Hace 50 años Johnny Cash forjó su leyenda en las penitenciarías.
En 1968, la estrella del country entraba por fin en la penitenciaría de Folsom, el brutal escenario que le inspiró uno de sus mayores himnos, y de allí salió con un concierto histórico que repetiría en San Quintín. La libertad era esto.
Inside The Walls of Folsom Prison (1951) apenas fue uno más de aquella ristra de títulos patibularios con los que la Warner Bros. se dedicó a explotar la brutalidad del sistema penitenciario estadounidense en las décadas de los 40 y 50. Una película menor, con estrellas aún más pequeñas y un director y guionista (Crane Wilbur) que, aunque prolífico, ya había gastado su fama en el cine mudo. El impacto que tan típica historia, con su tópico alcaide sádico, sus presos chungos y sus motines sangrientos, tuvo en el joven oficial de comunicaciones John R. Cash resultó, sin embargo, demoledor. Y, a la postre, hasta trascendental.
Destinado en la base estadounidense de Landsberg (Alemania), con la misión de interceptar los mensajes en morse soviéticos, el soldado Cash –él supo de la muerte de Stalin antes que nadie– descubrió el filme en 1953, en una de esas tardes de aburrimiento cuartelario que la Guerra Fría, en plena escalada, concedía a veces. "Era una película violenta y quise componer una canción en la que pudiera expresar lo que pensaba que era estar
LLEGA EL HOMBRE DE NEGRO
Impecable el uniforme y el gesto. Jim Marshall captaba así a Johnny Cash nada más bajar del autobús que lo condujo a la prisión de Folsom (California), el 10 de enero de 1968.
'FOLSOM PRISON' SE CONVERTIRÍA, ADEMÁS DE EN UN CLÁSICO INSTANTÁNEO, EN SU HIMO Y SU CREDO
en la cárcel", recordaría décadas más tarde, ya entronizado como el rey del country. Johnny Cash, por aquella época, ni siquiera era un proyecto de estrella, sólo un veinteañero inspirado con una guitarra –la primera, comprada con su también primera paga del ejército– y una grabadora. Así nacería Folsom Prison Blues y, con ella, una de las leyendas más grandes de la música popular del último medio siglo.
"Disparé a un hombre en Reno / sólo para verlo morir ". Bueno, si le pegabas un tiro a alguien en Reno en los años 50, lo más probable es que acabaras en la Prisión Estatal de Nevada. Pero Cash no parecía dispuesto a que la realidad le estropeara el verso definitivo de su canción. Lanzada en 1955 como segundo single de su incipiente carrera –cuando ya estaba de vuelta en EE UU, instalado en Memphis y casado con la novia que se había echado de recluta en San Antonio (Vivian Liberto, su primera sufrida esposa)– Folsom Prison Blues se convertiría, además de en clásico instantáneo, en su himno y en su credo.
A pesar de su proverbial imagen de forajido –The Man in Black, con sus luctuosos trajes cortados por la maestría de Manuel, icono sartorial del country–, Cash nunca cumplió condena, más allá de unas cuantas noches entre rejas por su talante juerguista. Pero algo traspasó su alma mientras veía aquella película que le hizo no sólo empatizar con los presidiarios, sino querer ser uno de ellos. "Visto de negro por los pobres y los hambrientos, por el reo que ha pagado de largo su crimen", decía, él, que de niño conoció la hambruna y desesperación de la Gran Depresión (nació en la polvorienta Arkansas, en 1932), que sabía lo que cualquiera haría por sacar adelante una familia con cuatro bocas que alimentar (la suya propia entonces). El de Huntsville, en 1957, sería su primer concierto en una penitenciaría.
Canciones de penas existenciales, tribulaciones morales y redención a ritmo de bluegrass, rockabilly, folk y hasta gospel para elevar el espíritu de los reos. Era salir al escenario, decir aquello de "Hola, soy Johnny Cash", rasgar en su guitarra los primeros acordes de Folsom Prison Blues y venirse abajo las cárceles. Una catarsis que alcanzó el paroxismo cuando, por fin,
PARA JOHNNY CASH TODOS LOS RECLUSOS QUE HABÍA CONOCIDO MERECÍAN LA REDENCIÓN Y LA REINSERCIÓN
actuó en la mismísima Folsom, uno de los centros de alta seguridad más antiguos e infames del país. La idea era grabar allí un disco en directo, acompañado por su banda habitual, los Tennessee Three, y la sin par June Carter, su segunda esposa (con la que entroncaría con la realeza del country, la Carter Family), amén de Carl Perkins y los Statler Brothers como teloneros. El acontecimiento fue tal que hasta Ronald Reagan, entonces gobernador de California, se acercó durante los ensayos para saludarle y desearle suerte. Como si la necesitara. El 10 de enero de 1968, en la cafetería de la cárcel, Cash y compañía liberaron a 2.000 presos de su penosa rutina. El 25 de mayo siguiente, con la publicación de At Folsom Prison, el artista liberaría su propia carrera del no menos penoso estancamiento en el que se hallaba. Con tres millones de copias despachadas, sigue siendo el álbum en vivo más vendido del que haya noticia.
La jugada se repetiría al año siguiente con el concierto en la igual y tristemente célebre penitenciaría californiana de San Quintín, el 24 de febrero, y la edición del pertinente álbum, At San Quentin, el 4 de junio (otro número uno imbatible). Es el único disco en directo en el que una misma canción aparece grabada dos veces seguidas: San Quentin, bis por aclamación popular. Hasta su muerte, en 2003, Cash no sólo siguió animando a convictos de todo el país –e incluso de fuera, como en Suecia, en 1972–, sino que también se convirtió en activista por sus derechos, liderando varias campañas que abogaban por la reforma del sistema de prisiones, convencido de que todos aquellos reclusos que había conocido merecían la redención y la reinserción. "Todos vivimos en nuestras pequeñas prisiones, de una manera u otra", dejó escrito. "Y las historias de aquellos que están en la cárcel dicen mucho de nosotros que, aun no estándolo, nos encontramos igual de enjaulados".