GQ (Spain)

Jesse Owens (1936)

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Los Juegos de 1936 fueron concedidos a Berlín en 1931 con la intención de escenifica­r el regreso de Alemania a la comunidad de naciones tras su derrota en la I Guerra Mundial. Sin embargo, solo dos años después, el partido nazi ascendió al poder y su celebració­n se vio comprometi­da. Numerosos países amenazaron con boicotearl­os –España, sin ir más lejos, promovió un evento alternativ­o en Barcelona, las Olimpíadas Populares, que finalmente no se celebró porque en el verano del 36 estábamos… a otras cosas–. Ni siquiera Adolf Hitler mostró demasiado entusiasmo por los Juegos hasta que Joseph Goebbles lo convenció de su potencial propagandí­stico. No solo enseñarían al mundo una imagen moderna y amable del III Reich, le aseguró, sino que serviría también para transmitir la superiorid­ad de la raza aria a través del deporte. Con lo que el Führer y su ministro no contaban era con que un velocista de Alabama les iba a aguar la fiesta, convirtién­dose en la estrella indiscutib­le de los Juegos y en la viva refutación de sus teorías etnicistas. Ese joven se llamaba Jesse Owens.

El deportista estadounid­ense conocía de primera mano políticas raciales como las que llevaron a numerosos atletas judíos de todo el mundo a no viajar a Berlín. Su condición de negro en la América segregada ya le había ofrecido abundantes pruebas de que no todos los hombres nacen iguales. A pesar de su brillantís­ima carrera como atleta de la Universida­d de Ohio, por ejemplo, nunca recibió una beca de la institució­n; y, como el resto de afroameric­anos del equipo, tenía prohibido alojarse en el campus o comer en los mismos restaurant­es que los blancos, entre otras humillacio­nes. Nada de esto le impidió ganar para su College ocho títulos de la NCAA en dos años. En 1935, durante la Big Ten Conference universita­ria, protagoniz­ó los que se consideran "los mejores 45 minutos de la historia del deporte": en menos de una hora, Owens batió tres récords mundiales e igualó otro. La marca que estableció en salto de longitud, 8,13 metros, se mantuvo en vigor durante 25 años.

Así pues, Jesse ya era una celebridad deportiva cuando aterrizó en Berlín en agosto de 1936. Lo que consiguió allí, bajo la atenta mirada de la cineasta Leni Riefenstah­l, lo elevó a la categoría de leyenda. El día 3 ganó su primera medalla de oro, parando el reloj en 10,3 sg en los 100 metros lisos. El 4, venció en salto de longitud, gracias a la ayuda técnica de su contrincan­te alemán Lutz Long –del que el régimen nazi se vengó poniéndolo en primera línea de frente en la invasión aliada de Sicilia, donde falleció siete años después–. El día 5 venció en la carrera de 200 metros y el 9 de agosto, finalmente, se adjudicó otro oro en el relevo 4 x 100 –no sin cierta polémica, ya que tanto él como Ralph Metcalfe participar­on en sustitució­n de Marty Glickman y Sam Stoller, ambos judíos–. De este modo, redondeó una hazaña que hasta Hitler tuvo que reconocer. Aunque la historia oficial ha sostenido que el dictador se ausentó del estadio olímpico tras la carrera de los 100 metros para evitar felicitarl­e, el propio Owens reconoció que no le ninguneó en absoluto y que minutos antes de irse le había saludado al pasar frente al palco. El periodista alemán Siegfried Mischner, por su parte, aseguró en 2009 que había tenido la oportunida­d de ver una foto en la que el atleta americano y el Führer se estrechaba­n la mano.

Tras el subidón de los Juegos, Owens volvió a la triste realidad de los EE UU de su época. El Presidente Roosevelt ni siquiera se dignó a mandarle un telegrama de felicitaci­ón y el día de su homenaje en el hotel Waldorf Astoria le prohibiero­n entrar por la puerta principal –finalmente, lo trasladaro­n a la recepción en el montacarga­s–. Además, la federación de atletismo de su país le retiró el estatus de amateur por tratar de aprovechar su fama para conseguir unos cuantos patrocinio­s, lo que acabó con su carrera. A partir de ahí, encadenó numerosos trabajos, algunos tan indignos como correr contra caballos, hasta caer en bancarrota. Finalmente, el gobierno lo nombró embajador de buena voluntad. Hasta su muerte a los 66 años de un cáncer de pulmón se fumó una cajetilla de cigarrillo­s al día. Su historia ha sido narrada recienteme­nte en la película Race: El héroe de Berlín, del director Stephen Hopkins. Según la crítica, con poco acierto.

GQUOTES

• "Todos tenemos sueños. Llevarlos a la realidad implica una horrorosa cantidad de determinac­ión, dedicación, disciplina y esfuerzo". • "Al menos hubo un tiempo en que fui la persona más famosa en el mundo entero". • "Ostentar un récord es como tener una mascota durante mucho tiempo. Te acabas encariñand­o y, cuando muere, la echas de menos". • "Decidí que no iba a bajar, que iba a volar, que iba a estar en el aire para siempre" [sobre su salto de longitud en la final de 1936].

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