CONVALECENCIA
"Lo peor de no morirse es el tiempo que
pasa uno regresando a la vida". Pensaba que esas iban a ser mis últimas palabras y conseguí decírselas al médico, que es a quien hay que ir informando de estas cosas: "Es un esfuerzo innecesario". "Yo no quiero morir –le dije–, pero esto a mí ya me está pareciendo absurdo". Pensaba en esos presos condenados a la silla eléctrica a los que la sanidad pública les extirpa un cáncer una semana antes.
A las pocas horas me dormí y empezó la larga vigilia. Imaginaba a todos los rostros de mi vida desfilando por la cama y llorándome en las sábanas, pero al hospital no llegó cariño ni cuando apareció mi ex.trajo una caja de bombones, como si eso fuera a impedir el coma. Esa inocencia suya. La encontré una belleza severa y lejana, casi altiva. Desde que nos separamos, ella había crecido como mujer lo que yo fui perdiendo como hombre. Ahora ella aparentaba 40 y yo 20: estábamos otra vez en el punto de ruptura. Todos los hombres y mujeres de los que me he ido separando han encontrado por sí mismos un éxito inesperado: fui toda mi vida talismán, uno de esos descubridores de talentos de los que nadie se acuerda cuando llega el oro olímpico.
Mi ex (qué expresión tan horrible: mi ex, como si fuese mía antes o después) vino a agradecerme los servicios con una caja de bombones. "¿Ves como pasaba algo?", me dijo al oído mientras se despedía; y se enjugó las lágrimas y la vi atravesar la puerta del cuarto mientras le preguntaba al médico cuándo saldría del hospital con el mismo tono de voz de quien pregunta cuándo saldría de una discoteca.
De todos, yo al único que esperaba era al buen Titi, porque Titi le contaba a uno la vida desde una perspectiva omnisciente, como a mí siempre me han gustado las cosas. En general, la gente va a los hospitales a ver a un paciente y después de preguntar "qué tal" se sienta y comienza el tortuoso monólogo de sus
vidas. Peor aún que regresar a la vida es hacerlo de la mano de las desgracias de los demás. Los veía venir, y me aumentaban la morfina.
Yo sentía que aquellas vidas no eran mías y que ni siquiera eran vidas objetivas, sino interesadas, porque las tragedias que en ellas se contaban aparecían manipuladas casi con malicia.
Titi al llegar abría la primera caja de bombones que encontraba, se llenaba la boca y me decía: "Hoy pasé por la plaza y estaba tal". No es que a uno le pareciese interesante nada de lo que le contasen, ni siquiera aquellas felices circunstancias municipales, pero cualquier cosa alimenta más que cuatro paredes y una cama altísima de hospital. Tan alta que si pudiese recibiría a las visitas estirando la mano para que me la tocasen, patéticamente entronizado. Se me estaba amargando la sangre y empezaba a pensar que aquel calvario no lo remediaría ni un paño en las llagas ni dos ladrones a mi lado para hacerme sentir mejor.tampoco la promesa de una resurrección, que no era otra cosa que una muerte más, pero a cámara lenta.
Y en esas estaba, despidiéndome mentalmente de los más bellos recuerdos de la infancia, admirando a todos cuantos quise y echaría de menos tras mi muerte, cuando me dijeron que el testículo ya estaba cosido, que no se subiría más, y que podía irme a casa y seguir jugando al tenis.