LOS EMPATADOS
___No recuerdo el momento en el que dejé de competir. Es una de esas cosas que se me aparecen cuando pienso en la infancia: la misa, los pantaloncitos cortos, la palmera de chocolate, los cómics y competir. Entonces se competía haciendo carreras a cualquier parte (alguien gritaba: "¡hasta la farola!", y echábamos a correr); queriendo salir antes con alguien, invitando al cine o a pipas, que era para lo que daba el dinero (las pipas, para el cine no daba); aprobando o suspendiendo más que el otro; quedándose hasta más tarde de noche; ser más malo; ser más bueno. El caso es que supongo que había que destacar, y en ello nos empleábamos. Por supuesto, no había mejor canalización para ello que el deporte: ahí era donde se ganaba o se perdía. Y supe que me había hecho mayor cuando empecé a darme cuenta de que eso ya no me importaba: si gritaban "¡hasta la farola!" no movía un dedo; no me importaba recogerme antes que los demás. Si alguien quería invitar a una chica al cine, adelante: ojalá la lleves a ver una de Torrente y ella se levante en mitad de la proyección (que no compitiese no excluía mis peores deseos).
___A finales de verano (en realidad fue a finales de septiembre, pero el verano es una de las cosas que todavía puedo manejar a mi antojo con cierto margen) me invitaron, por sorpresa, a una competición. El Evento Sarmiento, una iniciativa magnífica en Villafranca del Bierzo cuyas entradas, que costaban 140 euros, se agotaron en seis minutos. De hecho, los que no pudieron pillar una sí cogieron, saltando de web inmediatamente, para las primeras filas de U2. La competición era sobre vino y literatura y mi adversaria, Mar Álvarez. Sorprendentemente teníamos que beber; más sorprendentemente aún, no teníamos que escribir, algo que facilitó el concurso: saqué un arsenal que iba de Lorca a Charlotte Brontë, de Loriga a Cernuda. Como quiera que entre sus lecturas Mar agarró el ukelele y se marcó una letra fabulosa de Nosoträsh (uno de sus exgrupos, ahora está en Petite Pop y Pauline en la playa), de repente se activó un gen competitivo que se remontó casi al reino animal, cuando entre ciertos cachorros pueden llegar a matarse por la leche de la madre. Y me lancé, en un movimiento populista y degenerado, prácticamente indecente, a recitar de memoria el Adiós ríos, adiós fontes de los Cantares gallegos de Rosalía de Castro, con tan mala suerte que me olvidé de los versos nada más empezar, achacando al vino lo que no había sido más que justicia poética: terminé leyéndolo en un iphone 6 ("pinares que move o vento") con la voz quebrada, no por el alcohol, sino por la vergüenza.
___Nuestro árbitro, Pachi, dictaminó empate supongo que porque me vio cara de suicidio. "La última vez", dije al acabar, buscando un micrófono que no aparecía. Ni soy viejo ni soy joven; estoy en esa edad en la que lo único que puedo ganar ya, autodescartado de premios y honores, son amigos como la propia Mar y Miguel, Eva y Pablo, Igor y Laura; Lucía y Carlos, Ángela y Laura, y naturalmente Pedro Zuazua, que fue el que me metió en Villafranca del Bierzo bajo unas viñas creyendo que podría competir por algo más que un puñado de uvas ya pisadas. Allí fue donde terminé mi carrera competitiva y anuncié mi entrega al empate, el único resultado digno.
"Supe que me había hecho mayor cuando empecé a darme cuenta de que ya no me importaba ganar o perder: si gritaban '¡hasta la farola!' no movía un dedo"