ANTES DE LA POSVERDAD.
FOTOGRAFÍAS DE FELIPE DE POPY HERNÁNDEZ. TEXTO EN BLASCO. HUBO UN TIEMPO MOSTRABA QUE NUESTRO ASPECTO CÓMO ÉRAMOS EN REALIDAD. NUESTROS PROTAGONISTAS FUERON NO LO SABÍAN, PERO LOS ÚLTIMOS QUE VISTIERON A LA LAS NOCHES PREVIAS GLOBALIZACIÓN TOTAL.
Ver los retratos de Felipe Hernández es asomarse al paraíso perdido de lo originario, de lo veraz. Mods, rockers, bohemios y suicidas. Hoy todos ellos sólo son indies para los millennials. Una Generación Y que ha convertido el eclecticismo en impersonal adocenamiento. Pero en su momento, todos ellos fueron mucho más que una etiqueta; eran el romanticismo de la excepción. El valor de lo descubierto lejos de los mass media, viajando, viendo mundo, hojeando fanzines como Rockocó, Mental o Banana Split. Los trajes british a medida nos decían que esa persona escuchaba ska. Beatniks en scooters de anfeta. De Madrid a Vigo. Los Negativos, los Smart Dress en el Siroco. Algunos mods, de mods que ya eran skinheads y al verles por Malasaña uno no sabía si eran de los skinheads buenos o de los malos. Los rockers salían del King Creole y entraban en La Mala Fama de Barco.
Las primeras alarmas de la impostura sonaron altas en la década de los 2000, cuando en las perchas de las tiendas de moda pronta aparecieron las primeras camisetas sin mangas y con cintura ceñida con los logotipos de Iron Maiden. Ahí los gemelos heavies de la Gran Vía supieron que había llegado la hecatombe. De pronto, los pijos en Marbella llevaban camisetas con imperdibles. Sid Vicious, quién te ha visto y quién te ve. Las señoras iban por la calle con bolsos de cuero con tachuelas, las mismas que se cruzaban de acera hace años al ver una cresta. Recientemente Jorge Javier Vázquez le preguntaba a una concursante de Supervivientes que llevaba una camiseta de Nirvana si sabía qué era Nirvana. Ésta respondió que no tenía ni idea: "Nirvana es la primera película que dirigió Spielberg", apuntó éste con sorna. "Ya lo sé, no me acordaba", dijo ella.
Una realidad hiperinfoxificada, ultramercantilizada, en la que nada es posverdad ni posmentira, todo pierde valor y autenticidad. El abaratamiento de lo genuino. Ideología de usar y tirar. Hoy, el rostro de Frida Kahlo se ve en sudaderas con las flores del pelo cosidas en lentejuelas. Amazon te la trae en 24 horas. Si Frida Kahlo levanta la cabeza vuelve a reposarla en el nicho. Warhol, en cambio, estaría fascinado. Ha ganado. El momento cúspide de esta guerra llegó cuando, tras la foto de Kendall Jenner con una camiseta de Slayer, el líder de dicha agrupación apareció poco más tarde en un concierto con otra que rezaba "Fuck the Kardashians".
¿Tienen derecho las grandes marcas a ejercer la apropiación cultural e ideológica? Todo el derecho del mundo y más teniendo en cuenta que se apropian de conceptos que en sí mismos ya son apropiaciones de otros fenómenos y otras manifestaciones anteriores. Seguramente había indígenas a las que no les hacía gracia alguna que una burguesa bohemia como Frida se colocase las flores como ellas en el pelo. Nirvana era una pose de la escena garaje de Seattle, AC/DC también se apropió a su vez de otros patrones ya existentes del death metal. Todos somos una construcción social y ficticia. Nada que se queje de apropiación puede presumir de virginal. Y si, efectivamente, ya nada es del todo original, sólo nos queda observar cómo la amalgama de simulaciones fraudulentas explota generando de pronto y como por arte de magia algo puro, pura esencia. Ocurrirá. De momento, si lo que antes era subversivo ahora es lo masivo, ¿qué es ser subversivo hoy? Peinarse como Trump.