GQ (Spain)

Señores primer0 BUSCA ALGO QUE AMES, AMA A WES

Por Marta Fernández -

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Querido Wes. Querido Wesley Mortimer Wales Anderson…

Tienes en los ojos una escuadra y un cartabón, una caja de acuarelas, un metrónomo, un tocadiscos y el mapa de un mundo que nunca existió. Dicen que naciste en Texas, pero podrías haberlo hecho en una de las portadas de The New Yorker de Saul Steinberg, o entre los párrafos de un libro de Roald Dahl o en un cuadro de Henri Rousseau. Crees que la gente tiene superpoder­es solo porque los tienes tú. Crees que todo el mundo es capaz de eso que tú haces: mirar y ver.

Scorsese te admira, cautivado por la inocencia de tu luz. Y tú dices que admiras a Hitchcock porque en sus planos todo esta calculado –como si los tuyos

no funcionara­n con la exactitud de una ecuación–. Imagino que tu cerebro ve en Panavisión. Que las mujeres hermosas pasan ante tus ojos en superslow. Que cuando paseas en bici por Nueva York es porque pedalear se parece a hacerle un travelling a la ciudad. Y cuando por la noche te duermes, los asistentes de Morfeo se vuelven locos con el diseño de producción: todo tiene que ser perfecto y medido y engamado y al mismo tiempo libérrimo y fantástico. Y en ese escenario supraoníri­co, tus neuronas tejen historias que un día filmarás.

Te gustan los detalles. Hasta los que no se ven. Y eres capaz de encargar retratos de tus actores vestidos como sus personajes aunque nunca vayan a colgar de las paredes de tu Gran Hotel Budapest. O de escribir un texto de cuatrocien­tas palabras para un periódico que aparece dos segundos en plano en Fantastic Mr. Fox. Porque hay que fijarse en las cosas pequeñas. La grandeza está ahí.

"Busca algo que ames y hazlo el resto de tu vida", nos enseña Max Fisher en la Academia Rushmore entre la clase de esgrima y las labores de apicultura. Eso haces tú: hablar de lo que amas. De tus libros de portadas estridente­s que dentro guardan historias más coloridas aún. De tus disquitos viejos y tus maletas siempre llenas de sorpresas. De cartas como esta carta, cartas que como todas las cartas cuentan en el fondo historias de amor. (Querida Suzy, ¿cuándo? Querido Sam, ¿dónde?).

Se pregunta tu amigo Michael Chabon qué hacemos con las piezas de la adolescenc­ia cuando se rompe. Tú haces películas. Recompones el puzle con la única guía de tu memoria, querido Wes. Con tu superpoder de mirar levantas un mundo a escala, el lugar imaginado en el que a todos nos hubiera gustado crecer. Con sus pasteles rosas y sus teatros de terciopelo. Con sus trenes que parecen maquetas de coleccioni­sta y sus familias excéntrica­s. Un escenario de casas de muñecas donde nos invitas a jugar.

Quizá cuando tus padres se separaron empezaste a preguntart­e por qué el mundo se dividía, si no era posible volver a juntar las dos mitades rotas y que todo funcionara con la exacta proporción que se le presupone a la belleza. Pero la vida no era nunca así. Nada estaba colocado ni era fotogénico. Eso tendrías que hacerlo tú.

Y lo hiciste mirando a través de tu cámara. Creando una realidad de planos simétricos en la que todo está bien. Por eso tu universo, querido Wes, es paralelo y especular y recíproco. Y si yo te escribo, tú me escribes. Y si te miro, me miras. Y aquellos a los que amas se colocan en el centro de la pantalla, porque el centro de la pantalla es el centro de la vida. Porque la vida es mejor cuando las piezas las colocas tú.

Y eso haces. Mirar y construir. Soñar y ver. Pasar la realidad por tus ojos verdes que conservan algo del niño aquel. Esos ojos que son como una escuadra y un cartabón, como una caja de acuarelas, como un metrónomo o un tocadiscos, como el mapa del mundo simétrico que debería existir.

Querido Wesley Mortimer Wales Anderson. Querido Wes.

"Con tu superpoder de mirar levantas un mundo a escala, el lugar imaginado en el que a todos nos hubiera gustado crecer"

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