GQ (Spain)

MANUEL JABOIS

- MANUEL JABOIS

Lo mejor (y lo peor) de la Navidad.

___Lo peor de la Navidad, o si prefieren lo más incómodo, es el trato con los niños, sobre todo con los niños especialme­nte pequeños. Uno los ve a diario con una cadencia casi salvaje, porque la Navidad los niños no sólo la viven, sino que la ocupan. Mi relación con ellos es de amor y odio, porque yo les tengo a todos ese cariño casi infantil que todo el mundo tiene a un niño, pero no encuentro la manera de tratarlos manteniend­o un poco la compostura. Yo no conozco a nadie que se haya dirigido nunca con cierta dignidad a un bebé, por ejemplo. De hecho he visto a gente muy valerosa, de vida ya curtida y un oficio de respeto, agacharse a hacer monerías con esa cierta incomodida­d que te asalta cuando te sabes ridículo.

___Entre las extravagan­cias más habituales está la de cambiar la voz, emitir sonidos guturales que desmontan de un plumazo la teoría de la evolución e improvisar onomatopey­as que en otras circunstan­cias le llevarían a uno directamen­te al psiquiátri­co de por vida. Yo si a los niños no los conozco, los obvio: no soy de los que andan saludando bebés que ni me van ni me vienen. Pero si no hay salida porque es el hijo de un amigo, un primo o una emboscada similar, le dejo la mano muerta para que me agarre el dedo y sonrío a la madre durante segundos espantosos hasta que me pregunta: "¿No le vas a decir nada al niño?". ¿Y qué quieres, chico, que me confiese?

___Así que, superado el trance quisquillo­so de los niñeros, llegamos a lo positivo de la Navidad, más allá de las nostalgias envueltas en tentacione­s suicidas y de la euforia de los reencuentr­os familiares con gente que ideológica­mente está en Alaska respecto a ti, que también tienen su aquel. Me refiero por supuesto a los grandes saludos, los saludos de la calle, los encuentros felices con gente que no ves desde hace tiempo.

___Yo soy un gran admirador de esos saludos exagerados y hasta contraprod­ucentes, y a poco que me dejen le reviento a uno la espalda a manotazos: "¡Qué tal, qué tal!". Me tiene encantado el contacto, la manera que tenemos de cogernos el brazo o darnos la mano superfuert­e, o el abrazo macho de minutos profundos y silencioso­s, como si se nos hubiese muerto a todos la madre. Los puristas hablan del espíritu navideño con escrúpulos porque "deberíamos querernos así todo el año", pero una cosa es querer a todo el mundo unos días y otra distinta a todos todo el tiempo. Ahora nos reconocemo­s con una sonrisa franquísim­a y nos tocamos mucho para ver si está todo bien y en su sitio, que cualquier día uno descubre que te falta un dedo o te ha salido otro.

___Yo las últimas Navidades en el pueblo, por ejemplo, vi a un amigo de la infancia rodeado de gente que supuse su familia, y al llegar a él le pegué un abrazo de muy señor mío, le planté dos besos y cuando me separé un poco para hablar me di cuenta de que no era él pero ni de lejos, o sea que me fui a la carrera y los dejé allí a todos flipando toda la noche.

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