Tu último tuit puede ser tu último tuit gambeteo
Por Montero Glez -
Aunque el actor Leonard Nimoy –quien durante más de 15 años encarnó a Mr. Spock en la serie Star Trek– falleció hace ya algunas semanas, todavía hoy se pueden leer sus tuits (o al menos se podía en el momento de escribir esto). "Los momentos perfectos de esta vida no pueden conservarse más que en la memoria", escribió poco antes de ingresar en ese hospital del cual no saldría.
Solo unas semanas después fallecía también el autor Terry Pratchett, el escritor de ficción británico de mayor éxito después de la autora de Harry Potter. El mismo día de su muerte su cuenta de Twitter mostraba unas oportunas conversaciones con la Muerte, un personaje presente en varias de sus obras. El último tuit en su cuenta fue un discreto "The End" escrito poco después de que se conociera la noticia. Un tuit que cerraba su presencia digital con la misma sencillez y elegancia con la que se cierra una novela.
Estos dos son solo un par de ejemplos entre muchos. Un par de casos que a uno le hacen preguntarse qué sucederá con sus cuentas en las redes sociales cuando muera. Al fin y al cabo ahora morimos igual que moríamos antes de que existieran las redes sociales; aunque alguien ha observado que en las redes sociales la gente no hace otra cosa más que cumplir años, constantemente.
Tal vez acceder a la cuenta de Twitter –o de Facebook o a una web o a cualquier otro tipo de legado digital– de alguien que ha muerto, sobre todo si la visita está motivada precisamente porque ha muerto, puede resultar macabro. Pero al fin y al cabo es como ir a visitar su tumba y leer su epitafio. Un epitafio de 140 caracteres que además puedes ojear sin quitarte el pijama.
Es verdad que es relativamente fácil dejar un bonito epitafio en forma de tuit ante una muerte previsible o inminente, caso de Leonard Nimoy, o si una tercera persona recibe el encargo, caso de Terry Pratchett.
Lo que sucede con las cuentas on-line cuando su propietario o usuario desaparece normalmente depende de la política de cada servicio: algunas empresas simplemente cancelan las cuentas pasado un tiempo determinado sin actividad en ellas, independientemente de cuál sea el motivo. Otras las mantienen activas durante un tiempo más prolongado e incluso ad infinitum o algo parecido. En el caso de los servicios de pago las cuentas suelen cancelarse por impago y se quedan en suspenso o son eliminadas sin contemplaciones. Algunas empresas atenderán a las peticiones de los herederos del fallecido, quienes podrán recibir copia de su herencia digital o solicitar su cancelación; otras en cambio alegarán
"Acceder a la cuenta de Twitter de alguien que ha muerto es como visitar su tumba y leer su epitafio en 140 caracteres"
retirada del fútbol durante meses. Jugaba Maradona en el Barça y aquella tarde de septiembre pasaría a la historia como una de las más negras para el fútbol. La cosa sucedió tal como sigue. El marcador iba 3-0 a favor del Barcelona y el Atlético de Bilbao, con muy mal perder, aprovechó que Maradona llevaba la pelota para destacarse en nombre de Goikoetxea, que entró por la espalda, de manera traicionera. Maradona quedó inútil cuando sintió un fuerte golpe, un ruido como el de una madera que se rompía. Los compañeros de Maradona fueron a por Goikoetxea pero el árbitro medió para que no llegaran a las manos y, ante el estupor de la afición, sacó tarjeta amarilla. Desde aquella fatídica fecha, el nombre de Goikoetxea quedó marcado como el de un defensa marrullero, ejemplo de juego sucio y mal perder. Una mancha para uno de los mejores equipos de nuestra Liga: el Atlético de Bilbao.
En el año 98, cuando estas cosas parecían olvidadas en nuestro fútbol, ocurrió otra entrada traicionera que dejó inútil para los restos al futbolista brasileño Juninho. Ocurrió en un encuentro disputado entre el Celta de Vigo y el Atleti cuando quedaban solo 20 minutos para finalizar el encuentro y Juninho corría como un gamo hacia la portería contraria. Llevaba el balón pegado a la bota y la intención de gol entre las cejas. Fue entonces cuando Míchel Salgado, en plan macarra, le clavó los tacos a Juninho en el tobillo izquierdo, cayendo como un muñeco de trapo en una de las imágenes más conmovedoras de juego sucio en nuestra liga. El árbitro, en un principio, no pitó ni falta, aunque luego reculó tras consultar con el juez de línea. Sí, claro, pero como tenía sus dudas, el colegiado no sacó cartulina, ni roja, ni amarilla. "Merecí la expulsión; mi entrada era de roja", reconocería después Salgado, que cuando concluyó el partido fue al hospital a pedir disculpas al brasileño. No solo le rompió la pierna, sino la carrera futbolística. El brasileño tuvo que colgar las botas y Míchel Salgado cargaría con el fantasma de un crimen del cual era el único culpable.
El asunto llegó a la calle con manifestaciones. Casi un millar de fanáticos del Celta se organizaron en Vigo para pedir a voz en grito que no se sancionase la macarrada de Salgado. La justificación, tan anémica como descabellada, era de un agravio comparativo sin precedentes. Según los fanáticos del Celta de Vigo no era lo mismo lesionar a un jugador internacional como Juninho que a un desconocido. También alegaban que se estaba criminalizando al jugador del Celta, acusando al Comité sancionador de crear alarma social y de excederse en la sanción a Salgado con cuatro partidos y medio millón de pesetas de multa.
Si nos ponemos con agravios comparativos, la verdadera víctima fue Juninho que, sin comerlo ni beberlo, se quedó con las ganas de seguir jugando al fútbol, un deporte para el que quedaría negado para siempre. Ahí no hay perdón que valga y jugadores como Goiko o Salgado pasarán a la historia del deporte como ejemplos a no seguir. Tal vez en el patio del trullo, entre delincuentes, pueden encontrar su sitio, pero nunca en el terreno de juego. Las patadas han de darse al balón, nunca a las piernas del contrario. No está de más volver a repetirlo. Pues eso.
"Nos pegábamos mucho –cuenta Milonguita Heredia– pero jamás nos chivábamos al árbitro. Nunca pedíamos tarjeta"