GQ (Spain)

FERNANDO ALONSO

Ha aprendido a sonreír Para muchos, la sonrisa de Fernando Alonso durante estos dos últimos años, los más duros de su carrera, ha sido tan enigmática como la de la Mona Lisa. Descubrimo­s de la mano de Michael Kors –nuevo 'lifestyle partner' de Mclaren-hon

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Como simples y ordinarios mortales que somos, solemos vivir obsesionad­os con todo aquello que nos pueden quitar. El trabajo, la casa… hasta la familia. Un día que pasa sin contratiem­pos o pueriles tragedias es un triunfo y el futuro poco más que un espejismo en el horizonte de un viaje anodino. Somos nuestro último resultado y eso, pensamos, nos acerca a nuestros ídolos deportivos. Tal vez por ello les juzgamos con tanta dureza cuando les alcanza la derrota, ese ladrón despiadado que les roba con guante blanco aquello que les hace especiales ante los ojos de la plebe. No es que el fracaso los humanice; más bien, entroniza el trivial fruto de nuestros esfuerzos cotidianos. De algún modo, pensamos, todos somos campeones del mundo de algo. También nosotros podemos presumir de pequeñas –o gloriosas– victorias. Son las que nos ponen una sonrisa en la cara a pesar de nuestras miserias o de tantos días que nos gustaría olvidar.

Fernando Alonso ha tenido unos cuantos de esos días horribilis en su vida. En Brasil, contemplan­do impotente cómo apenas basta una hora para que se marchiten los laureles de una triple corona. En Abu Dabi, dándose cuenta tras el Renault de Vitali Petrov de lo fácil que se reescribe la crónica de una victoria anunciada. O los dos últimos años en Mclaren-honda, aspirando de lejos la estela de humo de los primeros del pelotón. Ha bailado una danza con la fatalidad y, a veces, con la muerte. Pero, a pesar de todo, sonríe.

"Soy mucho más feliz de lo que me veis", nos ha confesado, y nos lo creemos. Porque un hombre que ha visto acercarse un muro a 250 km/h, que ha convencido tantas veces a las parcas de que aún no es el momento porque lo mejor está por llegar, ha de ser feliz a la fuerza. Los que se empeñan en atizarle en el morro con el

Marca de las jornadas de zozobra pinchan en hueso. "Tengo dos títulos mundiales, cuatro subcampeon­atos del mundo, he luchado por estar siempre en la línea de salida, con 97 podios… Y luego veo a un tipo con un talento increíble como Hülkenberg, un superpilot­o, que estaba intentando lograr su primer podio en el último Gran Premio de Austria… Cuando me frustro me pellizco a mí mismo y me digo 'has tenido mucha suerte', e intento disfrutar de cada momento".

Aescudería Mclaren-honda. Temporada y media después, Alonso sigue doblando la apuesta a pesar de lo ruinosa que ha sido la partida hasta ahora y confía en el nuevo reglamento para soñar con un 2017 en el que vuelvan los podios. "Yo creo que sí es posible. Al final el cambio más grande va a ser en el coche, varía toda la aerodinámi­ca, así que tengo esperanza de que eso mezcle un poco las cartas porque ahora mismo Mercedes tiene una ventaja importante, no solo en motor, también en aerodinámi­ca. Y lo que es más importante para mí, tenemos ocho o diez meses hasta que empiece la temporada para mejorar el motor. Si los otros están al 98 por ciento del desarrollo posible de su motor, nosotros estamos al 70".

Solo el tiempo dirá si los cambios normativos devuelven a Mclaren-honda a la senda victoriosa a la que le apura su leyenda. Por desgracia, en una F1 en la que manda la montura de acero sobre su jinete, será la única forma de contemplar de nuevo al Alonso insolente y de ceño fruncido. "Estaría bien que el piloto tuviera más protagonis­mo, que la gente note cuando estás inspirado. Hoy yo puedo tener la mejor carrera de mi vida y terminar noveno. No es algo tan notorio como en otros deportes; si tienes una noche mágica en la NBA y haces 80 y pico puntos ganas tú solo el partido. En la Fórmula 1 no existe ese factor de iluminació­n".

Pase lo que pase en 2017, es muy posible que Fernando siga sonriendo. Al contrario que nosotros, pobres mortales, con solo 34 años atesora fama, dinero, las más bellas mujeres, el privilegio de trabajar montado en un sueño y una silla a perpetuida­d en el Olimpo del automovili­smo. Conquistas que ya nadie le va a robar. Por el camino se ha dejado afectos, un matrimonio, innumerabl­es sacrificio­s y una vida que pasa demasiado deprisa. Si le preguntáis, os dirá que es un precio ínfimo a pagar. Calderilla. Aunque el viaje le haya llevado del primer escalón del podio a quedarse tirado en una cuneta. Muchos pensaréis que no merece la pena, que sería mejor que lo mandara todo a la mierda, que maldijera su estampa cada vez que su monoplaza dice basta sobre el asfalto de un país extraño. Tal vez por eso, pero solo tal vez, no sois campeones del mundo… de Fórmula 1.

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