Un universo artístico en miniatura.
Las esculturas (en grafito puro) de Jasenko Djordjevic nos demuestran que un lápiz puede ser un arma cargada de futuro.
Como periodistas que somos, en la redacción de GQ nos encanta el olor a madera de lápiz por las mañanas. Decía Gómez de la Serna que es el único aroma que puede competir con el de una tormenta y que en las cajas donde reposan es donde guardan los niños sus sueños. El lápiz es un instrumento que alcanza su plenitud con su propia destrucción. Pide ser gastado. Al igual que los bloques de mármol en el taller de Miguel Ángel, ansía que lo despojen del carbono que le sobra (no tan diferente al de un diamante, por cierto). Escribir o dibujar con un lapicero puede resultar en una obra maestra o en una sofisticada y trivial maniobra para redondear su filo hasta tornarlo romo. A lo largo de la historia, prestando al lienzo o a la página en blanco parte de su materia, el lápiz ha sido un secundario de lujo en la historia del arte.
Hasta que llegó Jasenko Djordjevic: "Un lápiz, desde el comienzo de los tiempos, ha sido un útil para crear arte", nos explica este miniaturista bosnio. "Gracias a mis esculturas se convierte en arte, adquiere un rol totalmente diferente. Para mí, el lápiz es mucho más que un material o una herramienta. Hacer esculturas con lápices me permite lanzar un mensaje muy poderoso".
Djordjevic descubrió en enero de 2010 que hasta la mina más diminuta de grafito merece ser explotada. Con la pesadilla de la guerra de los Balcanes ya casi olvidada, decidió reconducir su vieja pasión por las miniaturas de origami –también clama haber construido el barco de papel más pequeño del mundo– hacia la escultura en puntas de lápiz. El resultado de años de dedicación a este arte tan minoritario es, como puedes contemplar, a la vez poético y perturbador. "Creo que el reducido tamaño de la obra la engrandece desde un punto de vista simbólico. Mis esculturas perderían gran parte de su significado si su escala fuera mayor. Cuanto más pequeñas son sus dimensiones, mayor es el mensaje".
Si estás pensando que hace falta tener mucho tiempo libre para alcanzar este grado de maestría en el cincelado del grafito, estás en lo cierto. Jasenko confiesa que lleva tiempo en paro; o, lo que es lo mismo, que vive de su arte (y de sus clases de Aikido). Que hay que buscarse la vida, vaya. Ya ha sido seleccionado para cinco exposiciones individuales en Bosnia, Reino Unido, Noruega y Alemania, prevé exhibir sus obras en Roma este año y su trabajo puede verse en la colección permanente del Museo del Lápiz de Cumberland, en Inglaterra. Atesora unos cuantos reconocimientos más, como un par de premios en la 7ª Biennial of Miniature Arts of BIH de Tuzla, su ciudad natal, y ha trabajado para organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional y Save the Children. "Sobreviví a la guerra
en Bosnia-herzegovina. Por aquel entonces era un niño, pero lo suficientemente mayor como para darme cuenta de lo que estaba pasando. No tuvo una gran influencia en mi arte, pero sí impactó en mi visión del mundo. Por ello apoyo todas las causas que puedo y trato de enviar un mensaje crítico del actual estado del planeta. Soy consciente de que el cambio que puedo provocar es pequeño, pero es importante apuntar a los problemas". Por ejemplo, con un lápiz; que, gracias a Jasenko, sigue siendo un arma más poderosa que la espada.