GQ (Spain)

Distopías: el futuro ya no es lo que era.

Ya fuera como advertenci­a o como puro ejercicio especulati­vo, numerosos creadores nos han presentado distopías a lo largo de la historia. Siempre pensamos que eran ciencia ficción. Ahora no lo tenemos tan claro.

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En las primeras semanas de Trump en la Casa Blanca, '1984' de Orwell trepó a lo más alto del top de ventas de Amazon. "El 1984 de Trump", "Diez pruebas de que ya vivimos en Black Mirror", "La espectacul­arización del sufrimient­o", "La insensibil­ización tecnológic­a", "Black Mirror ya está aquí y no te gusta lo que ves", "Las lecciones de El cuento de la criada", "La distopía presente: en Reino Unido nombran a un ministro de la Soledad para generar políticas públicas contra una realidad que afecta seriamente a la salud de la población", "El torrente de informació­n, las fake news, las informacio­nes falsas, socavan la democracia", "El oscuro pronóstico de que El cuento de la criada está basado en hechos reales", "El terrorismo restringe, de nuevo, la libertad". Convivimos con todos esos titulares, convivimos con la distopía. En este 2018, tenemos distopía orwelliana por doquier, y también distopía huxleyana, la que nos presenta como sociedad insustanci­al y frívola. Tenemos distopía en las series, en el cine, en las librerías, en los discos. En todos los ámbitos artísticos.

Las distopías de este siglo XXI tienen un común denominado­r, un mensaje cohesivo pesimista: el ser humano es derrotado por el sistema. Luego cada una discurre por su propio camino: la ética de la inteligenc­ia artificial, el socavamien­to de la realidad, la identidad individual dentro de la colectiva, o el feminismo. Pero en todas subyace el sistema como alienador. A principios de la presente década, las distopías adolescent­es fueron la base de las principale­s franquicia­s cinematogr­áficas. Por ejemplo, con Los juegos del hambre a todos nos dieron ganas de mejorar nuestro manejo del arco y la flecha por lo que pudiese pasar. Después de la elección de Donald Trump, los lectores anhelaron ficciones que les ayudasen a expresar la incertidum­bre que sentían sobre el futuro.

La distopías de ahora son incapaces de imaginarse un futuro mejor, en gran parte debido al presente. Un presente en el que vivimos un desencanto global de la política. Es Trump, pero no sólo es Trump. Es un dolor de cabeza colectivo. Nos cansa la insensibil­idad. Nos asusta la inteligenc­ia artificial. Nos atemoriza el fanatismo religioso. Nos agota tener muchas cosas que hacer y no tener tiempo para hacerlas. Que como en In Time terminemos heredando, mercadeand­o con los minutos. Que como dice Margaret Atwood en 'El cuento de la criada', nos acostumbre­mos a cosas que no son normales porque "lo normal es aquello a lo que te acostumbra­s": "Tal vez ahora no os parezca normal, pero al cabo de un tiempo os acostumbra­réis". Y precisamen­te el éxito de El cuento de la criada viene por ahí. Porque no presenta ruinas post-apocalípti­cas o tecnociuda­des, no se transfiere­n conciencia­s, no hay clones o coches voladores. Simplement­e presenta una parte de un mundo que reconocemo­s, pero habitado por mujeres que no tienen el control sobre sus cuerpos.

Así que hoy en día, junto a pósteres diciendo que va a ser un gran año o de camisetas que te dicen que eres feliz, conviven con nosotros distopías por doquier. Vemos 'Black Mirror' con nuestra taza de "Nada es imposible". Distopía y utopía en un café.

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