LABUENAVIDA
Phantom vive al margen de las modas y de la urgencia del resto de la industria. Para entender esto, basta explicar que el Phantom VIII llega al mercado 14 años después del primer modelo diseñado bajo la batuta de BMW; un periodo de recambio inusualmente largo que, en cualquier otra franquicia, habría bastado para alumbrar dos generaciones y otros tantos restylings.
No es ése el estilo de Rolls-royce. Parte del hechizo que ejerce el espíritu del éxtasis sobre sus clientes radica en la promesa de intemporalidad. A eso aspira el diseño del nuevo Phantom, obra de Giles Taylor: rompedor en algunos aspectos (como la robusta parrilla y los estilizados faros), pero continuista en esencia, como exige la parroquia del fabricante británico.
EL SILENCIO
Para entender los gustos y motivaciones de estos adinerados clientes, nos dicen en Rolls-royce, hace falta vivir como ellos viven, alojarse donde ellos se alojan, comer donde ellos comen y, por supuesto, conducir los coches que ellos conducen. A modo de cenicientas modernas, nos proponen vivir la experiencia durante un par de días a las orillas de lago Lucerna, en Suiza. Hasta allí nos desplazamos para probar el coche, que combina irresistiblemente bien con la fachada del Hotel Park Vitznau en el que nos alojamos, un establecimiento de esos que sólo frecuentan los súper ricos.
Experimentamos nuestro primer contacto con el coche desde el asiento de atrás de una unidad de batalla alargada (5,98 metros). La exuberancia de espacio de la que se disfruta, con esos asientos que se despliegan como la butaca de la primera clase de un avión o esas alfombrillas tan mullidas como un colchón de plumas, sólo es comparable a la nobleza de los materiales y el amor por los más mínimos detalles: cueros inmejorables, maderas trabajadas al detalle… o un techo iluminado por pequeños ledes como una noche estrellada. También el salpicadero, un continuo de cristal bajo el que el cliente puede cultivar cualquier motivo artístico, habla de un lujo como de otra época; o mejor dicho, como de cualquier época. Atemporal.
Pero lo que más llama la atención es el silencio. La marca ha añadido a esta generación hasta 130 kilos de materiales aislantes para que el pasajero pierda el sentido de lo que le rodea, se olvide del mundo y del tráfico, se relaje y, simplemente, disfrute del
trayecto. El trabajo realizado sobre el motor V12 biturbo de 563 CV, la suspensión neumática autonivelable, la transmisión e, incluso, o especialmente, los neumáticos, amplifica esa sensación de paz con el mundo. Nada vibra, nada suena, nada retumba. De hecho, cuando el coche está detenido, hace falta mirar a los relojes de aspecto analógico del salpicadero para comprobar que, en efecto, sigue encendido. Durante la cena del primer día, el propio Giles Taylor nos comenta que, para la marca, no será ningún trauma si algún día el Phantom ha de ser eléctrico. La sensación a bordo ya es exactamente esa.
AL VOLANTE
Pese a la creencia general, casi el 70% de los clientes que eligen el modelo de batalla corta (es un decir, con sus 5,76 metros) gustan de conducir su Phantom, aunque puedan pagarse un chófer. Y ahí es donde quizá resulta más sorprendente este mastodonte de 2.560 kilos. El nuevo chasis de aluminio le otorga unas cualidades dinámicas sin igual y las ruedas traseras direccionales lo introducen en los giros con insólita agilidad. Es pasmoso lo fácil que es de maniobrar en ciudad y, en carretera, hasta te permite disfrutar de una conducción dinámica. Lo comprobamos en las mil y una curvas del paso de Furka, en los Alpes, famoso puerto de montaña por el que James Bond huía de los malos en Goldfinger.
Es difícil fijar un precio para este coche. Un Phantom no se compra, se encarga, y las opciones de personalización son infinitas. Digamos que es fácil gastarse medio millón de euros en uno. Los responsables de Rollsroyce nos cuentan que ese dinero, para uno de sus clientes, es poco más que calderilla. "No les cuesta mucho decidir que quieren comprarse uno", nos dicen. "Pero a veces tienen problemas para elegir el color". Benditos problemas del primer mundo…
Saint Hubertus es un encantador hotel que ofrece un alojamiento de lujo en plena naturaleza de montaña. Está a los pies de la estación de esquí Breuil-cervinia, que es una de las más grandes y espectaculares de Europa: 350 km de pistas entre hermosos picos que conectan las ciudades italianas de Cervinia y Valtournenche con el Zermatt suizo, en el Matterhorn Ski Paradise; y todo bajo los dominios del espectacular monte Cervino y su inconfundible cima en forma de Toblerone.
Esta exclusiva propiedad de estilo alpino tradicional y cuyo diseño firma el arquitecto francés Savin Couelle, ofrece la posibilidad de practicar tanto los clásicos deportes de nieve en invierno como caminatas, montañismo, ciclismo o golf en los meses de verano. La experiencia gastronómica corre a cargo del restaurante del hotel, ofreciendo deliciosos menús donde se pone el acento en la cocina regional con los mejores productos locales. Así que no importa si eres un experto o no sabes esquiar –porque tienen a los mejores instructores dispuestos a enseñarte–, tú sólo tienes que calzarte las tablas.