Oro parece…
… bronce es.así devuelve Technics el lustre a su tocadiscos más emblemático.
Technics lanzó su primer tocadiscos de tracción directa allá por los años 70 y, desde entonces, su línea SP ha sido un referente. Ha sido… y es, porque la reducción de ruido que consigue el modelo SP-10R sitúa de nuevo a la marca en la cima del sonido más sofisticado. Esta joya cuenta con un motor de tracción directa –es decir, que está en el mismo eje del plato– con doble bobina y doble rotor sin núcleo. Está fabricada en bronce y aluminio y apenas pesa 8 kg. Para eliminar las vibraciones no deseadas, aloja su electrónica en una caja independiente que garantiza una relación señal/ruido de 92 db, récord para un reproductor de este tipo. Alta fidelidad con un diseño de primera.
Punta Cana o Pyongyang? ¿Zanzíbar o Panmunjom? ¿La Riviera Maya o la Franja Desmilitarizada? Estos dilemas pueden sonar a disparate, pero vayámonos haciendo a la idea. Nada apetece más que lo prohibido, y hay que reconocer que ahí Corea del Norte es imbatible. Un dato contundente: desde 1945 casi nadie ha entrado –ahora matizaremos esto– o salido del reino eremita. Y una pregunta incrédula: ¿de verdad queremos ir de vacaciones al país más tenso del mundo?
Los más lanzados ya lo hacen: la KFA –asociación de amistad con el pueblo coreano que dirige el polémico tarraconense Alejandro Cao de Benós– y alguna que otra agencia china posibilitan viajes con cuentagotas, previo pago de cerca de 3.000 euros y la regla no escrita de simpatizar con el régimen. ¿De cuánta gente hablamos? De acuerdo a estas mismas agencias, unos 45.000 chinos y unos 5.000 occidentales entraron en 2017. La experiencia transcurre bajo una obsesiva vigilancia, por un circuito ultralimitado,
y no está exenta de sucesos desagradables. Incluso fatales: recordemos a Otto Warmbier, el estudiante norteamericano de 22 años que fue devuelto a casa en coma (y murió a los pocos días) después de pasar 17 meses preso por tratar de llevarse un cartel de propaganda del hotel.
Pero otro turismo es posible, o de eso nos trata de convencer el pequeño país asiático. El vicepresidente del Comité Central del Partido del Trabajo, Kim Yong-chol, pidió recientemente, en la cumbre entre su país y EE UU, que éstos invirtieran en turismo a cambio de la desnuclearización de la península. A juzgar por la aparente empatía entre Trump y Kim Jong-un –antes mutuamente llamados Viejo Chocho y Hombre Cohete– no es difícil pensar que, al olor del negocio, tal cosa podría llevarse a cabo. Corea se refirió particularmente a la zona costera de Wonsan (se habla de la construcción de una especie de Marina d'or) y la estación de esquí de Masikryong. Pero –esto es una apreciación personal– al dirigente del tupé podría parecerle más rentable la Zona Desmilitarizada: la franja eufemísticamente llamada así que designa la tierra de nadie que, con el paralelo 38, separa el Norte del Sur, con más de un millón de minas antipersona –la mayor concentración del mundo–. Estamos hablando de una de las mayores zonas verdes del globo, Amazonas aparte. Son 261 kilómetros de largo por cuatro de ancho totalmente vírgenes: sólo habría que limpiarla de explosivos y esqueletos y llenarla de eco-resorts y campos de golf.
INTENTOS DE DESHIELO Curiosamente, y de un modo casi secreto, el primer inversor en materia turística ha sido Corea del Sur. En 1998, Seúl logró sacar adelante un programa de visitas al monte Kumgang –un paraje sagrado tanto para norte como surcoreanos– que permitía la entrada a un ínfimo número de visitantes. No se trató de un logro político sino puramente económico: fue Hyundai quien negoció directamente con Kim Jong-il, evidenciando, por cierto, el poder inmenso del chaebol (conglomerado empresarial) más importante del país, parte del triunvirato junto a Samsung o LG. Pero aquello terminó mal: el asesinato de una turista surcoreana por parte
de un soldado del Norte interrumpió el programa en 2008. Se habrá notado que en Corea del Norte las cosas tienden a acabar mal. Pero hay motivos para pensar que Kim Jong-un puede dar un giro a la historia. Ya lo está haciendo, a juzgar por la minúscula rendija que ha abierto a equipos deportivos (es conocida su camaradería con Dennis Rodman, ex baloncestista de los Chicago Bulls), bandas de rock (hace poco entró la primera: Laibach) o estrellas del k-pop (Red Velvet y Seohyun fueron algunas de las 160 artistas que viajaron desde Corea del Sur para actuar ante una rancia delegación de oficiales del Norte). Exiguos golpes de efecto, es cierto, pero de enorme importancia simbólica que reflejan lo abierto que está el tercero de los Kim a la modernización –remarco doblemente la cursiva– de la nación que dirige con pulso de hierro. Parece innegable que Kim Jong-un –que se dejó ver haciendo turismo en la reciente cumbre de Singapur– está propiciando una lentísima glasnost cuya meta final podría ser la reunificación.
MEMORABILIA NK-POP Si tienes cierta edad y tú o alguien que te quiere habéis viajado a Berlín en las últimas dos décadas, puede que tengas en casa una gorra del ejército ruso, una estrella roja con alfiler o un trozo del muro de Berlín. ¿Sí? Pues ve preparándote para la memorabilia norcoreana: cualquier día de estos empieza el tráfico de libros con kimsplaining –los Amados Líderes te cuentan cómo hacer ópera, cine, música, periodismo o cualquier cosa que se te ocurra–, chapitas de unos Juegos Olímpicos que creyeron que celebrarían conjuntamente con Corea del Sur, o banderitas del país.
¿Cómo será entonces esa Corea turística? La experiencia podría parecerse en algo a las excursiones que el ejército norteamericano estacionado en Corea del Sur organiza a Panmunjom, el poblado campesino donde se producen las escasísimas negociaciones intercoreanas (y donde vimos a Kim Jong-un cruzando la línea para abrazar a su homólogo del sur el pasado mes de mayo). En ese lado, la guerra fría se vive como un parque temático: hay un cine Imax, un observatorio fotográfico, una tienda de souvenirs (hay trocitos de alambre espino auténtico, agua mineral de la Franja Desmilitarizada, DVDS con los grandes hitos de la guerra intercoreana)…
¿Será aquello, entonces, un nuevo paraíso Disney? No inmediatamente, ni de cualquier manera. Porque, ¿qué pasará con sus habitantes? ¿Cómo encajará la castigada ciudadanía del terrario norcoreano la presencia de un extranjero que siempre ha sido demonizado por las autoridades?
Allí se vive bajo un principio de responsabilidad colectiva: cada ciudadano vigila al resto; cada familia es responsable de otras familias, y es preferible la denuncia del otro antes de recibir un castigo. Si podemos imaginar el primer selfie hecho voluntariamente por un norcoreano con un turista extranjero, podremos anticiparnos a la historia: ese día habrá terminado la última distopía del siglo XX.
HAY MOTIVOS PARA PENSAR QUE KIM JONG-UN QUIERE DAR UN GIRO A LA HISTORIA E INICIAR UNA TÍMIDA APERTURA