Ah, ironías gambeteo
Por Montero Glez -
Cuando salieron los discos compactos una de las características que más llamaba la atención –aparte de su aspecto casi incorpóreo– era que aquellos discos podían conservar el contenido almacenado en ellos durante 100 años. Es verdad que 100 años no es mucho comparado con la duración de los jeroglíficos de Egipto, pero básicamente significa que los hijos de los hijos de tus hijos podrían escuchar tu colección de música, visualizar fotografías y vídeos de su bisabuelo –es decir, de ti– y pasar buenos ratos viendo porno vintage.
De aquello hace ya 30 años. La ironía del asunto es que ya hoy es poco habitual que uno mismo escuche su colección de música en ese soporte que duraría varias vidas. Y parece poco probable que dentro de 70 años alguien se moleste en comprobar si es verdad que los discos compactos duran 100 años. De hecho, dentro de 70 años no quedará nadie que no dé por hecho que los dis- cos compactos servían para espantar a las palomas de los balcones. Por cierto, que hace 100 años –y algo más– parecía evidente que en el futuro todos conduciríamos coches eléctricos. Y habría sido así si no fuera porque por el camino nos hemos pasado un siglo distraídos con los motores de combustión. La primera ironía es que 100 años después parece evidente, otra vez, que en el futuro todos conduciremos coches eléctricos. La segunda ironía es que ahora más bien todo apunta a que en el futuro no conduciremos. Serán los coches –eléctricos, eso sí– los que conducirán por nosotros.
Aun sin ser autónomos, los coches actuales han alcanzado un nivel de sofisticación tal que resultan proporcionalmente más cómodos, más seguros, más confortables y más eficientes que cualquier vivienda promedio. Irónicamente en su interior la mayoría de ellos emplean principios de funcionamiento de hace 100 años; queman líquidos peligrosos –tóxicos e inflamables– para provocar una sucesión continua de explosiones que hacen que el coche se mueva. Debajo de todo ese cuero, detrás del climatizador con filtro antipolen y al otro lado de ese ordenador de a bordo con conexión a internet que es capaz de hablarte y de entenderte y a la vez comunicarse con tu móvil resulta que hay piezas metálicas moviéndose y golpeando a toda velocidad; fuego y humo, explosiones y ruidos que recrean un escenario más propio de una zona de guerra en miniatura que de un coche familiar del siglo XXI.
Moverse es precisamente algo que tenemos delegado a todo tipo de vehículos hoy más que nunca. Por mucho que lo de correr un rato de vez en cuando esté de moda, en general, en la actualidad, la inactividad física es uno de los principales factores de riesgo para la salud. Irónicamente los dispositivos para medir esa
"Dentro de 70 años no quedará nadie que no dé por hecho que los discos compactos sirven para espantar palomas"
defensas de la época. Nadie pudo con él, en todo caso la única que pudo fue la nicotina. Sucedió una vez retirado de los campos de fútbol como jugador, cuando era técnico del Barcelona y el corazón le pegó un toque que estuvo a punto de llevarle al otro lado del infierno.
Además de su juego, su paso por el Barcelona nos dejó una serie de latiguillos sintácticos, expresiones curiosas que cambiaron la estructura psíquica de nuestra conversación. Sus frases basculaban entre la paradoja y la certeza. Por ejemplo: "En cada inconveniente hay un acierto". Todo un aforismo que, dicho con acento extranjero, se convierte en algo tan significativo como si lo hubiera formulado Sócrates antes de tomar la cicuta. O esa otra frase que negaba la utilidad de los rituales religiosos y ponía en cuestión la aventura de los milagros: "No soy creyente. En España todos los 22 jugadores se santiguan antes de salir al campo. Si resultara, siempre sería empate". Johan Cruyff también hizo suyo el refranero, interpretándolo a su manera, como cuando aseguró: "En el reino de los ciegos, el tuerto es el rey, pero sigue siendo tuerto". Ya puestos, ni Sancho Panza supera una cosa así. Con todo, por lo que más se le recordará a Cruyff es por su latiguillo de arranque: "En un momento dado", que siempre introducía para dar acceso al discurso filosófico.
Hubo un tiempo en que la frase de marras se convirtió en presupuesto lingüístico y pasó a ser parte de la conversación habitual de las gentes de aquella época, siempre influenciadas por el verbo del holandés. Alcanzó tal punto su influencia que los hinchas coreaban dicha expresión cada vez que Cruyff glorificaba el terreno de juego con un gol. Llegó a tanto el asunto que hasta en Holanda se formó una peña barcelonista con ese mismo nombre: En un momento dado. Por si fuera poco, hace unos años se realizó un documental sobre el periodo que Cruyff pasó en el Barcelona y por título se le puso: En un momento dado. Mirándolo bien, no había otro más certero. Porque esta expresión, aunque ya se utilizaba en castellano, aun no era tan reconocida como cuando Cruyff la dio a entender a todo el territorio. Paradojas de la vida y del lenguaje hicieron que un futbolista revolucionase nuestra sintaxis dando patadas al diccionario como si fuera un balón.
Los analistas del lenguaje y los académicos de la Real se irritaban cada vez que Johan abría la boca, de la misma manera que se agriaban los estómagos de los defensas cada vez que se acercaba a la línea de meta y el objetivo de lesionar al holandés se hacía cada vez más lejano. Era lo más parecido a uno de esos pájaros que no se dejan engañar por mucha lombriz que pongas en la trampa. Son capaces de atraparla en su pico y remontar el vuelo, sin renunciar al señuelo y sin dejarse enganchar por el cepo. Una personalidad en el terreno de juego, tanto como fuera de él, ahí donde su filosofía empírica ante la vida le llevó a formular su aforismo más determinante, aquel que apunta que es mejor caer con nuestro propio punto de vista que con el de otra persona. En un momento dado, o en dos, este hombre anda sobrado de razón.
"Además de su juego, nos dejó una serie de expresiones curiosas que cambiaron la estructura psíquica de nuestra conversación"