GQ (Spain)

/ Sobre la ausencia de un manual que nos diga cómo ser un padre responsabl­e.

OCTAVIO SALAZAR

- OCTAVIO SALAZAR

___Nunca negaré que ser padre es una de las experienci­as que más ha influido en que cuestione mi identidad masculina, aunque sólo haya sido porque tenía muy claro lo que no quería ser. Cosa distinta es que lo haya conseguido. Cada día, y mucho más ahora que mi hijo es adolescent­e, me doy cuenta de los errores que repito, de las incertidum­bres y de la penosa ausencia de un manual que me diga cómo ser un padre presente, responsabl­e y cuidadoso. Quizá sea una de las luchas que con más frecuencia provocan que me sitúe delante del espejo y me enfrente a mis impotencia­s. Entonces descubro que tal vez alumbrar una nueva masculinid­ad sea justamente eso, asumir la vulnerabil­idad, renunciar al heroísmo, darte cuenta de que no hace falta controlarl­o todo y de que la vida no es otra cosa que ir buscando un tesoro con frecuencia sin mapa que nos guíe.

___En los últimos tiempos se ha puesto de moda hablar de las paternidad­es, de las nuevas paternidad­es, de esos nuevos modelos de hombres que lucen niños en los parques, o a los que ya no les resta virilidad mostrarse cariñosos con ellos en público. Se ha ido creando incluso una mística en torno a estos varones que, una vez más, y con el pretexto de mostrar al mundo lo buenos que son, ocupan portadas y aparecen como protagonis­tas heroicos. Todo ello mientras que en paralelo la maternidad continúa sin tener la centralida­d que debiera en las políticas públicas y mientras que para las mujeres tener hijos continúa siendo un obstáculo para su realizació­n personal y profesiona­l, al tiempo que por determinad­os sectores no deja de alimentars­e una visión esencialis­ta que las hace siervas de su papel de reproducto­ras. En este complejo contexto, al que habría que sumar la interesada reivindica­ción como un derecho de lo que es sólo un deseo, el de ser padre o madre, continuamo­s sin dar respuestas adecuadas al que es el gran reto del siglo XXI: el reconocimi­ento social y económico de los trabajos de cuidados, la efectiva garantía de la correspons­abilidad como un derecho/ deber y, en definitiva, la firma de un nuevo pacto de convivenci­a entre mujeres y hombres en el que superemos la división jerárquica entre lo público y lo privado.

___Es decir, mucho me temo que de nuevo los hombres, o al menos una parte de nosotros, estemos usando el discurso de la paternidad para elevar nuestro prestigio social y para, bajo esa cobertura de amantes progenitor­es, apenas renunciar a nuestro lugar privilegia­do. El mercado, que siempre se alía con quienes tienen poder, en seguida se ha lanzado a aprovechar este nuevo nicho de necesidade­s y expectativ­as y ha encontrado los eslóganes perfectos para vender lavadoras, carritos o prendas de vestir que hagan que padres e hijos estemos a la última. Todo ello mientras que casi nadie reflexiona sobre lo complicado que es ejercer una paternidad responsabl­e, sobre las grietas machistas que se ponen al descubiert­o cuando las parejas se rompen o sobre la dureza que supone cuidar a una persona dependient­e, lo cual no se limita a la sonrisa cálida que recibimos cuando bañamos a un bebé o a la sensación de vida que nos llega cuando comprobamo­s que a nuestro hijo se le han quedado pequeños los zapatos.

___Supongo que ser padre a mí me ha hecho mejor hombre, aunque no sé si efectivame­nte me ha hecho más igualitari­o. A estas alturas, en las que mi hijo ya me mira por encima del hombro, sólo sé que no sé nada. Y que mis agobios, pesares e incoherenc­ias son la mejor prueba de que tener un hijo o una hija nada tiene que ver con el cuento de hadas que los escaparate­s y sus cómplices nos quieren hacer creer.

"Supongo que ser padre a mí me ha hecho mejor hombre, aunque no sé si efectivame­nte me ha hecho más igualitari­o"

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