Resistiré DANIEL ENTRIALGO Director de GQ
EN EL LABORATORIO CLARENDON de la celebérrima universidad de Oxford, protegido dentro de una urna de cristal, se conserva un pequeño artefacto mecánico –similar a los tradicionales despertadores de campana que nuestros padres ponían en la mesita de noche– que lleva funcionando ininterrumpidamente desde hace la friolera de 177 años (al menos que se sepa; pueden ser incluso más). Lo alimenta de electricidad una pequeña pila –de las llamadas secas– compuesta por varios discos alternativos de plata, zinc y sulfuro; una de las baterías más rústicas y antiguas de las que se tenga noticia, patente diseñada por el físico y sacerdote italiano Giuseppe Zamboni a principios del siglo XIX.
¿Y por qué una pila coetánea de Napoleón o Dickens puede durar varios siglos (ni las del conejito de Duracell) cuando la batería de un iphone último modelo no nos llega ni para un viaje de unas cuantas horas? Misterio. Los investigadores de la universidad de Oxford están deseando reventar las tripas del dichoso aparato y comprobar qué esconde exactamente esta pila inmortal; sin embargo, al hacerlo, podrían cargarse su funcionamiento, por lo que prefieren esperar y esperar, desde hace lustros, a que la energía de la batería se agote por sí misma antes de proceder a investigarla.
Y en esas seguimos todavía. Esperando. Porque la pila dura y dura y dura, camino de los 200 años de vida útil. Casi nada. Para que luego nos vendan esos cacharros de plástico con obsolescencia programada.
Qui resistit, vincit. Quien resiste vence. Dicen que Camilo José Cela incluyó esta máxima latina en el escudo de armas de su marquesado de Iria Flavia, el título que el rey emérito tuvo a bien regalarle tras su premio Nobel. Yo, desde luego, lo tengo clarísimo. Puede que me guste mucho o poco su música, sus novelas o sus películas, pero si algún cantante, escritor o actor consigue mantenerse en primera línea de fuego durante varias décadas –con lo voluble que son gustos, envidias y modas– se merece por ello todos mis respetos. Me da igual que sea dentro del mercado chicle comercial o de la escena más purista indie; tiene un mérito tremendo. Llenos están los telefilmes de sobremesa (esos que acompañan nuestros ronquidos del sábado siesta) de rostros populares que –tras dos o tres bombazos de taquilla– se perdieron para siempre en las nieblas del tiempo. One-hit wonders. Guaperas y pibones de los que nunca más se supo. Carne triturada y sazonada para los ¿Qué pasó con...? En este número de abril –nuestro GQ especial Respeto– homenajeamos a un puñado de actores veteranos que, como esa pila de la universidad de Oxford, se niegan a dejar de sorprendernos. Paso a paso, igual que la tortuga incansable que venció a Aquiles en su carrera, han ido trazando –década tras década– una larga y sinuosa trayectoria tan elogiable como asombrosa. Da igual lo que marque su edad. Da igual el número de veces que nos hayan hecho ir hasta el cine. Duran y duran y duran. Resisten.
Y quizá por eso, ya han vencido.