Dylan en su apogeo
DYLAN BY SCHATZBERG es una ventana única al periodo más brillante y controvertido del músico de Minnesota.
Si hay un año que ha marcado a Bob Dylan, ése es 1965. En los dos anteriores había lanzado tres álbumes en acústico –The Freewheelin' Bob Dylan, The Times They Are a-changin' y Another Side of Bob Dylan– que lo habían aupado como portavoz de una generación que renegaba de lo establecido. Pero Dylan, poco amigo de las etiquetas, quería recuperar su individualismo. Empezó por alternar el rock con el folk en Bringing It All Back Home, su siguiente disco de estudio, publicado en marzo de ese año. Su distanciamiento de la canción protesta se confirmó luego en verano, durante aquella famosa edición del Festival de Folk de Newport en la que se colgó una guitarra eléctrica del cuello. El episodio se ha mitificado hasta la extenuación, incluidos los supuestos abucheos del público por transgredir el purismo del folk, pero, sea como fuere, la trayectoria musical del de Minnesota cambió por completo a
partir de entonces y su personalidad pública también. Fue en ese momento cuando creó ese personaje huraño de pelo alborotado que se escondía detrás de unas Wayfarer y el humo de un cigarro (una imagen que trascendió gracias a Don't Look Back, el documental de D.A. Pennebaker, y que luego Cate Blanchett perpetuó en el imaginario colectivo en I'm Not There, la película de Todd Haynes). Era su alter ego para enfrentarse a los periodistas que lo cuestionaban constantemente sobre su cambio de rumbo y para encararse con los fans que lo acusaban de traición.
El músico se volvió impenetrable y construyó una cortina que sólo unos pocos, como su mánager Albert Grossman o Sara Lownds, que se convirtió en su mujer a finales del 65, tenían autorización para correr. La prensa estaba especialmente vetada para mirar entre bastidores. Por eso extraña que un fotógrafo que colaboraba con Vogue y Life fuera una de las personas con acceso privilegiado a él en el periodo más complicado y creativamente brillante de su carrera. Hablamos de Jerry Schatzberg (Nueva York, EE UU, 1927), quien ya había capturado acontecimientos musicales históricos como la actuación de los Beatles en el Shea Stadium, pero que acababa de descubrir las canciones de Dylan. Sin embargo, él y su cámara fueron invitados a presenciar las sesiones de grabación de Highway 61 Revisited, el disco que abría con Like a Rolling Stone.
EL GATITO QUE CONQUISTÓ AL BARDO "Tenía la suerte de conocer a su mujer y a Al Aronowitz (el periodista musical que presentó a Dylan a los Beatles), así que contaba con buenas recomendaciones", explica Schatzberg a GQ. "Y yo tengo la personalidad de un gatito, así que nos llevamos muy bien". La conexión entre el fotógrafo y el músico fue total, hasta el punto de que éste aceptó participar en posteriores sesiones fotográficas en su estudio. Y parte del fruto de aquello es lo que puedes consultar en estas páginas: el Dylan más cándido y relajado frente a un objetivo que hemos visto nunca. Schatzberg consiguió devolver la inocencia a la que para muchos era la persona más antipática del planeta y, como Lubitsch hizo con Greta Garbo en Ninotchka, logró incluso que recuperara la sonrisa. Las sesiones se trasladaron luego a la calle y de ellas salió la portada de Blonde on Blonde (1966), otra obra cumbre de Dylan. La imagen fue tomada en el Meatpacking District neoyorquino y en ella se ve al músico desenfocado, algo que no era un homenaje a la cultura de las drogas, como se pensó en un principio, sino resultado del intenso frío que azotó Manhattan aquel invierno. "La escogió él mismo porque era diferente al resto y tenía algo especial. A él siempre le ha atraído todo aquello que es distinto", cuenta el fotógrafo. Una buena parte de las increíbles imágenes que Schatzberg tomó de Dylan entre 1965 y 1966, muchas de ellas inéditas, han sido recopiladas en Dylan by Schatzberg, que publica ACC Art Books en Europa este 25 de octubre. Unos años después de esas sesiones el fotógrafo se pasó al cine, dirigiendo, entre otras películas, Pánico en Needle Park (1971), el filme que descubrió al gran público (y a Francis Ford Coppola) a un tal Al Pacino. Pero ésa ya es otra historia…