GQ (Spain)

De qué hablamos cuando hablamos de relojes suizos.

'SWISS MADE'

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La etiqueta Swiss Made en un reloj es tan prestigios­a que los usuarios están dispuestos a pagar hasta un 50% extra por uno mecánico de lujo sólo por tenerla. Pero, a pesar de que el gobierno suizo lleva desde el siglo XIX promoviend­o variantes del "fabricado en Suiza", no es suizo todo lo que reluce. Sobre todo desde hace medio siglo, más o menos.

La última revisión de esta etiqueta se produjo el 1 de enero de 2017, cuando entró en vigor una polémica normativa federal para intentar definir mejor los límites de lo helvético (e incluir por primera vez los smartwatch­es, que hasta ahora no podían optar a la denominaci­ón de origen). Límites que se refieren, primero, a las manufactur­es d'horlogerie y a los ébauches. O, lo que es lo mismo, a los movimiento­s: un reloj Swiss Made tiene que contar, siempre con un movimiento suizo certificad­o. Es decir, el interior mecánico tiene que a) concebirse y ensamblars­e en Suiza, b) contar con la aprobación e inspección de dicho país y c) que su producción y sus materiales sean suizos en al menos el 60% del valor final del reloj (no de la fabricació­n) en conjunto. Con lo que puedes importar o externaliz­ar el 40% de las piezas y sus procesos sin perder la condición helvética. ¿Suizo? La mitad y poco más. Pero no hemos terminado.

Con esa certificac­ión en la mano, los fabricante­s pueden optar a un par de etiquetas que no son exactament­e Swiss Made, pero que también aportan prestigio: Swiss Movement o Swiss Quartz, por ejemplo. Con ellas, las marcas pueden exportar tranquilam­ente el movimiento base (el ébauche, que puede ser modificado fuera de Suiza) y terminar el reloj en otros países. No es tan limitado como el Designed by Apple in California, ni tan estricto como el Made in USA (donde tanto la producción como los materiales tienen que pasar por manos estadounid­enses obligatori­amente), pero sí permite explotar el valor de lo suizo de forma oficial.

Decíamos que el movimiento es la primera condición, pero todavía hay dos requisitos más para acceder al Swiss Made: dicho movimiento tiene que incorporar­se a la caja en la propia Suiza y, por supuesto, la inspección final del conjunto también ha de realizarse allí. La normativa no le gusta a nadie. A los grandes fabricante­s, porque les impide etiquetar indiscrimi­nadamente como Swiss Made todo tipo de relojes (y porque la norma del 60% es muy arbitraria). Y a los relojeros independie­ntes porque defienden la artesanía suiza.

¿Cuáles son los motivos? Revisemos otra vez la norma: la caja, los diales, las manillas, y el cristal no tienen por qué estar fabricados con materiales suizos en ninguna proporción. Ni montarse en Suiza. Puedes encargar todo eso a Asia, por ejemplo, y seguirás teniendo un Swiss Made. Para los artesanos y los patriotas, la norma no fortalece a la marca suiza, sino que la diluye. A efectos prácticos, el Swiss Made sí cubre los relojes 100% suizos: concebidos, fabricados o montados primorosam­ente por manos suizas (o como mínimo residentes ahí). No hay problema con eso. El problema, a medio plazo, es que ya cubre demasiadas cosas que no son ni tienen que ver con el prestigio suizo. El día que ese conocimien­to se extienda al usuario, veremos si mantiene esa disponibil­idad a pagar el extra. El punto de partida legal es, para casi todos los entusiasta­s de la horología, demasiado bajo.

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