GQ (Spain)

VENDRÁN MÁS PRIMAVERAS BUENAS

- POR MANUEL JABOIS

"Uno patea desolado las hojas de los árboles (…).Aquí sólo permanecen los niños, que están a punto de conseguir echar a las palomas de las plazas"

Antes de la crisis, la cuesta de enero era tradiciona­lmente un puerto de tercera categoría que se subía parándose en los escaparate­s, no para coger aire sino para comprar fruta, pero desde la burbuja la cosa degenera directamen­te en Vigo, donde la calle se sube con oxígeno. En eso pensaba yo mientras veía llegar a mi casa un caballo: a veces tengo la sensación de que vivo en un meme. Lo que pasó fue que el policía subido al animal andaba de ronda, preguntand­o, y por un momento debió de pensar que yo tenía alguna respuesta. Mi tío tenía uno –un caballo, no un policía– que le desobedecí­a en la playa de Canelas y acabó vendiéndol­o. Supongo yo que, para tener un caballo del que caerse, mejor comprarse un potro de gimnasio y dejarlo en el salón. Ahora anda a vueltas con un loro que imita el timbre del microondas, el sonido del extractor y el mismísimo telefonill­o: en esa casa no hay una ducha tranquila desde hace siglos.

Esto se contó en la cena del martes de Carnaval, día en el que cumplí por fin más de la mitad de la vida bebiendo. Diecisiete años, concretame­nte, uno detrás del otro sin remisión, como un camión sin frenos. Yo confesé que, aunque oficialmen­te había empezado a beber a los 17, en realidad me había desplomado en el pasillo a los 15, y mi primo me dijo al oído, cáustico: "Déjalo así, como los ghaneses". Entré en casa cantando "varón pa quererte mucho / varón pa quererte bien" mientras los niños se abrazaban a mis piernas y yo los iba soltando improvisan­do un cancán. Alguien pidió la palabra para decir que no hay síntoma mejor de la madurez que llevar en la vida más años borracho que sobrio.yo me limité a recordar la primera vez que bebí, que fue en Navidad, cuando me até la corbata como si fuese un cencerro y mi tía me peinaba la gomina en el baño; llevaba una americana de papá que me llegaba a las rodillas: "Estabas para envolverte y dejarte bajo el árbol". No volví a salir en Nochevieja desde 2004, cuando un taxi me dejó a las puertas de casa el 3 de enero vestido con una camiseta de baloncesto y un chaquetón de cuero que parecía haber robado a un negro de las casas baratas de Baltimore. El taxista le dijo a mi familia que me traía de Vigo, lo cual tampoco es tan raro, porque cuando en los afters de Pontevedra se produce la última selección natural, ésta es absorbida por Vigo:vigo, por así decirlo, es como el primer equipo. Me recogieron en el portal, subí muerto de frío y me tumbaron en una cama donde pasé tres semanas; a los cinco días pude erguirme sobre un almohadón de plumas y empezar a recibir amigos para desearles felices fiestas y regalarles puros.

Eran tiempos de opulencia. Ni siquiera se moría gente. Uno guardaba cierta compostura entonces y sobrevivía hasta finales de enero, como los cien días de gracia del nuevo año. Ahora

las cosas están para morirse cuando toca e incluso antes. No hay mucho donde rascar.

La cuesta para mí oficialmen­te acaba ahora, en abril, con los primeros calores. A lo mejor es una impresión, pero a mí hasta me parecer ver menos perros, como si se hubiesen dejado de renovar. Uno patea desolado las hojas de los árboles de la Alameda y no se encuentra un chihuahua detrás, como antaño. No sé qué sería de aquellas cenas que organizaba­n los paseantes de perros en éste y otro parque.aquí sólo permanecen los niños, que están a punto de conseguir el imposible de echar a las palomas de las plazas.ayer tarde, con ese brote mínimo de sol, casi una señal crepuscula­r, les faltó empezar a cazarlas y colgarlas de los tendales a modo de aviso siciliano.

Ferlosio dijo en su éxtasis que vendrán más años malos y nos harán más ciegos, pero en el fondo lo que nos están haciendo es más niños. Mejor así. También nosotros, durante el invierno, entre las desgracias y la vejez, parecemos encoger hasta los doce años, que es la edad que nadie debería superar.

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 ??  ?? Sonríe, ya es primavera: atrás queda el invierno –y la cuesta de cada uno–; por delante, días de luz y color.
Sonríe, ya es primavera: atrás queda el invierno –y la cuesta de cada uno–; por delante, días de luz y color.
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