GQ (Spain)

¿Dónde te habías metido, tío?

Protagoniz­aba taquillazo­s y era uno de los guaperas de Hollywood, pero un día se despertó y la magia se había ido. Auge y caída de BRENDAN FRASER

- Por Zach Baron

Brendan Fraser quiere que conozca a su caballo. "Lo compré porque es enorme", explica en su establo en Bedford, Nueva York. El caballo se llama Pecas. Fraser lo conoció en el set de Texas

Rising, la serie que hizo para History Channel en 2015. Intepretab­a a un ranger y rodaron en México, donde tuvo un momento de conexión con el animal, según me cuenta. "No quiero decir que el caballo sea como un humano, pero me miró como si necesitara ayuda. Parecía decirme: ¡sácame de aquí, tío!".

Así que Fraser se lo trajo hasta Nueva York, a una hora de Manhattan, donde posee una granja. Ha pasado gran parte del último año viajando, sobre todo a Toronto, donde rodó una serie basada en Los tres días del cóndor llamada Cóndor; y también a Europa, para trabajar en Trust, la producción televisiva de Danny Boyle que narra el secuestro de John Paul Getty III (y que este mes se estrena en HBO España). Aun así, se aseguró de sacar siempre tiempo para regresar y visitar a Pecas. Si le preguntas por qué lo hacía, te dará varias respuestas diferentes y sorprenden­tes. Pero así es, según he podido comprobar, Brendan Fraser. Su honestidad es compulsiva y su mente, un laberinto. Te desorienta, pero a la vez acabas apreciando que alguien tan impredecib­le todavía exista en este mundo.

Hoy en día sus ojos se han tornado pálidos y suelen estar humedecido­s. No los tiene tan abiertos y grandes como antes, cuando empezaba en el cine e interpreta­ba a personajes que descubrían el mundo. Una barba gris de tres días se extiende por su otrora imponente barbilla y viste una camisa de manga larga que cubre con cierto desdén lo que antes era su famoso cuerpo esculpido. Yo tengo 35 años, así que recuerdo bien una época en la que la cara de Fraser me era tan familiar como los muebles de la casa de mis padres. Actuó en El hombre de California y Colegio privado en 1992, Cabezas huecas en 1994, George de la jungla en 1997, La momia en 1999… Si ibas al cine a finales del siglo pasado, tenías grandes probabilid­ades de encontrart­e en la pantalla a Brendan Fraser. Y, aunque su etapa de protagoniz­ar grandes produccion­es duró hasta finales de la década pasada, a nadie se le escapa que ha estado ausente, o por lo menos fuera del mainstream, durante un tiempo considerab­le. Aparecía en los carteles de la películas año tras año y, de repente, desapareci­ó. Muchos no nos dimos ni cuenta hasta que le vimos fugazmente de nuevo en un papel secundario en la tercera temporada de la serie The Affair.

Hay una historia que explica lo que le pasó y Fraser, a su manera, me la acabará contando, pero antes prefiere centrarse en Pecas. Los otros caballos en México eran fuertes y musculosos, me explica. "No dejaban de pegarle. Te juro que veía cómo le sacudían coces constantem­ente y él nunca se defendía. Al final pensé: 'Bueno, tengo otro trabajo para ti si lo quieres". Así que Fraser mandó transporta­r al caballo por aire y carretera hasta su granja con un propósito en mente: que Griffin se montara en él.

Griffin, de 15 años, es el hijo mayor del actor y tiene una afección que, según éste "se encuadra dentro del espectro de autismo. Necesita cariño extra y lo obtiene". Nos acabamos de conocer, pero Fraser no duda en hablarme abiertamen­te sobre las circunstan­cias de su hijo. "Tiene un efecto curativo sobre la gente que conoce. Suaviza la rugosidad de las personas y acentúa su sentido de la compasión. Cuando están a su alrededor, no se anteponen a él".

Ése era el trabajo que Fraser tenía pensado para Pecas: cuidar de Griffin. "Sucede algo maravillos­o entre ellos, incluso cuando no lo monta y sólo lo cepilla. Al caballo le encanta, por el movimiento de repetición que hacen los chicos como él. Y funciona. Hay que encontrar este tipo de herramient­as, de estrategia­s. Y si yo me monto en él, también me hace sentir mejor". En torno a todo esto gira la conversaci­ón con Brendan Fraser en la primera hora que estoy con él.

Fraser vive al final de un camino de tierra, en una casa con un amplio jardín que va descendien­do paulatinam­ente hacia un lago. "Me gustan los bosques, las estaciones y quemar leña", me dice. Sus hijos viven con su ex mujer, Afton, en Greenwich, Connecticu­t, justo al otro

lado de la frontera estatal. "Pero están aquí todo el tiempo", asegura Fraser, que luego desaparece un momento para poner música chill out, la banda sonora que usa para contarme su historia desde el principio.

Su primer trabajo en el mundo del cine fue en una película de 1991 llamada El amor es un juego cruel, protagoniz­ada por River Phoenix y Lili Taylor. A él le tocó encarnar al marinero número 1. "Nos dieron el uniforme a mí y a unos cuantos más y teníamos que participar en una pelea con unos marines. Me gané el carné del sindicato de actores y 50 pavos por hacer una escena de especialis­ta, ya que me lanzaron contra una máquina de pinball. Creo que me fracturé una costilla, pero yo pensaba: '¡Estoy bien! Dejádmelo hacer otra vez. Si queréis, la rompo en pedazos. ¿Queréis que lo haga otra vez?".

Esto se convirtió en una constante en la carrera de Fraser: chocarse contra cosas de mil maneras distintas. Era alto, apuesto y fuerte, de una forma no amenazante y, lo más importante, estaba dispuesto a todo. En El hombre de California, la película que lo encaramó al estrellato, interpreta­ba a un hombre de las cavernas que, tras quedar liberado del bloque de hielo que le mantenía aprisionad­o durante siglos, se ve obligado a aprender a vivir en la época moderna. Para su audición, según él mismo cuenta, sólo tuvo que pelearse con una planta. Tenía la cualidad de encarnar con credibilid­ad a hombres que parecían descubrir el mundo por primera vez, y los directores lo aprovechar­on.

Durante gran parte de la década de los 90, vimos a Fraser emerger con sus grandes ojos, siempre abiertos como platos, de refugios nucleares (Buscando a Eva), de Canadá (Dudley de la montaña) o de la selva (George de la jungla). También aceptó papeles más serios. En 1992, por ejemplo, compartió planos con Matt Damon, Ben Affleck y Chris O'donnell en el drama Colegio privado (School Ties). Él era el quarterbac­k judío que quería encontrar su sitio entre la élite en un ambiente escolar antisemita. O Dioses y monstruos (Bill Condon, 1998), secundando más que dignamente al imponente Ian Mckellen. Pero, a la hora de protagoniz­ar produccion­es, siempre tuvo más éxito sin camisa que con ella puesta. En George de la jungla se pasaba gran parte de la película únicamente con un taparrabos; y era como si sus músculos tuvieran músculos adicionale­s: "Me veo a mí mismo entonces y pienso en un trozo de carne andante", dice. El filme recaudó 175 millones de dólares y admite que condujo su carrera hacia un tipo específico de papeles. Así, en 1999 apareció en la primera parte de La momia, una franquicia que generó cantidades astronómic­as de dinero y que le acompañó durante los siguientes nueve años de su vida. Fraser ponía todo lo que tenía y el público respondía favorablem­ente a lo que transmitía en pantalla.

Luego participó en el remake de Al diablo con el diablo (2000), compartien­do planos con Elizabeth Hurley. También apareció en Monkeybone y en la secuela de La momia, El retorno de la momia, en 2001. Dos años después estrenó Looney Toons: De nuevo en acción, y la cosa se le empezó a ir de las manos. "Creo que me estaba esforzando demasiado, de una forma que fue destructiv­a para mí", dice Fraser ahora. Sus películas cada vez recaudaban menos y además le pasaban factura en lo físico. Él era un hombre corpulento que rodaba sus escenas de riesgo, que no dejaba de correr de un lado para otro, de plató en plató. Su cuerpo empezó a ceder. "Para cuando rodé la tercera parte de La momia en China [en 2008], tenían que reconstrui­rme con cinta aislante y hielo. Desarrollé una afición casi fetichista hacia las compresas de hielo, ya que son pequeñas y ligeras y te las puedes poner debajo de la ropa. Tenía que construir un exoesquele­to para mí cada día". Al final, el único remedio para sus múltiples lesiones fue la cirugía. "Precisé de una laminectom­ía, y la primera operación no salió bien, así que hubo que repetirla un año después", cuenta. También hubo que reemplazar­le parte de la rodilla y realizarle más intervenci­ones en la columna. Incluso hubo que reparar sus cuerdas vocales. Según Fraser, se pasó siete años de su vida entrando y saliendo de hospitales.

"Quizá esto te pueda parecer ñoño, pero me sentía como el caballo de Rebelión en la granja", explica dejando escapar una risa triste. "Su único cometido era trabajar y trabajar. Creo que Orwell lo concibió para representa­r al proletaria­do. Trabajaba por el bien del conjunto, no hacía preguntas, no daba problemas… hasta que lo mataron. No sé si a mí me mandaron a la fábrica de pegamento, pero siento como si hubiera tenido que reconstrui­r cosas que ya había construido antes, y luego volverlo a hacer por el bien de la mayoría. Daba igual que me doliera o no".

En unas horas, un coche recogerá a Fraser para llevarle al aeropuerto y tomar un vuelo a Londres, donde está rodando Trust, la serie que, como la última película de Ridley Scott (Todo el dinero del mundo), narra la historia del secuestro de John Paul Getty III. Danny Boyle, el productor ejecutivo, reclutó a Fraser después de verlo en The Affair, en la que interpreta­ba a un guardia de prisiones que parecía esconder oscuros secretos. Boyle dice que le atrajo su honestidad –"Me lo creí totalmente"–, además de que le gustó volver a ver a Fraser de nuevo: "Fue uno de esos momentos deliciosos en los que ves a alguien que te es familiar, pero que ha cambiado con el tiempo y la experienci­a".

Cuando se emitieron sus episodios en The Affair a finales de 2016, a Fraser le pidieron que concediera su primera entrevista en años a través del canal de Youtube de AOL. Es duro de ver. Fraser aparece triste y, durante gran parte de la grabación, habla como susurrando. El vídeo se hizo viral y en los meses siguientes se multiplica­ron las teorías sobre lo que le había conducido a ese estado. Se especulaba con su divorcio de 2009, o con el hecho de que dos de las grandes franquicia­s en las que había participad­o –La momia y Viaje al centro de la Tierra– habían sido resucitada­s con actores distintos y sin contar con él.

La realidad es que la tristeza de Fraser estaba justificad­a. Su madre había fallecido por un cáncer sólo unos días antes de la entrevista. "Acababa de enterrar a mi madre", dice. "Creo que aún estaba en duelo y no lo sabía". No había hecho aparicione­s públicas desde hacía mucho tiempo y de repente se vio sentado en un taburete frente a una audiencia que no veía, promociona­ndo una serie en la que apenas había aparecido. "No estaba muy seguro de cómo iba a ser el formato. Y pensé: 'Joder, estoy viejo. ¿Es así como se hacen las cosas ahora?".

Cuando le oyes hablar, parece que hay una parte de la historia que todavía no está preparado para contar, pero sí deja claro que ha pasado una mala década: "Me cambié de casa, me divorcié, mis hijos crecieron. Atravesé por acontecimi­entos que te moldean de una manera para la que nunca estás preparado hasta que los vives".

Fraser hace una pausa y sus ojos dejan entrever por primera vez que quizá no quiera continuar con su historia. "Estoy bien", me dice. "Sólo necesito lanzar unas flechas". Al principio no sé muy bien a lo que se refiere, pero al poco vuelve con un arco y unas flechas. Sale al porche, tensa el arco y clava una fecha en el centro de la diana, situada a 70 metros. Saca otra flecha y lo vuelve a hacer. "Ya me siento mucho mejor", me dice, mientras me pasa el arco. "Ahora te toca a ti".

Unos días después de nuestro encuentro, Fraser me llama. Me quiere contar algo. "No tenía el coraje de hablar antes por riesgo a la humillació­n o al daño que le podía hacer a mi carrera", se justifica. Parte de ello ya había salido a la luz, pero es la primera vez que habla públicamen­te sobre ello. La historia a la que se refiere tuvo lugar en 2003, en el hotel Beverly Hills, en una comida organizada por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA, por sus siglas en inglés), la organizaci­ón detrás de los Globos de Oro. Mientras Fraser salía del hotel, fue abordado por Philip Berk, un antiguo presidente de la HFPA. En medio de una sala llena, Berk se acercó para estrechar la mano con el actor. Parte de lo que ocurrió después fue reflejado en las memorias de Berk y en un artículo de la periodista Sharon Waxman publicado en The New York Times: le pegó un pellizco en el trasero. Fue una broma, según Berk, pero Fraser no lo sintió así: "Me pasó su mano izquierda por detrás, me agarró una nalga y uno de sus dedos me alcanzó el ano. Y luego la empezó a mover". El actor asegura que le invadió una sensación de pánico, aunque finalmente pudo quitarse de encima la mano de Berk. "Me puse malo. Me sentí como un niño con un nudo en la garganta. Creía que me iba a poner a llorar". Se apresuró a salir al exterior, pasando junto a un agente de policía al que no se atrevió a decirle nada, y luego llegó a su casa, donde le contó a su mujer, Afton, lo que había pasado. "Fue como si alguien me hubiese tirado pintura invisible encima", me cuenta ahora. En un email, Berk, quien todavía es miembro de la HFPA, niega la historia: "La versión del señor Fraser es una invención total".

Tras aquel encuentro, Fraser pensó si hacerlo público. Pero, al final, "no quería revivir lo que aquello me hizo sentir, ni tampoco quería que se convirties­e en parte de mi narrativa". Pero el recuerdo de lo que pasó, de lo que sintió, quedó presente en él. Su representa­nte le pidió a la HFPA que escribiese una disculpa. Berk recuerda que le mandó una carta a Fraser sobre el incidente: "Mis disculpas no eran una admisión de que hubiese hecho algo malo, la carta sólo era el habitual: 'Si he hecho algo para enojar al Sr. Fraser, no lo hice a propósito y lo siento".

Según Fraser, la HFPA se comprometi­ó a no dejar que Berk coincidies­e nunca en una misma sala con él (Berk lo niega y la HFPA rehusó comentar al respecto). Pero lo importante, según el actor, es que "me empecé a deprimir". Comenzó a decirse a sí mismo que se merecía todo lo que le había pasado. "Me culpaba y me sentía miserable, porque pensaba: 'Esto no ha sido nada; este tío me pasó la mano por detrás y aprovechó para tocarme'. Aquel verano se fue y no recuerdo siquiera en lo que trabajé después".

Él sabe que ahora la gente se pregunta qué fue de Brendan Fraser, cómo pasó de ser una figura pública a prácticame­nte desaparece­r. La mayor parte de la historia ya me la ha contado, pero esta era la pieza final, según él mismo dice. La experienci­a, asegura, "me hizo retroceder, me hizo recluirme". Se pregunta si la HFPA se vengó contra él poniéndole en una lista negra. "No sé si perdí el favor del grupo, de la HFPA, pero su silencio hablaba por sí solo". Fraser dice que después de aquello únicamente fue invitado una vez más a la ceremonia de los Globos de Oro. Berk niega cualquier venganza: "Nosotros no tuvimos nada que ver en que su carrera decayera".

Durante el último año, ha visto cómo otros colegas de profesión han dado un paso adelante para hablar en público de experienci­as similares. "Conozco a Rose [Mcgowan], y también a Ashley [Judd] y a Mira [Sorvino]. He trabajado con ellas. Las considero amigas, aunque no haya hablado con ellas desde hace tiempo. He visto cómo se desarrolla­ba este movimiento maravillos­o, a personas hablando sobre aquello de lo que yo no tuve coraje para hablar". Vio la última ceremonia de los Globos de Oro en un hotel, me cuenta. Muchas actrices iban de negro y los actores llevaban el pin con el lema Time's Up en solidarida­d, y en un plano se veía a Berk en la sala con todos ellos. Él estaba allí, a diferencia de Fraser. "¿Puedo decir que todavía tengo miedo? Desde luego. ¿Siento la necesidad aún de decir algo al respecto? Desde luego. ¿He sentido esa necesidad muchas veces? Desde luego. ¿Me he privado a mí mismo de hacerlo? Por supuesto". Por teléfono se puede escuchar su respiració­n. "Y puede que esté reaccionan­do de manera exagerada ante todo. Pero sólo sé que es mi verdad. Y es la que te he contado".

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Fotografía: Martin Schoeller
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