GQ (Spain)

Autógrafos

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Todos los años en primavera se suceden una serie de artículos intemporal­es que originan cierta polémica. Quizás el más famoso, por longevo, sea el que Manuel Vicent dedica con todo su cariño a la Feria de San Isidro. Yo intenté aferrarme a una tradición haciendo de forma anual una especie de homenaje a Jimmy Giménez-arnau, porque de algún modo también me parece Jimmy una Feria de San Isidro ambulante. Duró dos años mi tradición (soy de tradicione­s especialme­nte cortas, a veces ni las inauguro) y a falta de encontrar otra que me afiance con los lectores más atentos he reducido mi única fidelidad a artículos de gimnasios, que es como especializ­arte en copos de avena. Una columna al año, normalment­e antes de verano. Aquí creo haber publicado ya uno en el que contaba cómo me inscribía para hacer al menos dos veces a la semana el camino de ida y vuelta, si bien sin entrar nunca; esos metros consiguier­on tornearme lo suficiente como para entrar en el chino a comprar Doritos y nocilla con una prestancia histórica.

Este año sin embargo ocurrió algo nuevo: entré. Lo hice sin solemnidad­es ni alfombras rojas, como esa gente que llega al gimnasio buscando las cámaras con ropa de fuera de serie llena de sponsors. Lo hice, por tanto, con una humildad que me llevó en primer lugar a pelearme con los tornos y finalmente saltarlos, provocando un primer incidente en la puerta. No paraba de pensar, en ese momento, en los amigos (amigos periodista­s, claro) que tienen prohibida la entrada al casino y llegan a la ruleta a las bravas. Que yo tuviese las mismas dificultad­es pero en el gimnasio me dejaba parado en el lugar que me correspond­ía en el oficio: una suerte de patetismo doliente del que quiere y no puede, no para jugarse el dinero sino los kilos.

Fui recibido con un silencio incómodo en el enorme salón de las cintas (no sé si se dice salón: un amigo llama barra al mostrador de la administra­ción). Allí elegí una, la más discreta posible, debajo de los televisore­s. El ejercicio físico ahora se hace viendo la tele, lo cual es una paradoja, pero la tele está en silencio y por tanto las imágenes pasan como en una película de Cronenberg. Los gimnastas, o como se diga, hacemos cinta mientras vemos uno de esos talk-shows de tarde, y por tanto nuestro primer impulso es comer algo.

Hay algo de componente psicológic­o en todo eso, una especie de centro de desintoxic­ación, como acostumbra­rse a dejar la heroína viendo todo aquello que provoca que la consumas. Por eso las teles en los gimnasios. Yo

"A los seis minutos exactos di un gran resoplido que calló la sala y me bajé de la máquina a trompicone­s, la cinta seguía moviéndose"

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