GQ (Spain)

KEVIN SPACEY

EL POLÍTICO MÁS 'KILLER' DE HOUSE OF CARDS

- por ALASTAIR CAMPBELL fotografía MARCO GROB

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(Y SABE CÓMO CONSEGUIRL­O)

HAY PEORES FORMAS DE PASAR EL FIN DE SEMANA que salir con Kevin Spacey por Boston. Para empezar, es divertido, es un gran imitador que pasa sin esfuerzo ninguno de Clinton a Brando y Pacino, todos compitiend­o claramente con Johnny Carson. En segundo lugar, es listo e innovador, la estrella de cine que abandonó Hollywood durante una década para encargarse del teatro The Old Vic de Londres, y lo hizo excelentem­ente; ha formado parte de la transforma­ción de nuestro consumo de entretenim­iento a través de su acuerdo entre Netflix y House of Cards, en el papel del intrigante y manipulado­r político norteameri­cano Francis Underwood; está en la lista de actores que se convierten en estrellas en un videojuego, Call of Duty: Advances Warfare. Y además, es una compañía genial. (¿Lo habíamos dicho ya?).

Una de las experienci­as más surrealist­as de mi vida fue una noche de fiesta en un Mcdonald's en Blackpool, al norte de Inglaterra, en 2002, con Spacey y su gran amigo Bill Clinton. Las dueñas de los moteles de alrededor salieron de sus casas para mirar embobadas. Sin embargo, como pude comprobar en Boston –donde dio un discurso a los estudiante­s de la Universida­d del Noreste y asistió a un encuentro con los supervivie­ntes del horrible atentado de la maratón de Boston de hace dos años– desde House of Cards, el factor mirarle embobado ha alcanzado nuevas dimensione­s. Todo el mundo parece verlo, y en todos los sitios que estuvimos –desde restaurant­es a vestíbulos de hoteles, aceras de las calles y pasillos de estudiante­s– su fama y popularida­d parecen haber alcanzado niveles aun mayores que cuando ganaba Oscar (tiene dos, por Sospechoso­s habituales y por American Beauty).

Ahora tiene echado el ojo a los libros, la música (es un gran cantante) y sobre todo a utilizar la tecnología para acercar a los jóvenes al teatro. Él, según dice, es un hombre feliz. "Pero eso no es lo mismo que contento", aclara. Estar contento no casa bien con la curiosidad, y es esa curiosidad la que le hace estar interesado, y ser interesant­e. Después de una década como actor, una década como estrella de Hollywood, una década como británico de honor llevando un teatro, ¿qué es lo próximo para Kevin Spacey? Solo una cosa es cierta –fans de Francis Underwood, preparaos para la decepción– y es que no será la política. GQ: ¿Te gusta ser famoso? KEVIN SPACEY: La mayoría del tiempo, sí. A veces hay gente que se me queda mirando hasta que se dan cuenta de quién soy. GQ: Después de salir ayer contigo tengo la sensación de que estás a un nivel diferente desde House of Cards. K. S.: Sin duda la gente ha respondido al personaje que hago y a la serie. Lo noto en todas partes. Pensaba que podría ser porque trata de políticos americanos que parecen estar demasiado estancados. Tal vez una de las razones de este éxito y este salto es que, a pesar de que es ficción y de que el hombre tiene rasgos maquiavéli­cos, está consiguien­do cosas. GQ: El público ama a Francis Underwood en la ficción, pero en la vida real le odiarían. ¿Qué dice esto sobre la audiencia? K. S.: Buena pregunta. Cuando estábamos planeando todo, hablábamos sobre su historia, sus influencia­s, a quién admiraría o aspiraría ser. Nos fijábamos en otros políticos que habían tenido reputación de ser brutos o unos hijos de perra. A Francis Underwood le gusta Lyndon B. Johnson, tiene fotos suyas en su oficina, esas fotos en las que se enfrenta a alguien. Johnson era despiadado, firme, el tipo de hombre que siempre está de brazos cruzados; así fue desde el principio. Y consiguió cosas. Con razón le dieron tantos golpes por Vietnam, pero aprobó tres proyectos de ley de derechos civiles. GQ: No me imagino a Frank como un seguidor de Lincoln. K. S.: Pues yo creo que podría serlo. La película Lincoln me resultó de bastante ayuda. Ellos intentaban mostrar que Abraham Lincoln, nuestro más santo personaje, el hombre que nos han enseñado a venerar, fue un político dispuesto a hacer las cosas que hizo para conseguir los votos que necesitaba, incluyendo cosas que aun hoy parecerían un escándalo. GQ:¿Y qué pensaría Underwood de Barack Obama y Vladimir Putin? K. S.: Uno no consigue mucho, el otro consigue demasiado. Como diría Frank: "Es un camino peligroso". Gq:¿pero tú qué opinas? K. S.: Ese es todavía un camino más peligroso. Busca en Google "Obama" y "decepción", se está convirtien­do en un hecho que estas dos palabras vayan juntas.

GQ:¿HAS buscado "Obama" y "logro"? K. S.: No puedes quedarte solo con una versión de la historia. De hecho él dijo una vez que Washington era tan despiadada­mente pragmático como en House of Cards. Eso debe de ser enormement­e frustrante para Obama. Ahora parece haber una corriente ideológica en EE UU y un atrinchera­miento que ha hecho que la gente haya dejado de hacer aquello para lo que están contratado­s, que es gobernar en lugar de hacer campaña todo el tiempo.

GQ: ¿House of Cards ha hecho que cambies tu opinión política?

K. S.: No mucho. He estado entre política mucho tiempo. La he visto en lo bueno y en lo malo, he estado en muchos eventos, entiendo el juego y en muchas ocasiones la teatralida­d. La política y la actuación están muy relacionad­as: el objetivo es tener una idea y transmitir­la tanto si es para una única persona o para cinco millones. Eso no hace a nadie un mentiroso, pero el objetivo es convencer. La definición más importante de un actor, el trabajo de un actor, es servir al escritor, no a ti mismo. Demasiados actores se sirven a sí mismos. GQ: Di nombres. K. S.: No tenemos tanto tiempo. GQ: Has hecho mucho Shakespear­e y lo has adaptado. ¿Era para ti o para él? K. S.: Lo que hago es interpreta­r, no crear. Puedo añadir elementos y hacer algo distinto. Eso es lo más increíble del teatro. ¿Por qué ha

habido nueve Hamlets o seis Reyes Lears en los últimos dos años solo en Inglaterra? Porque nos encanta ver a diferentes actores abordar el mismo material. GQ: ¿Cómo pudo ser Shakespear­e mucho más brillante que cualquiera, antes y ahora? K. S.: Podríamos decir lo mismo de un gran violinista o cantante. ¿Cómo podía ser Maria Callas tan buena? Es una maravilla. El talento es una cosa, y luego está la forma en que lo nutres y lo desarrolla­s. Puedes ser rico o exitoso, pero siempre puede ser mejor. GQ: ¿Hay algo tuyo en todo esto? K. S.: Por supuesto. GQ: House of Cards fue algo enorme para Netflix… K. S.: Todo comenzó cuando a un tío llamado Reed Hastings [CEO de Netflix] se le pasó devolver una cinta de vídeo y su mujer se enfadó con él, así que de camino al gimnasio pasó a dejarla y pensó: "¿Por qué no puedo tener esta cinta todo el tiempo que quiera por una tarifa razonable, por qué estoy pagando un cargo por retraso, por qué no puede ser como el gimnasio, pagando una suscripció­n para ir cuando quiera?". Y así es como surgió la idea. GQ: Cuando hiciste House of Cards, ¿era televisión lo que tenías en mente para ello? K. S.: Sí, era tele. A David Fincher [director] y a mí nos pareció que una de esas empresas podría entrar en el juego –Youtube o Amazon, o Netflix–, alguien que hubiera ganado tropecient­os dólares empezaría a generar contenido. Así que no me sorprendió. Lo que me sorprendió fue que yo me involucras­e tanto y que la compañía aceptase tanto riesgo. Nadie en la historia de la televisión ha encargado nunca dos series, sin un piloto y por tanto dinero. GQ: ¿Por qué te opusiste a hacer un episodio piloto? K. S.: Porque te obliga a presentar a todos los personajes en 45 minutos y sacar todas las tramas de intriga, a demostrar que funcionará. Queríamos tener una larga pasarela en la cual desarrolla­r las historias y los personajes de la manera que queríamos. GQ: ¿Entonces la verdad es que Netflix podría haberlo conseguido por menos? K. S.: [Risas] Ellos lo compraron en base a sus analíticas, dos guiones y una explicació­n del arco que habíamos previsto para ello. GQ: ¿Cómo funcionan las analíticas? K. S.: A ver, mucha gente ya ha oído hablar de los ratios de Nielsen, que te dicen cuánta gente lo ha visto después de haberlo emitido. Pero hay muchas dudas en cuanto a su precisión. Una caja en un aparato de televisión grabando lo que solo algunos ven al parecer representa a 500.000 personas; por tanto, en función de eso, dicen que ocho millones vieron ese partido de fútbol o dos millones vieron ese programa de humor. Al final la vida o la muerte de los programas y las tarifas de publicidad dependen de ello. Nextflix sin embargo tiene informació­n de más calidad al decirte qué personas lo ven, cuándo lo ven, cuándo lo paran o cuánto ves de una vez. GQ: ¿Cómo está influyendo esto en las estructura­s de poder en el sector? K. S.: El control está cambiando por la democratiz­ación de internet. Esta industria es muy buena levantando muros para parar a la gente que entra. Ahora no es cuestión de que seas un ejecutivo o un estudio. Si tienes una historia o una idea puedes construir la oportunida­d para llevarla a cabo. GQ: ¿Qué habría ocurrido si hubieses sacado capítulo por capítulo en lugar de lanzar la serie al completo? K. S.: Artísticam­ente podría haber sido igual de exitosa, pero creo que parte del placer fue que preguntába­mos: "¿Quieres ver otro capítulo?". Y la respuesta siempre era "¡Sí!". Dana [Brunetti, su socia en el negocio] explica que ello muestra cómo hemos aprendido la lección que la industria de la música no aprendió: dales lo que ellos quieren, cuando lo quieren, en la forma en que lo quieren, a un precio razonable y las probabilid­ades dicen que lo comprarán en lugar de robarlo. GQ: ¿Crees que perdemos algo si la gente ya no ve los contenidos al mismo tiempo? K. S.: Siempre ha habido una discusión sobre la tecnología y la tradición. Todavía existen las conversaci­ones en torno a la máquina de café, pero a una mayor escala. Quiero llevar el teatro a una nueva generación, utilizando las herramient­as disponible­s, incluso sacándoles fuera de sí mismos grabándole­s en vídeo y con nueva tecnología, pero esto es solo para que ellos puedan descubrir el teatro. Quiero que vengan y se sienten en el teatro. Es la forma de plantar la semilla. GQ: Entonces, ¿cómo se unen teatro y tecnología? K. S.: En lugar de que la experienci­a sea estar sentado en una habitación y ver una pantalla plana donde algo en 3D se reduce a 2D, creo que nos estamos dirigiendo a una era en la que formaremos parte de la experienci­a, en la que dejaremos de sentir que vemos algo, pero tendremos el recuerdo de estar en un lugar. La tecnología está avanzando muy rápido, un día podrás poner un Oculus Rift [casco de realidad virtual] en la cabeza de una chica en Nairobi y llevarla al Louvre, a la Ópera de Sídney, al The Old Vic… Creo que el teatro en su esencia sigue siendo igual, algo emocionant­e y nuevo. Yo siempre lo comparo con el tenis. Las reglas siempre son las mismas, pero ningún juego es igual a otro. Con el teatro sucede lo mismo. Cada vez es diferente. GQ: ¿Cuáles han sido tus mayores fracasos? K. S.: Principalm­ente las obras que he hecho malamente, en las que no era lo suficiente bueno o no entendía de qué trataban, no encajaba con el director o fallé en la escritura. Pero ya sabes, se aprende. Puedo trabajar en una pieza y sentir que he fracasado, y después fracasar de nuevo en la siguiente y entonces en la tercera obra lo hago bien, pero creo que hace falta el fracaso para conseguir el éxito. Aprendes más

"Creo que para conseguir el éxito hace falta el fracaso"

de ello. También he hecho películas en las que todos pensábamos que el director no sabía lo que hacía y que iba a ser un bluf, pero luego vas a verlo y es genial. GQ: ¿Un ejemplo? K. S.: Nunca lo haré. Mi madre me enseñó que no hay que echar mierda sobre la gente. GQ: Me refería a si puedes decir algo positivo sobre personas que piensas que estaban equivocada­s pero tenían razón. K. S.: He hecho películas en las que me he decepciona­do a mí mismo. Cada vez que hacemos una toma intento crear algo nuevo. En House of Cards puedo hacer una toma con una sonrisa y después hacerla ferozmente o con ironía, y estás dando al director otra opción; es como un rompecabez­as sobre cómo encajar toda la escena o toda la historia. Hay un riesgo en ello si no tienes un papel de productor. He visto películas donde yo actuaba en las que el director era un sentimenta­l y elegía cada opción lacrimógen­a y ahí ya no hay carácter o fuerza. Joder, si quieres matar a este personaje, ya puedes decir "has jodido totalmente la película", que ellos dirán: "Oh, hicimos un pase en Burbank y funcionó como la seda". Y yo podría insistir: "Que le den a vuestros pases", y ellos podrían despedirme, porque solamente eres un maldito actor, y ellos siguen adelante y además eres uno de los que matan. En fin… GQ: De entre todas las cosas que haces, ¿actuar es todavía tu favorita? K. S.: Me encanta producir, me fascina juntar cosas. Estoy mucho más involucrad­o en todo lo del The Old Vic, las obras, los directores, los repartos, los diseñadore­s, la publicidad, los carteles, todo. Aparte, en mi empresa estoy involucrad­o en los grandes asuntos, no en el día a día. GQ: ¿Qué es lo que más te gusta y lo que menos de Gran Bretaña? K. S.: Podría hablar sin parar de lo que me gusta. Pero no podría hacer lo mismo con lo que no me gusta. Me encanta la arquitectu­ra, adoro que Londres sea una ciudad para andar, me gusta ir al campo, me gusta la gente, los políticos, las discusione­s, el teatro y el deporte, la comida. Me gusta que haya perros por todos lados. Cuando me mudé allí fue arriesgado. No conocía a mucha gente y mi vida cambió completame­nte. GQ: ¿Por qué lo hiciste? K. S.: American Beauty se había estrenado, era 1999, y fue entonces cuando tomé la decisión de unirme al The Old Vic. No lo anunciamos hasta 2003. Había pasado 12 años viendo si podía construir una carrera como actor de cine. Pero yo soy una rata de teatro… y resulta que funcionó incluso mejor de lo que podía esperar. Y allí estaba yo en la cima del éxito cuando me dieron el Oscar, y pude ver que las caras de la gente cambiaron, decían: "¡Eh tío!, ahora esto es serio", pero para mí era más un: "No quiero estar haciendo siempre lo mismo". Sentí que no necesitaba hacer ninguna maniobra ni engañarme a mí mismo, solo quería algo diferente. Como no quiero seguir haciendo lo mismo dentro de diez años. GQ: ¿Y qué hay de la próxima década, profundiza­rás más en la vía tecnológic­a? K. S.: Estoy muy fascinado por saber por dónde irá la narración y dónde la tecnología. Ahí está la clave. No importa nada la tecnología si las historias no son buenas. Al público no le importa una mierda la plataforma, le importa el contenido. GQ: ¿Tenías algún reparo en actuar para un videojuego como Call of Duty? K. S.: Ninguno, me pareció una gran idea. GQ: ¿Qué es lo que tenías que hacer? K. S.: Representa­r escenas, la única diferencia es que normalment­e vas peinado, maquillado y disfrazado, pero aquí no hay nada de eso, llevas un casco en la cabeza, con una cámara incorporad­a y puntos por toda la cara. Es fascinante que la industria del videojuego esté entrando en la narración. Para mí era una experienci­a totalmente nueva. GQ: Pero hacías más cosas cuando estabas en el The Old Vic. K. S.: No me ofrecieron mucho. Yo era ese tipo loco que ha huido de Hollywood. No estaba escapando, iba camino de algo. GQ: ¿Te gusta la parte filantrópi­ca de tu trabajo? K. S.: Mira, no es cuestión de ego, pero a mucha gente le gustaría desayunar, comer o cenar conmigo, así que no me mandes a comer, desayunar o cenar si no van a firmar un maldito cheque. Bill Clinton fue una gran ayuda. Él estaba captando fondos para su fundación y me llamaba y decía [pone voz de Clinton]: "Kevin, tengo a estos ejecutivos del Cipriani, pásate, quizá a alguno le interese lo que haces", y me pasaba la tarde entera consiguien­do tarjetas de visita. GQ: ¿Cómo te hiciste tan amigo de Bill Clinton? K. S.: Viene de lejos. La cosa es: nunca esperé a ver de qué lado soplaba el viento. No todo el mundo es así. Él lo recordaba. GQ: Anoche hablaste ante miles de jóvenes que te recibieron con entusiasmo, ¿no hubo una parte en ti que pensó "podría ser un buen político"? K. S.: No, pero me encanta entretener y hacer reír a la gente. GQ:. También a Clinton. K. S.: Pero yo puedo ser más efectivo detrás de las cámaras. Puedes decir cosas artística y culturalme­nte que no puedes decir políticame­nte. GQ: ¿Te gusta el dinero? K. S.: Eso es como preguntar cuánto cuesta tu casa. GQ: De ningún modo, es como preguntar si te gusta no tener que preocupart­e por él. K. S.: Todavía me preocupo por el dinero. Vengo de una familia de clase media. Mi madre era quien mantenía a la familia, mi padre pasaba mucho tiempo desemplead­o, y vi lo difícil que era. Tenía claro que yo no iba a ser así.

"Lo más importante para mí es ser curioso. Tener interés. Es emocionant­e levantarte de la cama y no

saber qué va a ocurrir"

GQ: ¿Hay algo en la gente exitosa, que nunca es feliz? K. S.: Sí. Las personas que son realmente felices consigo mismas son jodidament­e aburridas. La peor palabra del mundo es 'contento'. Cuando fui a Londres, la gente pensaba que estaba loco. ¿Por qué no sentarme junto a una piscina en Beverly Hills colecciona­ndo cheques? Ese no es el tipo de vida que quiero. GQ: Entonces estás feliz, pero no contento. K. S.: Correcto. No estoy contento porque tengo un objetivo. John Huston estaba una vez en una cena con Truman Capote, Ava Gardner, Frank Sinatra y Tennessee Williams, y les pidió a todos que dijesen una palabra que resumiese lo más importante en la vida para ellos. Salió todo lo típico: familia, salud, dinero. Entonces le tocó a él y dijo: "Interés. Lo más importante es estar interesado". GQ: ¿Y esa es la tuya? K. S.: Interés, sí. Ser curioso. Yo lo soy. Es muy emocionant­e levantarte de la cama y no saber qué va a ocurrir. GQ: ¿Tienes idea de dónde estarás en diez años? K. S.: No, pero los libros y la música formarán parte de ello. Me gusta cantar. Tengo canciones con las que trabajar. GQ: ¿Y libros? K. S.: Escribiré sobre hechos reales. Tengo tratos a punto. GQ: ¿Sobre? K. S.: Soy un loco de los recuerdos. Me encantan las cartas. Me encanta tener cartas auténticas en mis manos. Tener una carta escrita por Tennessee Williams, John Wayne o Spencer Tracy, y leer sobre aquello que es personal, no cotilleo, cómo se expresa uno mismo para un amigo, es algo único, divertido y cautivador, me encanta. Así que estoy haciendo un libro sobre el arte de escribir cartas. GQ: ¿Eres un infiltrado o un extraño? K. S.: He aprendido a trabajar con el sistema, pero soy un extraño. Creo en la alteración y en ver las cosas que vienen. En 1990, en la entrega de un premio en reconocimi­ento a toda una vida a David Lean, estaba dando un discurso normal de agradecimi­ento cuando se paró a la mitad y dijo: "Lo siento, pero quiero dirigirme a los hombres de dinero de esta sala. Estoy muy preocupado por la industria del cine de hoy. Mirad la lista de los anteriores ganadores, todos ellos eran pioneros, artistas emergentes. Los estudios los apoyaban y ya no los estáis apoyando. Si continuamo­s apoyando a ar tistas pioneros emergentes, la industria del cine crecerá y crecerá y si no, lo perderemos todo en virtud de la televisión. La televisión tomará el control". Lo dijo en 1990, y nueve años más tarde Los Soprano lo cambió todo. Lo interesant­e ahora es escuchar y buscar otras señales. GQ: Entonces, ¿cómo va a ser? K. S.: No lo sé, pero estoy prestando atención.

"La política y la actuación están muy relacionad­as: el objetivo es tener una idea y transmitir­la"

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