GQ (Spain)

Correspond­encia

-

En un correo espectacul­ar, hace unos días, un señor me dedicó una ristra de elogios muy bien fundamenta­dos y una súplica que me dejó del revés: haciendo referencia a mi año de nacimiento me instaba a liderar "una Revolución" que acabase desalojand­o "la Partitocra­cia" de este país. A mí y a otros, claro; éramos una generación engañada y debíamos sublevarno­s; yo, a sus ojos, era un "joven intelectua­l", como tantos a los que había que movilizar, y ahí me empezaron a sudar las manos pensando en la imagen que le estaba dando a la gente. "Para empresas así tendría más éxito que le escribiese usted a Antonio Gala", pensé en decirle. Este lector mío, con el que naturalmen­te acabé fatal, era un degenerado, pero yo al principio, debilitado por sus alabanzas, me sentía obligado a hacer algo por él y también un poco por España.

De todos los encargos extravagan­tes que tuve en mi vida ninguno me dejó tan agitado como el de tener que levantar al pueblo. Yo no tenía ni idea de cómo se hacía una revolución ni a quién había que llamar, y lo primero que hice fue meterme en internet, extrañado de que en los primeros resultados no me apareciese Yahoo Respuestas, como la última vez que pregunté algo en Google. Había, a bote pronto, por lo que vi, la posibilida­d que me ofrecía un futbolista karateca de sacar mis ahorros del banco o, en su defecto, viajar a Cuba. Para las dos cosas me hacía falta algo que no tenía: dinero. Así que lo que hice fue algo muy mío, que es mantenerme a la expectativ­a confiando en que este señor, al que imaginaba leyendo cada mañana los periódicos buscando noticias sobre mi revolución, me diese un margen u olvidase el encargo. Los días siguientes hice columnas ligeritas y apropiadas, muy del gusto de la casa. Yo la verdad es que no entendía cómo se le encargaba la revolución a alguien como a mí, que cada día me iba a la cama sabiendo que había una cosa más en la vida que no sabía hacer.

Había leído que una revolución es una gran bola de nieve que puede crecer sin límite a partir de un hecho insignific­ante que hiciese ver el hartazgo del pueblo, al que se me había sugerido alborotar. A la semana, en deuda con mi fan, crucé la calle Rosalía de Castro con el semáforo en rojo y mirando atrás, por si alguien me seguía. Dejé sonar el móvil hasta que saltara el buzón, esperando así que los que llamaban saliesen a la calle a quemarse a lo bonzo o en dirección a

"De todos los encargos que tuve en mi vida ninguno me dejó tan agitado como el de tener que levantar al pueblo"

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain