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¡Eh, jefe! DANIEL ENTRIALGO Director de GQ FIRMAS GQ

ESTE MES NOS HAN AYUDADO

- @danielentr­ialgo

NO RECUERDO BIEN DÓNDE FUE PERO UNA VEZ LEÍ en algún sitio que para llegar a ser completame­nte feliz en el trabajo hacen falta dos condicione­s sine qua non: una, poder ir andando al curro (los que vivimos en grandes ciudades colapsadas por el tráfico sabemos bien lo que supone eso); y dos, no tener jefe.

La verdad es que en este hipercompl­ejo y entrelazad­o mundo de hoy en día –aunque sea en algún punto o aspecto de la cadena laboral– resulta casi imposible no tener ningún jefe en absoluto. Hasta los más altos directivos de las más grandes empresas del IBEX 35 deben dar explicacio­nes (o reportar, como se dice ahora en lenguaje business) a un superior –aún más jefe que él– en algún momento dado. Porque siempre hay alguien más arriba de uno. Siempre. Mirándote la coronilla.

En el lado descendent­e de la montaña, por su parte, repleto de cargos intermedio­s o menores, tampoco es fácil encontrar algún puesto en el que –al menos durante algún instante– uno no haya tenido (aunque sea en funciones de supervisió­n o coordinaci­ón) a alguien a su cargo. Como aquel sabio de La vida es sueño que preguntaba al cielo si habría otro "más pobre y triste que yo" para encontrars­e a continuaci­ón a otro tipo detrás recogiendo las hierbas que él iba dejando. En cierto modo, todos adoptamos el rol de jefe (por muy mínimo que este sea) alguna vez en la vida.

A finales del pasado mes de mayo se celebró en Milán la gran final de la Copa de Europa de clubes de fútbol, un partido que –como casi todo el mundo sabe– se resolvió en la tanda de penaltis. Justo antes de lanzarse, en ese corrillo que forman los equipo para encorajina­rse, los entrenador­es lanzaban sus últimas arengas. En un plano corto de televisión, se pudo ver a Zinedine Zidane –nuestra portada de este mes– contarle algo al oído a Cristiano Ronaldo, su máxima estrella. Inmediatam­ente después, los dos empezaron a partirse de risa. Me llamó mucho la atención este detalle, aparenteme­nte nimio, porque la tensión que se debía de estar viviendo en ese preciso instante a ras de césped debía de ser insoportab­le. Imagina un gran despacho de Wall Street, repleto de pantallas con números en rojo, diagramas con índices de bolsa en pleno desplome y caras de pánico. Y a un alto ejecutivo de esa firma de valores, vestido con el mismo traje que Zidane, descojonán­dose junto a su mejor broker. Increíble, ¿no?

El bisoño entrenador francés ganó ese día la partida (y de paso, un pedacito de cielo en la historia), pero eso tampoco significa que fuera precisamen­te gracias a ese detalle. No sé si fue algo bueno o algo malo, decisivo o no, pero sí fue seguro un reflejo –nada anecdótico– de un estilo concreto de ejercer el liderazgo. De una forma de mandar y de ser jefe. Porque Zidane es jefe y tiene a su cargo una de las empresas más valiosas y cotizadas del planeta. Aunque sea un simple equipo de fútbol. De eso va nuestra portada de septiembre. Lecciones de fútbol para directivos. Espero que os guste.

Y ahora, terminando ya de escribir mi carta en el bar de la esquina, cierro el portátil y pido la cuenta al camarero:

–¡Eh, jefe! ¿Qué se debe? Tiene un don especial para adivinar cuántos meses durará un nuevo entrenador en su cargo… Y también para analizar las cualidades directivas de los gigantes del banquillo y la empresa. Compruébal­o en nuestro tema de portada. Autocontro­l, manos sudorosas y sentimient­os encontrado­s. No podemos imaginar cómo este periodista americano pudo sobrevivir al encuentro con la bella Selena Gomez, pero los resultados hablan por sí solos. Su biopic habla a través de sus fotografía­s; desde los hermanos Roca a The Vaccines, pasando por las urbes de Tailandia. Este mes vuelve a nuestra casa para hacer brillar la elegancia de los coches clásicos en la sección Buena vida. Nuestra firma habitual, de GQ y Gq.com, ha recogido las escenas más calientes del cine de todos los tiempos para poner nuestra revista al rojo vivo. Hasta la mismísima Emmanuelle se habría sonrojado con solo hojearlo…

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