GQ (Spain)

TORMENTA DE IDEAS

- POR JOAQUÍN ORTEGA

Hay otras maneras de hacer rascacielo­s.

El auge de una especie de neofascism­o en EE UU o en Italia, cuyos gobiernos fomentan el racismo y la exclusión y centran el eje de su política en el odio al migrante, hace pensar a muchos –con cierta lógica– que nos encontramo­s en un momento oscuro y peligroso, una época de retroceso político mundial. La base de este miedo se fundamenta en que parece fácil convencer a la población de que la inmigració­n es mala. Sin embargo, podríamos preguntarn­os qué pasaría si levantásem­os los controles y permitiése­mos entrar a ciudadanos de países

pobres en naciones ricas. La primera reacción en nuestro subconscie­nte social es visualizar una horda de personas entrando sin control a nuestro país arrampland­o con el Estado de Bienestar. La evidencia empírica, sin embargo, no dice lo mismo. Salvando las distancias obvias, hay ejemplos. El 1 de enero de 2004, una Europa próspera –lejos aún del

crack que lo hundiría todo en 2008– abrió sus puertas a los 75 millones de habitantes que vivían en Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, República Checa y Chipre.tres años después, se incorporar­ían Rumanía y Bulgaria.todos estos países tenían una riqueza y unos índices de desarrollo, en algunos casos, muuuy inferiores a los de Alemania, Francia, Reino Unido e incluso España; así que el argumento de que se produciría una auténtica invasión de trabajador­es del Este hacia los vecinos occidental­es era verosímil. Cualquiera que hubiera vaticinado un shock económico salvaje y una hecatombe en el mercado laboral de las grandes potencias habría sido atentament­e escuchado. Tal cosa no ocurrió. Más bien al contrario: con sus dificultad­es evidentes, la Unión Europea como entidad política salió reforzada del proceso de adhesión. Por otro lado, y en contra de lo que vulgarment­e se cree, la inmensa mayoría de la población migrante que entra en nuestros países lo hace tranquilam­ente bajando de un avión y pasa las barreras de los aeropuerto­s legalmente con un visado de turista. Sólo un porcentaje muy pequeño de las personas que huyen del sufrimient­o y buscan una vida mejor en Europa arriesga la vida saltando verjas o atravesand­o el Mediterrán­eo. Por tanto, volviendo a la pregunta original, ¿qué pasaría en nuestras economías si dejáramos entrar a todo aquel que quisiera buscar un futuro mejor aquí? Desde luego, nada apocalípti­co como lo que los Trumps o Salvinis de turno vaticinan. Sin embargo, para nuestra conciencia y dignidad como sociedad, lo significar­ían todo. Es hora de recapacita­r.

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