UNA DOSIS DE ANGLOFILIA
De padres británicos pero nacida en Boston, la firma centenaria New Balance se resiste al vicio de la deslocalización: controla seis fábricas a pleno rendimiento en Occidente, cinco en EE UU y una en Gran Bretaña. ¿El motivo? Mantenerse fiel a su filosofí
Existe un dato que los patrioteros del Brexit siempre omiten: el número de británicos que han vivido y triunfado fuera de sus fronteras gracias a la generosidad de otros países. No parece justo olvidar los casos de algunos hijos de la Gran Bretaña que vivieron las mieles del éxito en tierra extraña. Richard Burton, Cary Grant o Elizabeth Taylor, entre otros, alcanzaron el estatus de estrellas cuando emigraron a Hollywood. Quién sabe cuál habría sido el destino de estos genios de la interpretación si hubieran decidido quedarse en su zona de confort. En este punto resulta preciso nombrar a William J. Riley, uno de los personajes que a buen seguro allanó el camino a todos ellos. En 1906, este ilustre expatriado se mudó a Boston y estableció las bases de la leyenda de New Balance. Comenzó produciendo productos ortopédicos y su firma pronto se convirtió en uno de los gigantes mundiales del calzado. Para dar forma al soporte plantar de sus zapatillas, Riley se fijó en las patas de las gallinas, célebres por sostenerse sobre tres puntos de apoyo. Aquel descubrimiento, pensado para la comodidad de los trabajadores que pasaban tantas horas de pie, le valió el aplauso de una clientela de lo más heterogénea, desde deportistas de élite a iconos del streetwear. Con el fin de mantener sus esencias anglófonas, la marca siempre se ha resistido a la deslocalización total y mantiene seis fábricas a pleno rendimiento en Occidente, cinco en EE UU y una en Reino Unido. De ellas salen las colecciones exclusivas Made in USY Made in UK, diseños universales con acento local. Frente a los idearios exaltados, New Balance ha optado por jugar la carta de la globalización constructiva. Y eso nos encanta.