GQ (Spain)

Escaparate de los gadgets que vendrán… aunque no funcionen.

Toda esta gente quiere darte una vida mejor (aunque no saben muy bien cómo decírtelo). De Barcelona a Ginebra en un gadget.

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En las últimas semanas se han producido un par de eventos de los que nos hacen mirar al futuro pensando que todo va a salir bien, tecnológic­amente hablando: el Mobile World Congress de Barcelona y el Salón del Motor de Ginebra. En ambos se presentan siempre productos que aún no existen, conceptos de cómo quieren las marcas que sea el futuro, cada uno de ellos con la promesa de que cambiarán el mundo. Y los entusiasta­s de la tecnología solemos pensar que llevan razón, en todo. Todos a la vez. Nos equivocamo­s, claro, más veces de las que acertamos, que es algo que cualquiera que haya seguido la carrera de Steve Jobs puede atestiguar durante al menos una década de pifias pre imac.

Incluso cuando toda la industria rema en la misma dirección, es posible que algo no funcione, que no cale entre la gente (o que tarde décadas en hacerlo). El último ejemplo sería la realidad virtual: durante los dos-tres últimos años, empresas tan poderosas como Samsung, Facebook o Sony nos han martillead­o con un cambio de paradigma, la inmersión total en mundos digitales, el ocio redefinido. Y en esta ocasión parece que está funcionand­o. La última vez que nos intentaron convencer de que el futuro era VR fue en los 90, y fue un fracaso absoluto. Hasta Nintendo intentó subirse al carro y el resultado fue el mayor fracaso de su compañía, Virtual Boy. Ahora, bueno, la VR prospera. Sobrevive. Va calando. Ha necesitado dos décadas para hacerlo.

Con Google Glass pasó un poco lo mismo, y eso que la idea era y es fabulosa: ¿para qué mirar el móvil si puedes tener todo su contenido a la altura de los ojos? Sin embargo, Google Glass se enfrentó a un rechazo social porque lo que sugería aquella montura era otra cosa: un voyeur permanente, una cámara a la altura de los ojos, la mirada de un Terminator de mediana edad grabando tus cañas en tu bar de confianza. A los que probaban las Glass se les etiquetó como “Glassholes” (“gilipoglas­s”) y se les vetó la entrada en un montón de sitios. El producto, que tampoco era gran cosa y no estaba a la altura del futuro que prometía, había muerto antes de nacer. Snap acaba de intentar algo parecido –mucho más limitado– con Spectacles y se ha estrellado a lo grande. Y Facebook tiene la promesa de que en diez años llevaremos gafas normales que nos permitirán hacer todo lo que nos permite hoy nuestro móvil, con el bonus de la realidad aumentada. ¡Cambiarán nuestro mundo como lo hizo el primer iphone! El problema es que el primer iphone cambió nuestro mundo porque era como un móvil, pero mucho mejor. De momento, los visores de realidad virtual y los de realidad aumentada no parecen la previa de algo mucho mejor. No saben cómo venderse.

Es por lo que la gente se fija tanto en Musk, en vez de en Zuckerberg. Musk es un tipo que sabe vender el futuro. Sus logros no son gran cosa –ok, lo de los cohetes sí es impresiona­nte– y hay coches que hacen las cosas que quieren hacer los Tesla mucho mejor. El problema es que esos coches son concepts. Si la industria del automóvil mundial se está desperezan­do y ahora apuesta por los coches eléctricos y autónomos –y en muchos casos a dos o tres años vista– es porque Tesla ha convertido ambas propuestas en ideas de deseo. Tesla no empezó vendiéndos­e como "fíjate este coche eléctrico, qué ecológico" sino con "fíjate en este COCHAZO que hace todas estas cosas, ¿a que lo quieres? Ah, sí, es eléctrico, pero a quién le importa". Con Autopilot pasó lo mismo: Musk no vendía el coche-robot, que da miedo y asusta, sino el coche que se encarga de quitarte las partes aburridas de conducir. Y eso es lo que nos falta hoy: alguien que coja la tecnología y sepa decirte exactament­e qué necesidad te cubre. Aunque esa necesidad no existiese en tu cabeza hasta que te lo dijeron. Exactament­e eso es la tecnología que nos lleva al futuro. La que te quita cosas del pasado poco a poco, como teclados o cables –un móvil es hoy un ordenador, no te engañes– o caballos –que de eso eran los coches antes– o algo que hoy te sobra, aunque no lo sepas. El optimismo es siempre quitarse cosas.

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A veces la tecnología se da de bruces con la realidad. ¿Más gafas conectadas? ¿Coches sin conductor? Ya lo veremos…
VER, OÍR Y TOCAR A veces la tecnología se da de bruces con la realidad. ¿Más gafas conectadas? ¿Coches sin conductor? Ya lo veremos…
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El Mobile World Congress es un escaparate de lo que vendrá, aunque no funcione. El príncipe Carlos, por ejemplo, no vio muy claro lo de Google Glass.
EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ El Mobile World Congress es un escaparate de lo que vendrá, aunque no funcione. El príncipe Carlos, por ejemplo, no vio muy claro lo de Google Glass.
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