"Sólo la autocensura es más poderosa que la censura"
En El reino, el nuevo thriller de Rodrigo Sorogoyen, ANTONIO DE LA TORRE se mete en la piel de un político demasiado amigo de lo ajeno. Enésimo salto mortal en una filmografía repleta de ellos.
Existe un abismo entre los dos Antonio de la Torre con los que nos hemos encontrado en un intervalo de 24 horas. Uno es, en realidad, Manuel López-vidal, su personaje en El reino, a quien conocemos gritándole al móvil durante una pequeña pausa en plena mariscada, antes de que las cosas se tuerzan y deba enfrentarse al fin de los días de yates, cohechos, tarjetas black y reservados en los mejores restaurantes de Valencia. El otro es el auténtico De la Torre, el galardonado actor español que ya se ha convertido en una presencia básica en nuestras pantallas; y su afabilidad natural no podría estar más alejada de la crispación casi apocalíptica que caracteriza a López-vidal.
Claro que luego nos damos cuenta de que los personajes difíciles han sido siempre una constante en su filmografía. En ese sentido, El reino supone un reto que De la Torre está encantado de asumir: meterse en la piel de un político corrupto, esa encarnación de todos los males y vicios de la sociedad española actual, para investigar aquello que nadie puede ver. Para descubrir, en suma, lo que ocurre cuando las cámaras dejan de grabar. ¿Cómo de difícil fue explorar esa dimensión humana e íntima de un problema colectivo?
"Todo el mundo tiene una razón para hacer algo", explica. "Cualquier cosa que se te ocurra, lo que sea: siempre hay una razón detrás, y como actor debes intentar comprenderla. Pero te diré más: a medida que voy madurando, me doy cuenta de que cualquiera de nosotros está perdido si explora en sus contradicciones. Yo tengo cosas que no te voy a poder confesar en esta entrevista, y estoy seguro de que tú también". Y entonces De la Torre se empieza a reír: "Sin embargo, al mismo tiempo te juro que yo me fiaría de mí mismo si fuera candidato político".
EL DEDO EN LA LLAGA "Se me ocurren dos razones por las que existen pocas películas que traten un tema tan presente en nuestras vidas como la corrupción", prosigue De la Torre. "La primera es que, a veces, para reflexionar sobre estos temas desde la ficción es necesaria una cierta distancia. Más allá de la vorágine periodística, de la importancia de estar informados en el día a día, hay que dejar pasar un tiempo necesario para poder ver una trama o a unos personajes detrás de esos titulares, que creo que es lo que, en el fondo, ha llevado a Rui [Rodrigo Sorogoyen, director y guionista con quien ya trabajó en Que Dios nos perdone (2016)] a contar esta historia. ¿La segunda? Hace ya tiempo que me di cuenta de que sólo existe una cosa más poderosa que la censura: la autocensura. Ésa se instala muy dentro de ti mismo, hasta que empiezas a dejar de distinguir lo que te estás imponiendo de lo que no. Nunca vuelves a saber si realmente estás actuando con libertad. Puede que tengamos un sistema que se autocensura mucho más de lo que nos gustaría pensar, y eso es lo que hace que películas
que metan el dedo en la llaga sean tan poco frecuentes. Para mí, puede que ésa sea la gran carencia de la democracia".
Desde el momento en que entró a formar parte del proyecto, el intérprete tenía miedo de que El reino frivolizase un tema complejo. Como él mismo explica, "le dije a Rui: 'Tío, cuidado con hacer una peli de malotes. Tenemos que intentar por todos los medios no hacer una peli de malotes'. Para empezar, resultaría maniqueo: hay que hacer un esfuerzo y ver que estas personas viven así, que tienen sus amigos, su familia, su sentido de la lealtad… También tienen su corazón, también sufren. Porque esto sucede. Nosotros nos reunimos con gente relacionada con la política y descubrimos que hay una dimensión humana ahí. La realidad es tan abrumadora…".
AUTOENGAÑO Por eso, uno de los temas que se exploran en el guión de Sorogoyen e Isabel Peña es el nivel en que sus personajes han incorporado la mentira a sus vidas, hasta el punto de que ellos mismos han dejado de ser conscientes de ello. De la Torre está de acuerdo, pero no cree que sea atribuible solamente a los imputados por corrupción, sino que se trata de algo más universal: "El autoengaño, en general, funciona. Ten en cuenta que el ser humano es la única especie consciente de su propia muerte, así que ahí ves lo necesario que es un poco de autoengaño para seguir adelante, aun sabiendo cómo va a acabar todo. Un amigo mío y yo bromeamos de vez en cuando con la existencia de un aparato que, como en Black Mirror, te cuantificara la diferencia que hay entre cómo te ves a ti mismo y cómo eres en realidad. ¡Un engañómetro! Sería muy curioso ver cuántos aprobamos… Yo intento no engañarme demasiado, pero todos lo hacemos. Es la única manera". LAS REGLAS DEL JUEGO "Yo no sé de política más que lo que me he documentado para preparar este personaje", continúa De la Torre, hablando de lo que aprendió durante un proceso previo que lo llevó a entrevistarse con políticos acusados por delitos de corrupción. "Pero pienso que esta gente sufre un choque entre sus ideales y el pragmatismo de su trabajo. Seguro que hay muchos que han entrado en un partido con una idea de cambiar el mundo y dar un servicio público, pero luego han visto que la realidad de gobernar es diferente. Son las reglas del juego. Por eso, pienso que la única solución posible para la corrupción pasa por un cambio cultural, un cambio de valores, que empiece en la misma educación de los ciudadanos. Yo le pude preguntar a alguien imputado si creía que alguna vez se romperá esta rueda, y me contestó que, mientras tú ostentes un poder que te permita abusar de él, la tentación es humana. Es connatural a nosotros. Y creo que me lo dijo de corazón, sabiendo que iba a respetar su anonimato. Estaba convencido de que el ser humano, de alguna manera, siempre acaba corrompiéndose".
"Ya lo dijo Warren Buffett: 'La lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando", prosigue. "Desde 2008, el número de ricos ha aumentado. No estamos logrando reducir la desigualdad, sino todo lo contrario. Yo coincido con mi personaje en que la crisis que tenemos es endémica".
Cuando le preguntamos qué le ha llevado a repetir con Sorogoyen, De la Torre lo tiene muy claro: "Rui sabe escuchar. Yo le dije que no era consciente del privilegio que supone algo así. Por ejemplo, es de los pocos directores que, cuando se acerca a una conversación entre otros miembros del equipo, consigue que sigan hablando de lo mismo. Lo normal es cambiar de tema, por miedo a que se te escape algo que no deberías decir en alto, pero él encaja tan bien las críticas y escucha con tanta atención las ideas de los demás que nadie que trabaje con él tiene nunca ese temor en el plató".
El actor también reconoce sentirse impresionado con su manera de planificar, caracterizada por plasmar la acción a través de alambicados planos-secuencia. "En esta película hay escenas de una complejidad increíble", resume el actor. "Por ejemplo, para rodar la visita al chalet de Andorra necesitamos un día entero de ensayos. Cuando me explicó que quería hacerla en un único plano sin cortes… Bueno, pensé que estaba loco (risas). Pero al final lo hicimos, y el resultado tiene una fuerza que habla por sí solo. Lo mismo vale para la conversación que mi personaje tiene con el de Luis Zahera en el balcón de su despacho. Puede que el público no sea consciente de la dificultad técnica que supuso rodarlo así, pero desde luego creo que percibe la fuerza de esas imágenes".
¿Y qué más le gustaría que el respetable extrajera de este thriller político especialmente concebido para estos tiempos revueltos? "Hay una frase que todo el mundo atribuye a Voltaire, aunque no sea suya: 'Estoy en desacuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo'. El odio es antipolítico. Siempre hay que encontrar una manera de cambiarle la cabeza al que no piensa como tú sin emplear la violencia".
"La única manera de acabar con la corrupción pasa por un cambio cultural, un cambio de valores"