora en el escaparate de una librería del centro de Pontevedra. Se trataba de una zona peatonal, por lo que el suceso llenó de espanto a los pocos testigos que había, la mayoría camino al trabajo. Aquellos paseos peatonales con zonas verdes y arbolitos coquetos que había hecho el Ayuntamien­to de Pontevedra (parecía haber siempre un niño en bicicleta de guardia, como en una película de terror) convertían la aparición de un coche en una visión infernal, como si hubiese resucitado un zombi. A la luz del día la escena tenía un aire operístico de anuncio publicitar­io con música de Schubert. Sobre el morro atrofiado del coche fueron a parar libros de Ken Follett, Kenzaburo Oé (un agente de tráfico culturalme­nte inquieto añadió en el atestado que no se explicaba qué hacían libros de Kenzaburo Oé en el escaparate, si llevaba años sin publicar nada) y varios de recetas de cocina que mi amigo David Chantada, Duch, aprovechó para esconder debajo de las asientos como regalo para su no- via. Duch era detallista en exceso con su chica, pero nunca robaba nada que ella pudiese llevar a una fiesta, salvo que fuese a hacer la tarta.

Con Duch iba Ricardo Fernández, Ric, en el asiento trasero, durmiendo con las piernas estiradas fuera de la ventanilla. Ric no se despertó con el topetazo, así que el paisaje era de impresión, casi una performanc­e. Aquel estrépito hizo que pronto la zona estuviese llena de vecinos que iban de un lado a otro con la mano tapándose la boca. Duch diría después que había sido como un sueño fantástico del que no quería que le despertase­n. Tuvo la tentación de descalzars­e y caminar por el escaparate entre cristales y libros maltrechos, y levantar aquellos volúmenes de autores millonario­s, que abría para olerlos con intensidad, como se huelen las botas altas de una mujer, para dejarlos caer encima como una gran lluvia. La policía dijo que eso fue lo que hizo, y lo metió en el calabozo 24 horas.

Ric se presentó una semana después en nuestro bar de costumbre. De tan recto que andaba parecía llevar aun las piernas saliendo por la ventanilla. Aclaró que Duch iba "despacísim­o" y que no entendía cómo se le había ido el coche. La curva de entrada a esa zona peatonal era lo suficiente­mente cerrada como para que el coche se fuese, pero no para enfilar la librería, que estaba en el lado contrario. Lo que ocurrió fue que Duch se quedó dormido, o esa fue la explicació­n a la que llegó Ric mientras él mismo dormía. En cualquier caso la hazaña la celebraron todos con júbilo salvo Antonio Pereira, Piru, que se cogió un enfado tremendo porque no le cabía en la cabeza que el coche fuera a desviarse tanto de la ruta para ir a parar al escaparate. Llegó a coger una servilleta para hacer el cálculo de la velocidad y el giro natural del coche si se deja el volante muerto. Proclamó que Duch no sabía conducir "ni siquiera dormido", y que la ciencia más

"Parecía una banda de aluniceros de libros. Un disparate, ya que sus componente­s ejecutaban la acción borrachos y drogados"

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