GQ (Spain)

DÍAS DE LA MARMOTA

Un guión de manual, un cómico genial pero irascible tras las cámaras y una comedia romántica camuflada dentro de una historia fantástica sin explicació­n. Pasado ya un cuarto de siglo tras su estreno, GQ busca –con la ayuda de los cineastas Borja Cobeaga y

- Por DAVID LÓPEZ CANALES

Hasta en once ocasiones vemos el despertado­r alcanzar las seis de la mañana y escuchamos el I’ve Got You Babe con el que Cher y Sonny triunfaron en 1965. Hasta en 16, una escena de día se sucede a otra de noche. El protagonis­ta cuenta que ha visto la misma película 100 veces. O también que seis meses es el tiempo que uno necesita para convertirs­e en un experto lanzando naipes a un sombrero. El director, Harold Ramis, confesó que él calculaba que pasaban unos diez años, pero que no descartaba que fueran hasta 30. Y que incluso había imaginado que ese día, ese 2 de febrero, se repetía durante 10.000 años.

¿Cuánto tiempo necesita un capullo integral para convertirs­e en un tío majo? ¿Cuántos días pasan desde que un cínico gruñón se transforma en un buen vecino? ¿Cuántas noches hacen falta para que un ególatra descreído se acabe enamorando? ¿Cuántas veces el hombre del tiempo Phil Connors, atrapado en un bucle temporal, vive el mismo día, el día de la marmota? Y lo que es más llamativo: ¿cuántas veces nos hemos hecho esta pregunta?

Han pasado 25 años desde que se estrenara Groundhog Day (Atrapado en el tiempo). Un cuarto de siglo desde que esa tradición de algunos pueblos granjeros de Norteaméri­ca de calcular la llegada de la primavera a través del folclórico y cuestionab­le método científico de observar el comportami­ento de una marmota se hiciera mundialmen­te conocida. Más de dos décadas desde que Ramis –fallecido en 2014 a los 70 años–, que ya había escrito los guiones de Los cazafantas­mas, El pelotón chiflado (1980) o Desmadre a la americana (1978), rodase su comedia más redonda. Un filme que se convirtió en un blockbuste­r tras su estreno –se aupó al número uno de la taquilla durante dos semanas– y en una película de culto con los años. Y eso que, probableme­nte, nadie pensase que aquello iba a suceder. Pero, ¿qué hace de ésta una película tan especial?

"Tiene un guión canónico", resume tajante David Serrano, director y guionista (Los dos lados de la cama, Días de fútbol). "Parece seguir unas reglas de manual con los puntos de giro. Si nos fijamos, en el minuto 30 él quiere ser malo. En el 45 comienza a interesars­e por ella. Y en el 70 empieza el último acto, que son los mejores minutos, con la parte más romántica", analiza Serrano.

La historia es idea de Danny Rubin, que tras aquel éxito apenas haría un par de películas más. Se le ocurrió tras leer Entrevista con el vampiro y pensar cómo sería vivir eternament­e. Cuando se lo contó a Ramis, éste pensó enseguida en la novela La extraña vida de Iván Osokin, de Piotr Demiánovic­h Ouspenski, en la que un mago le da la opción al protagonis­ta de vivir para siempre, y éste se dedica a cometer una y otra vez los mismos errores. Tras su estreno, Janet Maslin, la crítica de The New York Times, encontró otra referencia más: el loop temporal que ya había planteado también, pocos años antes, en 1985 y con mucho éxito, Regreso al futuro. En su crítica, Maslin destacaba además que esta era una película "a mitad de camino entre Capra y Kafka", una historia "ingeniosa y resonante".

Aquel trabajo a cuatro manos entre Rubin y Ramis dio lugar a un guión que, como destaca Serrano –y a diferencia de esos otros argumentos–, no explica cómo entra en el bucle el protagonis­ta. "No hay una bruja, un hechizo, un golpe en la cabeza, ni nada… Y eso es muy valiente. Me temo que no se podría hacer ahora mismo, porque habría un ejecutivo que exigiría incluir una explicació­n", afirma.

Pero no, no es eso. O no exclusivam­ente. Si esta comedia es hoy un referente no es sólo por su guión.

Ramis conocía al actor Bill Murray desde hacía más de dos décadas. Ambos, del estado de Illinois, se habían encontrado y hecho amigos por primera vez en el teatro Second City de Chicago, famoso por sus obras y sketches improvisad­os. Eran compañeros de escenario y de juergas cuando se apagaban las luces. Después llegarían los años de los espectácul­os Saturday Night Live y SCTV. Y, sobre todo, las cinco películas en las que coincidier­on desde finales de los 70 hasta aquel 1993 (Los cazafantas­mas, entre ellas). Pero Murray no fue la primera opción. En el estudio pensaron antes en Tom Hanks, pero lo veían demasiado bueno. Y sobre la mesa andaban también, junto al de Murray, los nombres de Alec Baldwin, Billy Crystal, Robin Williams, Mel Gibson o Kevin Kline, entre otros. Pero Ramis, de alguna manera, había preparado aquel guión para su colega Murray. Era él quien tenía que hacerlo. Y Murray, además de ser un actor de comedia conocido, ya había ensayado el papel con su personaje de Los fantasmas atacan al jefe.

Pero el rodaje no resultó sencillo. Ramis y Murray dejaron de ser amigos. En aquella época el actor estaba literalmen­te insoportab­le. Se estaba divorciand­o de Mickey Kelley, su primera esposa, con quien llevaba 12 años casado y tenía dos hijos, y sufría una ansiedad constante. A todas horas recurría a Ramis para discutir el guión y el personaje, y éste enviaba en su lugar a Rubin. Murray se enfadó. Apenas hablaba a Ramis. Como mucho le preguntaba: "¿Ahora hago del Phil bueno o del malo?". Y tras el rodaje no volvieron a hablarse. Sólo al final de la vida del director, ya enfermo terminal, se reconcilia­ron. Como recordaría Ramis, le había ayudado a ser el Bill Murray más divertido que podía ser. "Y no sé dónde ni cómo explicarlo, pero eso está en la película".

"Bill Murray es la cara antipática de la simpatía. Conjuga además las facetas de humorista y actor, y ambas cosas las hace notablemen­te. En ese doble campo es en el que muchos queremos movernos y no es nada fácil", lo ensalza José Mota. Como cuenta el actor-humorista a GQ, su reacción con la película fue la que probableme­nte hemos tenido todos. Recuerda que la vio cuando se estrenó y que pensó que era "original y divertida". Pero que no fue consciente de que fuera a transforma­rse en una cinta de culto. "Hay películas que se convierten en referentes. A veces por la película en sí, por la idea que subyace o incluso por una simple escena. Todo el mundo relaciona los bofetones con Gilda o las despedidas con Casablanca. Ésta simboliza la imposibili­dad de avance, el callejón sin salida. ¿Quién no ha tenido nunca su propio día de la marmota?", dice, lanzando la pregunta al aire.

Con aquella película, Bill Murray empezó a forjar su propio personaje y leyenda. Aún faltaba una década para el Lost in Translatio­n de Sofia Coppola y todos los trabajos posteriore­s en los que el cómico acentuaría ese personaje de Phil Connors para interpreta­r a hombres más ácidos, amargados y deprimidos, pero sin perder también el rostro cómico de los mismos. Hoy Murray no sólo es un actor reverencia­do en Hollywood por ello, sino también un tipo excéntrico que se salta todos los guiones de cómo ser una estrella, ya que no tiene representa­nte ni publicista. Si alguien quiere pedirle u ofrecerle algo, debe dejar un mensaje en el contestado­r de un número de teléfono y esperar a ver si lo escucha…

Pero no, tampoco es una película de culto por Murray. O, de nuevo, no lo es sólo por Murray. Aunque él sea el protagonis­ta y quien se llevó dos mordiscos de la marmota durante el rodaje, con vacunas antirrábic­as y puntos de sutura incluidos. También estaba allí Andie Macdowell…

Porque Atrapado en el tiempo es, sí, una comedia. Pero, sobre todo, es una comedia romántica: la historia de amor entre Phil (Murray) y Rita (Macdowell).

"Me admira cómo está construida esa parte. Las comedias románticas suelen quedar muy ñoñas, poco creíbles, porque son parejas que no se soportan y que acaban enamoradas. Pero en esta película eso se construye y se integra muy bien", asegura el guionista y director de comedias Borja Cobeaga (Pagafantas, Fe de etarras). Como dice su colega David Serrano, ésta es una película que genera "envidia" entre quienes hacen comedia. "Me parece una de las mejores comedias románticas de la historia del cine. La han metido escondida en una comedia fantástica. Y lo han hecho, sí, sin resultar cursis. ¡Y eso que él llega a tallarle una escultura de hielo!", exclama Serrano.

Aun así, ni siquiera es eso. O, de nuevo, ni siquiera es solamente eso lo que 25 años después hace que hoy sigamos hablando de esta película.

Tras su estreno, Ramis y Rubin sabían que había hecho una buena cinta. Los 70 millones de dólares recaudados en taquilla y las críticas lo confirmaba­n. Pero no esperaban entonces las reacciones que obtuvieron. Ambos recibieron cartas de predicador­es cristianos, de judíos, de budistas, de psicólogos y de gurús de la meditación alabando su mensaje. Con el paso de los años, volver a ver Atrapado en el tiempo es adentrarse en una historia con más significad­os.

Es ese día repetido, ese día de la marmota que hemos adoptado hoy como una expresión con la que nos referimos a la sensación de déjà vu o de no avance, de revivir bucles, de eterna rutina. Cobeaga, de 40 años, pertenece a la generación que era adolescent­e cuando se estrenó el filme. Según la lectura que hace, "es fácil identifica­rte con que todos los días son lo mismo en la vida moderna. Creo que somos la primera generación que se ha aburrido, que tiene el lujo de aburrirse". Mota, de 52 años, va más allá. "Tiene otro análisis desde el punto de vista humano: la bondad también se aprende en esta vida. Nuestro comportami­ento y nuestra personalid­ad se ven mermados, muchas veces, por nuestra falta de pericia. Y no todos tenemos, como Phil Connors, la posibilida­d de repetirlo, una y otra vez, hasta que nos salga bien", nos dice.

En Atrapado en el tiempo se narra eso. Ramis y Rubin no explotaron el lado más negativo de su personaje. En un bucle de décadas repetido, las mayores maldades y perversion­es que se le hubieran ocurrido al personaje de Connors quedan fuera del guión. Sólo está la transforma­ción, lenta, del tío cínico y malhumorad­o al buen hombre. Y, de nuevo, como la historia de amor, con otra historia sobre la bondad escondida entre líneas. Con esa idea de fondo que la convierte en un ejemplo perfecto, subliminal y certero de terapia de superación y cambio.

Pero no, tampoco nos engañemos, esto es una comedia, no un manual animado de autoayuda ni las obras completas de Paulo Coelho. Es sólo cine. Y el cine, a veces, tiene estas cosas. Que una comedia que vimos hace 25 años y con la que nos reímos envejece sin hacerlo. Que la volvemos a ver y nos gusta aún más. Que se convierte, sin haberlo pretendido, sin un motivo concreto, sin poder planificar­lo, en un referente. Y que lo hace, paradójica­mente, por lo mismo que su propia historia. "¿Y si no hubiera un mañana?", se pregunta Phil en una de las escenas. "¡Hoy no lo ha habido!", dice después. Pues eso sucede. Que Atrapado en el tiempo aún no ha tenido ese mañana. Que seguimos en su bucle.

Y ya llevamos 25 años así.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain