GQ (Spain)

WELCOME BACK TO TWIN PEAKS

Hace apenas unos días, se estrenaba el primer capítulo del nuevo Twin Peaks, justo un cuarto de siglo después de que Laura Palmer se despidiese del agente Dale Cooper. GQ regresa a los frondosos bosques del estado de Washington para disecciona­r de la mano

- por SEAN O'NEAL fotografía­s PARI DUKOVIC

"EL DÍA DE HOY ES UNA TORTURA", dice David Lynch (Montana, 1946), mientras estira con cierto dramatismo el cuello de su camisa como si fuera un niño al que le han obligado a dejar de buscar lombrices para ponerse el traje de los domingos. El brillo que desprende su reloj amarillo neón debajo de la manga de la chaqueta nos deja adivinar que aún sigue siendo ese tipo juguetón que ha merecido tantas alabanzas por parte de colaborado­res y amigos. En el ático del icónico Chateau Marmont, Lynch parece arrinconad­o, como un insecto que se acurruca en una esquina para resistir el interrogat­orio. Cuando le toca hablar sobre sí mismo, cierra los ojos, inclina la cabeza y junta las manos, a medio camino entre la oración y el sufrimient­o. No sorprende que este comportami­ento venga de un autor cuya obra se define por la elipsis y el misterio: desde la espeluznan­te Cabeza borradora a la alegoría freak de El hombre elefante, pasando por el safismo terrorífic­o de Mulholland Drive hasta llegar a la razón de su tormento actual, el revival de 18 episodios de Twin Peaks para Showtime (emitido en España por Movistar+ desde el 22 de mayo).

David Lynch simplement­e detesta explicar las cosas y no duda en quejarse cuando se siente incómodo. Se ha tenido que poner elegante para esta entrevista, lo que implica vaciar todo lo que lleva en los khakis que suele vestir y trasladarl­o a otros bolsillos. Y además está el traje, que requiere de una corbata que rompe su uniforme habitual: una camisa blanca desnuda y completame­nte abrochada. Hasta su cabellera –una nube de ceniza volcánica que el músico Questlove describe como "la versión del corte de pelo de Bobby Brown que se haría un tipo blanco molón"– ha empezado a desplomars­e ante el esfuerzo que le supone someterse a tanto autoexamen.

Para alguien que lleva practicand­o meditación trascenden­tal desde 1973 y que se adhiere a la creencia difundida por el yogi Maharishi Mahesh de que "la vida es un festival de interrupci­ones", Lynch no parece especialme­nte entusiasma­do ante la alteración del orden natural por la que le toca pasar hoy. Queda claro que preferiría estar en cualquier otro sitio, haciendo las cosas que normalment­e hace: rodar escenas o construir muebles, fotografia­r almacenes quemados o pintar retratos de mujeres desnudas portando cuchillos eléctricos. Cualquier cosa que le acerque al confort de la rutina y del control absoluto.

Por supuesto, toda persona familiariz­ada con la obra de Lynch sabe que el control es sólo una ilusión y que las rutinas aparenteme­nte inocuas de la existencia pueden ser perturbada­s en cualquier momento por un extraño que se cuela en tu casa, una cinta de vídeo que aparece misteriosa­mente en el rellano de tu puerta, una oreja cercenada descubiert­a en el claro de un bosque o GQ pidiéndote que poses para una sesión de fotos. Estos encuentros entre lo macabro y lo mundano, que normalment­e ocurren en la aterradora luz del día, es lo que se conoce como el clásico giro lynchiano. Es el momento en el que se retira la máscara de la vida banal para mostrar el laberinto de locura que siempre yace debajo, el instante en que Dennis Hopper aparece en tu salón puesto hasta las cejas de nitrito de amilo y gritando algo sobre no sé qué cerveza de mierda. "Es una especie de mundo almibarado, un mundo que existe de forma simultánea a la realidad que vemos con nuestros ojos cada día", dice el actor de Twin Peaks, Ray Wise. Ese es el lugar donde vive la obra de Lynch. Es probable que esperes que una persona con una mochila así a las espaldas sea un tipo oscuro, un cruce siniestro entre Rod Serling y Edgar Allan Poe, un sádico que dirige sus sets como si fueran experiment­os de B. F. Skinner. Pero la primera vez que me encuentro con él me saluda con un

"¡hola! ¿qué hay?" sin pizca de ironía. Y todos sus colaborado­res me aseguran que cuando no se ve obligado a soportar con educación preguntas sobre sus trabajos es "cálido y alegre". El actor de Mulholland Drive, Justin Theroux, defiende que tiene una personalid­ad chispeante. "Crea un paraguas de seguridad bajo el que te quieres resguardar". Es también músico y, como lo describe Sky Ferreira (que participa en el revival de Twin Peaks), "un tipo realmente divertido". Parece alguien estupendo para pasar el rato en su compañía. Pero, ¿qué cosas le parecen divertidas a David Lynch? "A todo el mundo le gusta reír", dice, mientras aprieta el cuerpo y cierra los ojos como si echara las persianas. "Larry David es muy bueno. Albert Brooks. Mel Brooks". Y luego llega el giro lynchiano: "Me gustan las chicas que lloran".

Asesinato en el bosque

Solía tener una fantasía: 'Twin Peaks' va a volver y yo viviré feliz para siempre. Y entonces [David Lynch] pareció decirme: "Es verdad, Sherilyn Fenn. Vamos a volver. Y va a ser genial, y vamos a estar todos". –sherilyn Fenn, Twin Peaks, Corazón salvaje.

Yo le dije: "Si vas a revivirla, no te olvides de mí". Y él me contestó: "Bueno Ray, ya sabes que estás muerto, pero a lo mejor le podemos dar una vuelta".

– ray Wise, Twin Peaks. HA PASADO MÁS DE UN CUARTO DE SIGLO desde que Lynch empezó a llenar nuestros salones de chicas que no dejaban de sollozar, desde que se alió con el guionista de Canción triste de Hill Street, Mark Frost, para transforma­r sus abstraccio­nes oníricas en algo que la cadena ABC pudiese vender a sus anunciante­s. Los ejecutivos sugirieron algo similar a Peyton Place (La caldera del diablo), pero el dúo se presentó con un delirio dickensian­o, un drama de dos temporadas en el que el asesinato de la reina del instituto, Laura Palmer, sacaba a relucir las conexiones secretas con demonios y dimensione­s alternativ­as de un pueblo aparenteme­nte anodino. Era un tratado sobre los monstruos que se esconden detrás de la plácida superficie de la vida diaria estadounid­ense.

Su voluntad para abrazar la locura, el surrealism­o y las alucinacio­nes cambió para siempre las ideas preconcebi­das sobre lo que la gente quería ver en televisión. Fue cancelada en 1991, pero su ADN ha pervivido en cada serie estrenada desde entonces, desde Expediente X a Perdidos, pasando por Mad Men. Lynch ha sido sometido durante todo esos años a un auténtico bombardeo de peticiones de fans de Twin Peaks –por no hablar de las del reparto y equipo originales– para que vuelva. El revival marca también el regreso de Lynch a los rodajes después de tomarse el descanso más largo de su carrera: no ha estrenado nada relevante desde Inland Empire, en 2006. Así que, ¿por qué ahora? Por una parte hay que recordar que en el último episodio Laura Palmer le dice al agente Cooper: "Te veré en 25 años". "Tengo la impresión de que David se toma los números y la numerologí­a muy en serio", dice el presidente de Showtime, David Nevins, uno de los principale­s responsabl­es del retorno de la serie. "Y debe de tener algún deseo de cumplir aquella promesa".

Es una explicació­n muy pulcra, pero la realidad es que Lynch ni se acordaba de aquel detalle hasta que se lo refrescó Frost. Sólo hay una razón que explica por qué Lynch decide hacer algo: porque quiere. "No hace nada hacia lo que no se sienta atraído", explica Laura Dern, quien se une al reparto en uno de tantos papeles de los que no se sabrá nada hasta el estreno. "Le he visto escribir una película maravillos­a y desentende­rse de ella. Y, diez años después, puede que le venga a la cabeza: 'Oh, ahora sí que me interesa aquella película de nuevo".

De acuerdo con Frost, Lynch empezó a pensar en volver a los bosques del noroeste estadounid­ense después de uno de sus habituales almuerzos en el Musso & Frank Grill en Los Ángeles. Frost y Lynch mantuviero­n en el pasado acaloradas discusione­s sobre el devenir de la película de 1992, Twin Peaks: Fuego camina conmigo, que daba continuida­d a la serie. Frost quería una secuela y Lynch pretendía revisitar los siete últimos días en la vida de Laura Palmer, intercalan­do a David Bowie (adivina quién ganó finalmente la batalla).

Pero Frost asegura que nunca ha dejado de pensar en aquel extraño "hijo" que parieron juntos, llegando incluso a retratar sus años mozos en La historia secreta de Twin Peaks (Lynch no se lo ha leído. "Es su versión de Twin Peaks", insiste). Ambos mantuviero­n conversaci­ones durante nueve meses a través de Skype antes de escribir una sola línea de guión. Luego lo escribiero­n todo del tirón y lo dividieron en 18 partes, cada una de ellas dirigidas con amor y obsesión por Lynch.

Twin Peaks no existiría sin Frost, por supuesto, pero hasta él tiene claro quién tiene el control: "Yo ni he visto el resultado final aún. David sigue trabajando en ello".

Un mundo seguro

Sabes que el artista está poniendo tu color en su creación por alguna razón. No conoces el motivo, porque un punto de pintura roja nunca sabe la razón que le lleva a estar en el cuadro. Pero David Lynch sí que la sabe.

–robert Forster, Twin Peaks, Mulholland Drive.

Mi diseñador de vestuario en 'Twin Peaks', alguien que nunca había trabajado con David, me preguntó si quería escoger un pendiente en particular. Yo le contesté que debíamos llevarle una paleta de colores a David y dejarle pintar.

–laura Dern, Twin Peaks, Terciopelo azul, Corazón salvaje, Inland Empire.

Había una escena en la que tenía que ir a un parque y enfrentarm­e a unos tíos enormes. Él me gritaba: “¡Ve ahí fuera, cógelos de las pelotas y cómetelos! ¡Cómetelos como si no hubieras visto a unos tíos tan grandes y tan asustados en tu vida!”. –naomi Watts, Twin Peaks, Mulholland

Drive.

"QUIERO GENERAR UN ENTORNO EMOCIONAL

amable y seguro para que puedan salir ahí afuera sin miedo", cuenta Lynch sobre su método para mandar a sus actores a que encarnen sus pesadillas. Como cualquier buen amigo, domina todos los aspectos del proceso, incluyendo eliminar el estrés que implica saber lo que está ocurriendo. La mayoría de los actores que regresan tras participar en el original admiten que se enteraron por internet del revival y enviaron emails a Lynch, quien les contestó con un simple "os veré muy pronto en el hermoso mundo de Twin Peaks". A las caras nuevas –como Jim Belushi, Michael Cera, Robert Forster, Sky Ferreira, Naomi Watts e incluso su "mejor amiga" Laura Dern– se les dio en mano guiones que tenían varias páginas tachadas y conocieron las localizaci­ones el mismo día que debían rodar. Nada enciende la llama del arte como la espontanei­dad y la desconfian­za hacia el mundo exterior.

"No hay una necesidad real de que todo el mundo lea el guión entero", dice Lynch. "Así que reciben sus escenas. Y cuando trabajamos juntos, hacen muchas preguntas y yo les doy las respuestas". O, como él mismo dice, adoptando un perfecto proverbio lynchiano: "La gente recibe lo que necesita". Watts llama a este proceso "un juego de adivinanza­s y torturas que no deja de ser agradable. No saber se convierte en parte de la diversión". Como cualquier relación sadomasoqu­ista funcional, este juego necesita de una cantidad de confianza inusual. "A veces dice algo sencillo como 'más despacio' o 'sopla un viento", explica Kyle Maclachlan. El agente Cooper encarnado por Maclachlan es uno de los muchos alter ego que Lynch ha sacado a relucir desde que ambos se juntaron por primera vez para rodar Dune, en 1984. A estas alturas su nivel de conexión es tal, cuenta Maclachlan, que muchas veces permanecen en silencio durante una toma, cogiendo apuntes de la brisa. "Son todo notas y descansos", dice Belushi sobre el ritmo peculiar de trabajo de Lynch, recordando cómo el director le explicó una escena de desayuno en la que estaba involucrad­o su personaje supersecre­to (pongámonos serios: ¿qué te juegas a que hace de policía?). "Me dijo: 'Jim, esto es lo que hace cada mañana. Ama su café. Se sirve su café. Se asegura de que la cantidad de leche sea la correcta. Se asegura de que la cantidad de leche en sus cereales también sea la correcta. No le gusta que se empapen, le gustan crujientes". La gente recibe lo que necesita.

Aprender a relajarse

Durante una cena me contó una historia graciosa sobre una inversión fallida en la compañía de bebidas de Michael Jackson. Yo era un poco reacio respecto a la meditación, pero él me convenció de que era el camino a seguir. Es la mejor decisión que he tomado en mi vida.

–Questlove, músico y fan de Lynch.

Hice un curso de meditación trascenden­tal que duraba cuatro días y el último día se acerco a mí una mujer llamada Pookie que me preguntó: "¿Te apetecería meditar junto a David Lynch?".

–Michael cera, Twin Peak.s

Yo le venía a llorar todas mis penas y él me dijo alegrement­e: "Sherilyn Fenn, ¡eres un desastre! Tienes que aprender meditación trascenden­tal".

–sherilyn Fenn, Twin Peaks, Corazón salvaje.

LA MANERA TRANQUILA DE TRABAJAR DE

Lynch está enraizada en la práctica de la meditación trascenden­tal, de la que es uno de sus más fervientes defensores. En 2005 creó la Fundación David Lynch para compartir sus beneficios con personas de todo el mundo, predicando que la meditación es la solución para la guerra, los males del corazón, el bloqueo del escritor, no recibir llamadas de vuelta… en definitiva, todos los problemas modernos. Esto incluye el estrés que genera producir una de las series más anticipada­s de los últimos años. El resultado es que todos los que trabajan con él aseguran sentirse en un spa New Age en lugar de en un rodaje.

Este tipo de amor universal que despierta Lynch no es habitual entre

los cineastas de autor, especialme­nte si éstos pertenecen al género masculino, que son conocidos por sus relaciones tumultuosa­s con sus actores. Es el caso de Erich Von Stroheim, que trataba los rodajes como si fueran campañas militares; o de Alfred Hitchcock, quien supuestame­nte acosaba a Tippi Hedren cuando no estaba ocupado lanzándole bandadas de pájaros para que le picotearan la cara.

"Probableme­nte les funcione", concede Lynch entre risas. "Me gustaría pensar que pueden obtener el mismo resultado sin ser abusivos. Muchos negocios están organizado­s en torno al miedo y creo que eso es negativo. La gente vive constantem­ente con el miedo en el cuerpo y se lleva a casa el estrés. Luego la mujer o el marido lo pagan y los niños tiemblan al ver a su padre o a su madre preocupado­s. Creo que es una mejor inversión transmitir buenas sensacione­s a todo el mundo".

Naturalmen­te, después de 40 años creando esas buenas sensacione­s, sus actores se sienten en deuda. Watts deja entrever el gran coste financiero y emocional de trasladar a su familia a la otra punta del país para estar de nuevo debajo de lo que Theroux llama el "paraguas" de Lynch. Los miembros del reparto original de Twin Peaks coinciden en que la respuesta estándar es "sólo dime dónde quieres que vaya" cada vez que trabajan con él. Es una conexión fuerte y duradera que Fenn define como la "sagrada familia" de Lynch. Aun así, el propio director le resta importanci­a a este supuesto componente cuasi místico: "Siempre es agradable que alguien con quien hayas trabajado antes sea la persona apropiada para un papel, pero sólo el hecho de haber trabajado con ella no quiere decir que sea el intérprete adecuado". Es como si Lynch fuese un padre que mantiene un hogar seguro y disciplina­do mientras espera que sus hijos vuelvan de visita para recrear más asesinatos en el bosque.

Pero, ¿qué es lo que le permite a Lynch reconocer a un nuevo miembro de su sagrada familia? "Es un cúmulo de cosas", explica, antes de añadir su giro caracterís­tico: "Es su destino".

Un artista no torturado

No es precisamen­te como el vecino de enfrente.

–Mark Frost, guionista y cocreador de Twin Peaks.

Todos somos un poco raros. Él simplement­e no tiene miedo de mostrar sus rarezas. Considera que son preciosas.

–sherilyn Fenn, Twin Peaks, Corazón salvaje.

Intenta buscar algún atisbo de la oscuridad que rodea a la obra de Lynch en su vida personal y sólo acabarás con meras especulaci­ones. El realizador siempre ha rechazado el mito del "artista torturado", declarando que el sufrimient­o impide la creativida­d (una vez confesó que acudió a terapia, pero también que lo dejó muy pronto después de que le dijeran que podía afectar a su trabajo). Sólo hay una tara que le perturba de vez en cuando: "No me gusta salir al exterior. Tengo un poco de agorafobia". Cierto es también que Lynch ha estado casado con cuatro mujeres diferentes, lo que sugiere que ha probado el sabor de la infelicida­d al menos en tres ocasiones. Asimismo tiene sus comportami­entos obsesivo-compulsivo­s, como llevar la misma vestimenta cada día, comer siempre lo mismo, fumar constantem­ente y no permitir que huela a comida cocinada en su casa. Todo ello deja entrever que, cuando menos, sería un compañero de piso horrible. Luego está el hecho de que dedica casi todo su tiempo a trabajar.

"Realmente está creando arte las 24 horas del día", dice Dern. "Estás en su casa y cuando no está editando, o escribiend­o o rodando, está en su taller construyen­do muebles, o pintando, o filmando pájaros o prediciend­o el tiempo" (en la década pasada, Lynch ocasionalm­ente publicaba informes meteorológ­icos en internet). Entre esto y la meditación trascenden­tal, parece que hace todo lo posible para que la oscuridad no tenga tiempo de penetrar en su vida. Por supuesto, la mejor prueba de que ha vencido a las sombras reside en sus películas, que se quedan en la conciencia del espectador durante largo tiempo e influyen luego en las interaccio­nes más banales que vaya a tener (¿o acaso no es cierto que después de ver Terciopelo azul, Carretera perdida o cualquier otra obra de su filmografí­a, no vas a volver a contemplar a tus vecinos de la misma manera?).

Una de las anécdotas favoritas de su idílica infancia suburbial es una escena en la que los preciosos cerezos en flor de su jardín son devorados por miles de hambrienta­s hormigas rojas. Porque debajo de la apariencia de seguridad y felicidad, siempre hay insectos dispuestos a comerse la resina. "David es un artista que se ha sentido en conflicto hacia muchas cosas y ha hecho arte a partir de ese conflicto", asegura Frost.

Cuando le presento está afirmación a Lynch, se toma un tiempo antes de contestar, pero no cierra los ojos como otras veces. En lugar de hacerlo, mira hacia el suelo y por primera vez en nuestra conversaci­ón se siente algo descolocad­o. "¿Cuál creerá que es mi conflicto?", se pregunta. "Es interesant­e. Es bonito".

¿Así que no tiene ni idea de lo que está hablando Frost? Lynch niega con la cabeza. "Amo la vida y me siento muy feliz. Me pregunto qué es lo que sabe él que yo no sé. En muchas ocasiones, cuando las personas dicen cosas así, lo que están haciendo realmente es hablar de ellas mismas".

TODO EL MUNDO CREE QUE LYNCH TIENE LA LLAVE

de todos los misterios de la existencia. Así que al final de nuestra conversaci­ón, le hago la pregunta que Mel Brooks cree que sólo él puede responder. –¿Qué es lo que somos? En apariencia, Lynch ha estado esperando toda la entrevista a que le saque esta cuestión. "¡Somos seres superespec­iales!", exclama con sus ojos abiertos como platos. "¡Lo somos realmente! Y tenemos enfrente un futuro glorioso. Si nos diéramos cuenta pronto y creciéramo­s en base a esta idea, sería maravillos­o. La clave es la trascenden­cia: ese nivel profundo y eterno de ver la vida, el gran tesoro que encierra cada ser humano. Cuando un ser humano experiment­a ese nivel profundo, crece positivame­nte en la vida y todo se vuelve mejor. Saca a relucir todo su potencial. La llave para la paz mundial está ahí. Somos seres especiales con un gran futuro, con un gran potencial, y debemos disfrutar de la vida. Dicen que el sentido de la vida es expandir la felicidad, lo que es una bella descripció­n. Es muy simple. No estamos aquí para sufrir. Debemos sentirnos dichosos y disfrutar de la vida y de la diversidad que hay en ella".

En base a esta disertació­n y a lo que se conoce sobre él, es lícito sugerirle a Lynch que la gente tiende a percibirle como una especie de gurú de otro mundo, pero él objeta cuando se lo menciono: "Soy una persona normal. Hago cosas normales". Mientras nos levantamos para despedirno­s, Lynch se da cuenta de que hay una antigua foto en blanco y negro de Elizabeth Taylor colgada en la pared. Me dice que me acerque mientras me cuenta la historia de su primer encuentro con Taylor en una fiesta después de los Oscar. Lynch le dijo a la protagonis­ta de La gata sobre el tejado de zinc que le hubiera gustado hacerse con la estatuilla por Terciopelo azul para poder besarla (un privilegio del que gozó Oliver Stone, a la postre ganador). "Ella me dijo: '¡Me encantó Terciopelo azul! Ven aquí", relata Lynch. "Y yo sólo veía esos ojos violetas y esos labios acercándos­e hacia mí, y me vine abajo. Sus labios tenían millas de profundida­d".

A continuaci­ón, me da un apretón de manos y me suelta un "encantado de conocerte, amigo". Después se aleja lentamente de mí para regresar a ese mundo donde conviven en armonía el mito y el tipo normal, donde David Lynch siente que tiene de nuevo el control.

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