Cáceres exquisita
Toño Pérez y José Polo, ideólogos y ejecutores de esa obra de arte (y amor al terruño) llamada Atrio, continúan irredentos en su bendita utopía: encontrar día tras día la perfección.
Desde la ventana de la habitación 201 –uno de los rincones fetiche del hotel restaurante Atrio– la vista se pierde en abanico por un horizonte de piedra. Iglesia de San Mateo, Convento de San Pablo y la Plaza de las Veletas. Paisaje con historia, nidos de cigüeña y líneas puras. Cáceres, que es mucho Cáceres. En la pared de la izquierda cuelga un original de Andy Warhol, hay un desayuno digno de un emperador romano, un conquistador cacereño o un obispo renacentista –fruta fresca, migas extremeñas y una deliciosa mantequilla salada– servido en la mesa y un envanecido pavo real, de nombre Romeo, gluglutea su encendido plumaje mientras se pasea presumido por la tapia del vecino (no es broma; puedes ver su cola de verdes y azules al principio de esta revista, en nuestro Instagqram). Sabores, estampas, sensaciones y sorpresas. Como diría un profesor de marketing, tangibles e intangibles que añaden valor a una experiencia ya de por sí única.
Como en aquella pirámide de Maslow, Toño Pérez y José Polo –autores intelectuales de este bendito capricho llamado Atrio– han ido subiendo escalones y expectativas temporada tras temporada, década tras década, desarrollando necesidades y deseos cada vez más elevados. Primero fue su primer restaurante, abierto hace ya treinta años, en cuyos fogones Toño fue desplegando y madurando sus inquietudes de cocinillas hasta convertirlas en una robusta apuesta de autor, asentada hoy sobre dos estrellas Michelin. Luego vino la bodega, el sueño loco y maravilloso de José, quien, pieza a pieza,
descorche tras descorche, ha conseguido levantar de la nada una de las cartas de vinos más completas y esplendorosas del mundo (y no es una exageración). Caminar entre sus paredes, enladrilladas de botellas, se asemeja a recorrer –lupa en mano– la colección de un laborioso entomólogo. Solo que en lugar de insectos raros uno se va encontrando al paso un Château Mouton Rothschild de 1945 por aquí, un Petrus de 1947 por allá o un Château d'yquem de 1806, coetáneo de Napoleón, descansando y acostado a su temperatura exacta en La Capilla, el espacio dedicado dentro de la bodega a las casi cien referencias de este icónico vino francés (el preferido de Hannibal Lecter) que José ha ido recopilando pacientemente durante muuuuucho tiempo. Si esto no es amor...
El hotel, inaugurado en 2011 y adscrito al prestigioso sello Relaix & Châteaux, ocupa un espacio privilegiado –galardonado con varios premios de arquitectura– en el mismo centro histórico de Cáceres. Su moderna y estilosa decoración combina mobiliario de diseño con obras de arte de Antoni Tàpies, Gerardo Rueda o Antonio Saura. Un lujo en todos los sentidos. Es el arte del buen vivir, que se hace presente en cualquier nimio detalle de la casa, desde el grosor del colchón de la cama hasta el ángulo de la luz de la mesilla de noche o el kit de cortesía del baño.
Dentro de esta sana obsesión por dar una vuelta de tuerca más a los placeres, Atrio acaba de firmar un acuerdo de colaboración con la marca de cervezas Brabante –casa madrileña del s. xxi, pero involucrada en el estilo artesanal de elaboración belga que trajera Carlos V desde Flandes– para poder maridar, quien así lo desee, sus suculentos menús con hasta cinco tipos diferentes de Brabante (echa un vistazo a la columna de la derecha). O tal vez, simplemente, para disfrutar de un pequeño aperitivo bien frío en la terraza, junto a la piscina, mientras el sol va pintando de naranja la piedra de San Mateo, haciendo boca para la cena. La Cáceres más exquisita nos espera ya en el salón.
Perfecta para comenzar, ligera y con suaves toques marinos. Limpia en el paladar. Ideal también para cualquier aperitivo. Pasamos a una cerveza con más cuerpo e intensidad. Se nota en el color, la espuma y –por supuesto– en el sabor. En realidad, se trata de una doble fermentación alargada, pero la denominan Triple. Casa deliciosamente con las carnes asadas. No conviene olvidar que –cuando lleva una alta concentración de cacao– el chocolate posee un importante regusto amargo. Esta cerveza negra, con recuerdos a regaliz, lo atempera y potencia al mismo tiempo. Un dulce e inesperado final.