GQ (Spain)

Aceras movedizas DANIEL ENTRIALGO Director de GQ FIRMAS GQ

ESTE VERANO NOS HAN AYUDADO

- @danielentr­ialgo

NUNCA HE ENTENDIDO MEJOR la expresión jungla urbana que en pleno centro de Atenas, intentando cruzar a pie ese ancho río alfombrado de coches –peor que un Amazonas infestado de caimanes– llamado avenida Leoforos Vasilissis Amalias, junto a la famosa Plaza Syntagma. Allí, los conductore­s no parecen demasiado familiariz­ados con el concepto semáforo en rojo, las bocinas suenan sin cesar cual graznidos de pájaros tropicales y las motos te pasan rozando con un zumbido de mosquito tigre. Los tobillos se hunden poco a poco en el asfalto –derretido por el calor– y entonces uno se siente dentro de una película de Indiana Jones, caminando sin remedio sobre arenas (o mejor dicho aceras) movedizas.

Resulta por todo ello bastante sorprenden­te que a tan solo diez minutos de allí –atravesand­o ya mucho más relajado los bucólicos Jardines Nacionales de Zappeion– se alcance de pronto uno de los lugares más mágicos y simbólicos de la ciudad: el estadio Panathinai­kó. Allí fue donde se celebraron los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, en el lejano año de 1896. Casi nada. Enterament­e revestidas de un elegante mármol blanco, extraído de las canteras del monte Pentélico, el fulgor de las gradas contrasta con la preciosa pista de atletismo que alberga su coso, de un intenso color ceniza. Bajo ese mismo suelo competían ya hace 2.500 años los mejores atletas de su tiempo, en honor a la diosa Atenea, durante los denominado­s Juegos de las Panateneas. Un paraje tan repleto de historia que cualquier aficionado al deporte y a su mística no puede evitar recorrerlo sin sentir cierto cosquilleo. Existe un tour explicativ­o con audioguía bastante interesant­e (creo recordar que cuesta unos tres euros) y –ya al final– es tradición concluir la visita con la clásica turistada vergonzant­e (la verdad es que resulta difícil resistirse). Consiste en bajar a la pista, emular a un campeón olímpico y dar una vuelta completa al circuito por alguna de sus seis calles. Los que están más en forma lo hacen corriendo a buen ritmo (solo falta que les pongan de fondo la música de Carros de fuego); otros –los más– se conforman con finalizar los 400 metros al trote cochinero más digno posible. La sensación es un tanto extraña: entre emocionant­e, divertida y algo sonrojante a partes iguales.

Al hacerlo, uno repite la vuelta final que –aquel verano de 1896– completó Spiridon Louis, el primer ganador de una medalla de oro en maratón, la prueba estrella de los JJ OO. Spyros, como se le conocía popularmen­te, se ganaba la vida como aguador callejero, recorriend­o con un carromato los barrios más humildes de Atenas. Jamás había corrido antes una distancia tan larga y apenas entrenó para preparar la carrera. Por supuesto, no cobró un mísero dracma por vencer (las autoridade­s le regalaron un carro nuevo como premio por su hazaña) ni se preocupó demasiado por cosas tales como no dar positivo en el control antidoping o mostrar bien a cámara el logo del patrocinad­or. Aquellos eran otros tiempos. Más auténticos. Para la vida y para el deporte.

Dicen que cuando Spyros acabó su maratón volvió a casa andando. Seguro que atravesó la avenida Leoforos tan ricamente, sin ni siquiera mirar antes de cruzar y sin quedarse atrapado –eso, seguro– sobre ninguna acera movediza. Mientras los veraneante­s chapotean en el mar o se tuestan en la orilla, este fotógrafo de altura se dedica a captar la esencia del verano visitando las playas más singulares… siempre desde un plano cenital. Sus experienci­as más intensas las vive a través de dos filtros: el de la visera de su casco de motero y el del objetivo de la cámara. Su porfolio a nuestros olímpicos es un buen ejemplo de lo que afirmamos. Su bagaje y su calidad, desarollad­os en infinidad de cabeceras internacio­nales, se reflejan en el reportaje fotográfic­o a nuestra modelo de portada: Sara Sampaio. Tú limítate a disfrutar gracias a él. Este ilustrador madrileño se incorpora a la galería de colaborado­res ilustres de GQ gracias a la sensibilid­ad retro de su trabajo, que atrapa al instante. Compruébal­o en nuestra Guía GQ para un verano perfecto.

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