La mente de Jonathan Groff pone freno a la locura en Mindhunter.
Esto no es un spoiler, sino un alegato: los últimos 20 minutos de Mindhunter son lo mejor que le ha pasado a la televisión en todo 2017 (bueeeno, tal vez exageramos un poco… pero no mucho). Hablamos de un desenlace magistral tanto por lo que se ve en el plano como por lo que queda fuera de campo: el gancho, la promesa de una segunda temporada igual o –con suerte, aunque difícil– mejor que la primera. "La lectura de aquel guión fue muy emocionante. Toda la tensión contenida durante los nueve primeros capítulos se desborda en un puñado de secuencias alucinantes", nos cuenta Jonathan Groff (Pensilvania, EE UU, 1985) al otro lado del teléfono, desde Nueva York.
Una historia cocinada a fuego lento, la ausencia de acción, la ruptura con los convencionalismos del género, unos diálogos plagados de entrelíneas y un plantel de personajes bien dimensionados son las señas de identidad de una serie que es puro David Fincher (del Fincher de Zodiac, en concreto). No en vano, el cineasta de Colorado ha producido toda la temporada y ha dirigido los cuatro episodios más relevantes de la ficción de Netflix: los dos primeros y los dos últimos. "David es muy meticuloso. Repite las tomas las veces que haga falta porque busca un resultado perfecto. Ha sido gratificante trabajar con un director de su talento".
Mindhunter se ambienta en 1977. Groff interpreta a Holden Ford, un agente del FBI empeñado en desarrollar técnicas de investigación que le permitan anticiparse a los movimientos de los psicópatas (es decir, a sus crímenes). Para ello se entrevista con asesinos múltiples encarcelados en prisiones de todo EE UU. La serie es una adaptación de Mind Hunter: Inside FBI'S Elite Serial Crime Unit, libro escrito por los agentes Mark Olshaker y John E. Douglas que describe casos reales: "Soy actor y estoy acostumbrado a interpretar papeles, pero me costaba mucho llegar al set de rodaje y ver una cabeza de mujer despellejada sabiendo que eso había ocurrido años atrás en la vida real".
Aunque todavía no se conoce el argumento de la segunda entrega (ya confirmada de manera oficial), Fincher ya habla abiertamente de que va a centrarse en los sobrecogedores asesinatos de los niños de Atlanta (entre julio de 1979 y mayo de 1981 fueron asesinadas en similares circustancias 30 personas, 24 de ellas menores de edad. Todos los crímenes fueron atribuidos al mismo individuo: Wayne Williams): "Mis compañeros [Anna Torv, Holt Mccallany, Hannah Gross y Cameron Britton] y yo estamos deseando saber qué va a pasar. El final abre muchas puertas… y estamos preparados para traspasarlas".
ESTE TIPO HACE DE TODO
Además de actor de cine
(La conspiración),
(Singing Forest) (Glee),
teatro y televisión Jonathan también es cantante (ah, y le pone voz al entrañable Kristoff de
Frozen).
GQUOTES
Platos famosos Clientes famosos Horcher en Madrid
En 1931, el negocio pasa a manos de Otto Horcher, hijo del fundador, quien regenta el establecimiento durante uno de los periodos más calientes del siglo XX, el tránsito de la República de Weimar al Tercer Reich. Entre la clientela habitual del Horcher abundan las estrellas de cine, políticos, diplomáticos y grandes empresarios. El restaurante pregunta por sus gustos culinarios, nunca por las tendencias ideológicas. En los años 20, es habitual encontrar en sus mesas a artistas judíos –como Charlie Chaplin o Max Reinhardt–; a partir de 1933, sin embargo, altos dirigentes del partido nazi –como Hermann Göring o Robert Ley, conspicuos hedonistas– se harán asiduos de sus irresistibles tournedós de ternera. No es raro por tanto que la Gestapo –según insiste la rumorología– instale micrófonos ocultos bajo algunas mesas. Según otra leyenda urbana, un irritado Gustav Horcher llega a invitar al bigotudo presidente del Reich, Paul Hindenburg, a abandonar el establecimiento tras una violenta discusión sobre... ¿política? No, vino dulce.
La fama del sello Horcher es tal que, durante la Segunda Guerra Mundial, su cocina se hace cargo de otros dos restaurantes legendarios: el Zu den drei Husaren de Viena y el Maxim's de París. A pesar de la dura contienda, sus fogones continúan abiertos, aunque cada vez con mayores dificultades. En 1943, tras la caída del frente ruso, la situación se complica. Joseph Goebbels les pone bajo sospecha y, una noche, los milicianos de las SA rompen sus cristales a pedradas. Mensaje recibido. Pocas semanas después, Otto Horcher consigue los visados necesarios y organiza un convoy de mercancías especial para transportar todas sus posesiones. En medio de una Europa en llamas, un tren atraviesa el continente de este a oeste. A bordo, los muebles, hornos, sillas, copas, vajillas de porcelana, cubertería de plata y cocinas del legendario restaurante. Hasta sus famosas picadoras de carne de ave son empacadas. Nada se queda en Berlín. En noviembre de 1943, se celebra la reinauguración del Horcher en su nuevo destino: Madrid. Durante décadas, será uno de los imprescindibles de la escena capitalina, visitado por celebridades como Salvador Dalí, Jean Cocteau, Sofia Loren o Ernest Hemingway.
Hoy, ya en pleno siglo XXI, Elisabeth Horcher (cuarta generación familiar) continúa el legado. En su restaurante de Madrid, aún es posible encontrar afamados platos de la carta original, como los clásicos Arenques a la crema con Kartoffelpuffer o el Consomé Don Víctor. • "El pato no se degüella, sino que se estrangula, con lo que la sangre se mantiene en el cuerpo y se obtiene una carne más rojiza y tierna. Los huesecillos sueltos se trituran con una picadora hasta conseguir un jugo que se mezcla con hígado triturado, pimienta, sal, especias, un poco de zumo de limón, un vaso de vino de Oporto, algo de vino de Madeira y una copita de champán. Se reduce todo hasta conseguir una salsa marrón oscuro. Finalmente, la carne de pato, previamente hecha a la plancha, se cocina en la salsa", (receta original del Canard à la rouennaise, de la carta de 1936). • "Aquí no existe la palabra no" (lema de la casa).