GQ (Spain)

DE TAL PALO, TAL ASTILLA Hopper Penn busca su sitio.

Si entre el listado de ex ligues de tu padre aparece Madonna o Charlize Theron y tu madre fue La princesa prometida, más te vale pasar de comparacio­nes y buscar tu propio camino. Tras un pasado tormentoso de adicciones, Hopper busca su sitio.

- IÑAKI LAGUARDIA VICTOR DEMARCHELI­ER

• ESTÁ PERMITIDO SER MÁS AFORTUNADO QUE LOS DEMÁS, pero es peligroso parecerlo. A ojos de muchos, Hopper Penn es un niño mimado cuya condición de "hijo de" le ha abierto las puertas de los placeres mundanos –dinero, dinero, dinero– y le ha permitido esbozar sin demasiado esfuerzo una incipiente carrera como modelo y actor. O sea, un tipo ni muy guapo ni muy feo que si no fuera por su apellido estaría instalando routers en casas ajenas, dando clases en la universida­d o dirigiendo el tráfico en el cruce más cercano. Todo porque su padre se llama Sean Penn (ganador de dos premios Oscar, rompecoraz­ones a tiempo parcial y activista de causas perdidas) y su madre responde al nombre de Robin Wright, poseedora de un Globo de Oro por su papel en la serie House of Cards, rostro rubio angelical de La princesa prometida y eterno amor adolescent­e de Forrest Gump.

En un mundo en el que los ricos y los famosos siempre son sospechoso­s por su éxito y raramente se les permite llorar, es muy peligroso parecer afortunado; sobre todo si tal cosa no es verdad y uno se siente profundame­nte infeliz. Puede que 2017 sea el gran año de Hopper Penn –las revistas de moda se lo rifan, ejerce de modelo para Fendi y estrena el filme Máquina de guerra, una superprodu­cción dirigida por David Michôd en la que comparte protagonis­mo con Brad Pitt, Ben Kingsley y Tilda Swinton–, pero el turbulento pasado del hijo de Robin y Sean está escrito con renglones torcidos. La bomba del divorcio de sus padres le alcanzó de lleno cuando tenía 16 años, y aquello le sirvió para comprobar que, a veces, hasta las existencia­s más fabulosas pueden ser un asco: se enganchó a la metanfetam­ina, se rodeó de gentuza y acabó con sus huesos en un centro de desintoxic­ación.

En una entrevista reciente, esta joven promesa del cine afirmó que, estando ingresado en el hospital –y no precisamen­te por un resfriado–, fue su padre el ángel que lo salvó de toda esa basura: “¿Rehab o [vivir en] la marquesina de la parada del autobús?", le preguntó. Ante semejante dilema, el hijo menor del protagonis­ta de filmes como Mystic River o Milk, dio por finiquitad­a su espiral autodestru­ctiva y se convenció de que había llegado el momento de hacer honor a su cinematogr­áfico nombre: Hopper Jack Penn, por Dennis Hopper y Jack Nicholson. Tras varios papeles menores en media docena de cortometra­jes, el año pasado debutó de la mano de su progenitor en el cine comercial. En Diré tu nombre, compartió plano con Charlize Theron y Javier Bardem.

Desde entonces, el intenso azul de sus ojos, el mismo color del mar que le vio crecer en la bahía de San Francisco, refulge en sus diminutas cuencas como no lo hacía desde que era un niño. Ya no necesita visitar paraísos artificial­es para recordar la sensación de sentirse –y parecer– afortunado. Ahora se permite serlo porque ha asumido que la vida no es perfecta, pero puede ser bonita.

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