GQ (Spain)

LOS OBJETOS QUE NOS DEFINEN

(O CÓMO LOS OBJETOS COTIDIANOS PUEDEN DEFINIR AL HOMBRE DE HOY)

- Por Jesús Terrés

/ El fotógrafo Geray Mena recrea objetos y espacios que nos ayudan a definir al hombre actual.

Se supone que en realidad, tras cada compra, estamos comprando el hombre que queremos ser. Pero yo lo veo mucho más sencillo: compramos tiempo para serlo.

Crecí (crecimos) rodeado de objetos. Objetos que en algún momento cruzaron la línea del mero producto para convertirs­e en algo más, en un símbolo –¿no era lo que le decía Sir Michael Caine a un despistado Christian Bale en el maravillos­o Batman de Nolan?–.

Yo recuerdo nítidament­e mi primer walkman, un cacharro de Sony rojo y negro, con trozos de celo en la tapa de las pilas (entonces estas cosas llevaban pilas). Aquel trasto y las cintas de casete dejaron de ser cosas porque en realidad eran islas, búnkeres, naves espaciales. Por eso no imagino mi adolescenc­ia sin ellos, sin el rewind para volver a escuchar el Omega de Morente o Automatic for the People de R.E.M. Y así crecimos, rodeando nuestros días de cosas que definen ese hombre que queremos ser (un poco complicado, porque ¿qué hombre queremos ser?). Mira si no a tu alrededor: el cargador del móvil, la máquina de afeitar o la cartera de piel; la bolsa del gimnasio, el pañuelo de cashmere o esa copa de chardonnay (porque tiene que ser 'ésa', sin la que ya no entiendes tus noches grises).

Y sin embargo hay quien dice que con la edad (que no la madurez, porque la madurez tiene poco que ver con la edad) nos vamos cargando de cosas: yo creo que es justo lo contrario. Nos vamos aligerando. Porque aprendemos a elegir.

Un buen amigo, diseñador, dice que hay dos clases de objetos. Unos son hijos de la escuela de Ulm, la Bauhaus y la modernidad: objetos cuya forma está relacionad­a con su función. Son lo que parecen y su vocación no puede ser más sensata: quieren serte útiles. Otros son hijos de la posmoderni­dad, el diseño italiano, el grupo Memphis y las vanguardia­s; la belleza, el ruido y la furia: soy un objeto, pero también quiero "decir cosas". Por eso soy salvaje como un Ferrari rojo, sexual como un perfume de Tom Ford o inconfundi­ble, como el exprimidor imposible de Philippe Starck para Alessi.

Yo ahora sé que hay otro tipo de objetos; los que impregnas con tu memoria, tus emociones y cada pálpito de tu vida. Los que huelen a ti y a tus cicatrices, ésos que son tan parte de ti como tú mismo: el reloj mecánico que heredé de mi padre, la libreta donde me desangro, la taza del café con la que mi madre trata de decirme tantas cosas (lo consigue), el bolígrafo con el que dibujar el mundo, este anillo de casado. Aquí están ellos. Aquí estás tú.

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