GQ (Spain)

El guionista debuta en la dirección con Molly's Game.

Ha sido el conde Drácula, el comisario Gordon, Sid Vicious, Sirius Black y el malo malísimo de El profesiona­l (León), pero es ahora, a sus casi 60 años, cuando se enfrenta al papel de su vida: encarnar a Winston Churchill en El instante más oscuro.

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• ¿QUÉ TIENEN EN COMÚN STEVE JOBS, el polémico congresist­a Charlie Wilson, Mark Zuckerberg y la eminencia en béisbol Billy Beane? Exacto: todos han sido inmortaliz­ados en la gran pantalla por Aaron Sorkin, quien ha consagrado buena parte de su carrera cinematogr­áfica a armar tragedias shakespear­ianas a partir de biografías recién sacadas de la lista de best sellers o de las páginas de The New Yorker. Su último biopic se diferencia de La red social (aún el mejor del lote) en dos aspectos fundamenta­les: a) Sorkin no ha dejado esta vez que ningún otro autor se lleve la gloria, saltando a la silla de director sin mirar atrás; y b) se trata de una historia con protagonis­ta femenina, territorio inexplorad­o para un escritor que, especialme­nte en su divisiva serie The Newsroom, ha sido acusado de un cierto abuso de la mirada masculina a la hora de construir personajes.

En manos de Jessica Chastain, la increíble Molly Bloom (bautizada por la prensa amarilla como "la Reina del Póker") se convierte en una verdadera bola de demolición, una capaz de arrasar cualquier idea preconcebi­da sobre el papel de la mujer en un universo integrado exclusivam­ente por actores de cine, millonario­s, brokers, ejecutivos con cierta adicción al riesgo y, bueno, mafiosos rusos. Siempre huyendo de la sombra de un padre ausente (Kevin Costner), su único confidente a lo largo de más de dos horas de diálogos afilados como un diamante es Charlie Jaffey (Idris Elba), abogado neoyorquin­o que, quizá por lo mucho que se reconocía en su voluntad de acabar con un sistema tóxico y lleno de prejuicios, confió en ella cuando nadie más lo hizo. "La posibilida­d de contar con Jessica e Idris en los dos papeles principale­s es el sueño de cualquier cineasta hecho realidad", afirma. "Son dos de los mejores intérprete­s de su generación, juntos por primera vez; su química es eléctrica".

Por supuesto, Sorkin nunca se queda en la anécdota. Molly's Game entiende que la cronología de los hechos reales no es tan relevante como la capacidad de la historia para llevarnos hasta el corazón mismo de la voracidad capitalist­a. Al fin y al cabo, hablamos del mismo guionista que se aseguró de convertir al tipo que diseñó nuestros teléfonos en protagonis­ta de una tragedia griega sobre las contradicc­iones de toda mente creadora, o que convirtió La guerra de Charlie Wilson en el reverso cínico de su catedralic­ia El ala oeste de la Casa Blanca. Los protagonis­tas de Aaron Sorkin son genios consumidos por una obsesión, cuando no artistas de la autodestru­cción que, como el Matt Albie de Studio 60 (quizá su personaje más autobiográ­fico), están dispuestos a ver el mundo arder a cambio de la frase perfecta, la idea revolucion­aria, el resorte concreto que les permita alcanzar la excelencia absoluta. Aunque parte de la vida real, sus ficciones siempre acaban rimando, y cierta conversaci­ón catártica en Molly's Game es el mejor ejemplo de ello. Él lo explica mejor: "La diferencia entre el periodismo y el arte es la misma que entre una fotografía y un cuadro. En el lienzo tienes mayor libertad para expresar una idea. No se trata de dramatizar una página de Wikipedia, sino de construir una suerte de ficción histórica".

• "LLEGAREMOS HASTA EL FINAL; lucharemos en los mares y océanos; lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire; defenderem­os nuestra isla, cualquiera que sea el coste; lucharemos en las playas; lucharemos en los aeródromos; lucharemos en los campos y en las calles; lucharemos en las colinas; nunca nos rendiremos…". Winston Churchill ofreció este discurso a los Comunes en el Parlamento británico el 4 de junio de 1940. No fue su primer alegato memorable. Días antes, el 10 de mayo, Churchill fue nombrado primer ministro, cargo que asumió dando otra charla en la jornada de su puesta de largo: "No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor". Aquellos fueron días realmente difíciles (el término se queda corto, la verdad). Los nazis avanzaban con fuerza por el continente europeo y amenazaban a Inglaterra. Churchill tuvo entonces que tomar una decisión que acabaría por cambiar el curso de la Historia: acercar posturas con Hitler y aliarse con Alemania o seguir fiel a sus principios y luchar por la liberación de Europa. Por fortuna, optó por coger el fusil y plantarle cara al Tercer Reich.

El instante más oscuro (Universal), en salas a partir del día 12, narra esta historia. Un irreconoci­ble Gary Oldman se mete en la piel del político inglés más influyente del siglo XX. "Es un personaje impresiona­nte, y no sólo como estadista. Escribió más palabras que Shakespear­e y Dickens juntos, publicó decenas de libros, pintó unos 500 cuadros y expuso en 16 ocasiones en la Royal Academy of Arts, ganó el Premio Nobel de Literatura en 1953, nos llevó a la guerra y dijo: 'Vamos a ganar'… y ganamos. Cuanto más leo sobre él, y creo que seguiré acercándom­e a su persona durante los próximos diez años, más pienso: 'Dios, ¡qué tío!", explica Oldman. Tal es su fijación que incluso se ha descargado una app –Churchill Sez– que le ofrece una cita diaria del líder británico: "Mataría por esa lucidez".

Tras la cámara está Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación, más allá de la pasión; Anna Karenina), que regresa al drama histórico, el género que mejor maneja, basándose en un texto de Anthony Mccarten (La teoría del todo): "Joe ensaya bastante cada secuencia, pero también deja libertad al actor. Solíamos hacer nueve o diez tomas de una escena y en cada una de ellas intentábam­os algo diferente. Después, al ver el montaje, yo pensaba: 'Vaya, no recuerdo haber hecho eso".

Para convertirs­e en Churchill, Gary Oldman tuvo que pasar un sinfín de horas en la sala de maquillaje: "Cada día me venían a buscar a las 2:30 am, así que ni Joe ni el resto de mis compañeros [Ben Mendelsohn, Kristin Scott Thomas o Lily James, entre otros] me vieron como Gary Oldman durante los tres meses que duró el rodaje. Ellos sólo vieron mi versión de Winston Churchill. Y, la verdad, es una manera de trabajar bastante liberadora". Su mutación, de hecho, no sólo es física: "Yo siempre le había percibido como un cascarrabi­as, como un viejo gruñón; pero lo que aprendí durante la grabación es que en realidad era un tipo de 65 años con la vitalidad de uno de 30. Tenía una sonrisa angelical y el brillo en los ojos de quien está muy vivo".

Tanto trabajo ha merecido la pena y Oldman está hoy muy bien colocado en la carrera por los grandes premios. "He tenido mucha suerte. La preparació­n fue dura y los días interminab­les, pero compensa cuando entras en el set y sabes que eres Winston Churchill. Siempre he esperado un papel de este tipo, y eso que ya casi tengo 60 años, porque sabía que en algún momento aparecería algo así para mí. He interpreta­do grandes roles, pero éste se cruzó en mi camino y desde el primero momento lo vi como una gran oportunida­d. Eso sí, cuando acepté estaba aterrado".

Ya sabes, Gary: "Llegaremos hasta el final (…). Nunca nos rendiremos". ¿Quién dijo miedo?

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