RETOS WORLD CLASS
“Lo más importante es conectar con el jurado. La hospitalidad es hacer algo para otros. No es mi bebida, es mi bebida para ti" – Orlando Marzo, ganador World Class 2018 Berlín.
Si no has estado nunca, no puedes saberlo. Las finales globales del World Class no se parecen a nada. Una mezcla de gala de la MTV y final de la Champions en donde el alcohol es el principio, no el fin. Ganar este concurso, el más colosal de la coctelería mundial –y ya hay unos cuantos concursos–, supone convertirse en el mejor bartender del mundo. No es exactamente así, lo sabemos, pero alzarse con este trofeo, una especie de copa martini dentro de una gran coctelera de bronce, permite formar parte de un grupo de elegidos, algo así como el salón de la fama del cóctel al que este año, el décimo aniversario del World Class, se ha unido un australiano de raíces italianas. Su nombre es Orlando Marzo y su vida ha cambiado para siempre.
Lo ha hecho en Berlín, ciudad anfitriona de esta final World Class 2018 y capital europea de la cultura coctelera más underground. Su sede, una vieja subestación eléctrica que en los años 90 se transformó en el legendario club de techno E-werk, no defraudó con su pegada industrial y su versatilidad espacial. World Class Competition, marca consolidada por el respaldo de la multinacional de bebidas Diageo, nunca escatima en destinos (Ciudad de México, Miami, Ciudad del Cabo, Londres…) y tarde o temprano tenía que recalar en Berlín. De día, de viernes a lunes, tuvieron lugar las pruebas; de noche, nos tocó adentrarnos en el mapa de los bares locales, tan estimulantes como Zentral, Green Door, Stagger Lee o Velvet. Constatamos que esta ciudad es mundo aparte. Sobre todo a oscuras y con una copa en la mano.
EL DESAFÍO DE LA PRUEBA FINAL La competición, en realidad, dura seis meses que culminan en un fin de semana desatado. Cientos de challenges después, de los más de 10.000 bartenders procedentes de cinco continentes que empezaron con el primer cóctel de la temporada, alcanzan la finalísima únicamente 56, a los que Orlando Marzo procedió a machacar. El último paso consistió en enfrentarse en un challenge definitivo a otros tres finalistas (Laura Newman, de EE UU; Daniel Warren, de Gran Bretaña, y Gökhan Kusoglu, de Turquía). Todos jovencísimos, pero con amplia experiencia profesional, y las estrellas de una noche marcada por los vítores y la música energizante. Un duelo a cuatro batallado en sendas barras suspendidas sobre el escenario principal. Cada cual con un discurso, una sonrisa, un número final y un último cóctel ganador.
Marzo, con bagaje en el Milk & Honey de Londres y actual bar manager del restaurante Lûmé de Melbourne, no tuvo piedad a pesar de su discreción. "Todos los finalistas lo dieron todo", comentó Lauren Mote, Diageo Global Cocktailian y juez de World Class, "pero Orlando estuvo a otro nivel. El aperitivo de Zacapa que hizo para el desafío Before and After fue de los mejores que he probado y la manera en que mantuvo la calma en el Cocktail Clash final es la marca de un verdadero bartender World Class". Antes ya había sorprendido al jurado, formado por más mujeres que nunca, con su desarrollo de coctelería sostenible en el desafío Better Drinking de Ketel One y había triunfado en la ronda Flavors of a Nation con una versión innovadora de un highball de Johnnie Walker Black Label.
SÓLO PUEDE QUEDAR UNO "Haces los cócteles en un lugar que no es el tuyo y delante de gente que no conoces. Muchas cosas pueden ir mal", nos contó el ganador tras su victoria. "¿Ahora? Me voy a un bar porque estoy sediento". Aunque nacido en un pueblecito del sur de Italia, Orlando brindó para Australia su segunda corona, ya que en 2002 hizo lo propio Tim Philips. Este próximo año recorrerá el mundo entero como embajador de Diageo y será juez de otras competiciones. Algo que podría haberle pasado a Daniele Cordoni, representante español a pesar de sus orígenes también italianos. Procedente del Gran Hotel Atlantis Bahía Real de Fuerteventura, Cordoni no pasó el primer corte ante la decepción de la delegación española, que objetivamente le veía con opciones. Porque en World Class todo el mundo tiene su equipo y su favorito. La del cóctel es una gran familia, pero hasta el cronista más neófito acaba animando como si fuera una final de fútbol en la que el shaking es el remate soñado por la escuadra. Se juntan gurús de vuelta de todo con aprendices que combinan tatuajes con pajaritas, que demuestran tanta timidez como camaradería. Futuras celebridades de un sector en plena forma que luchan por recortar distancia con sus primos, los cocineros.