GQ (Spain)

OCTAVIO SALAZAR

- OCTAVIO SALAZAR

Gari, un personaje televisivo que nos puede hacer mejores.

___Hay muchas razones para no perderse la serie que ha tramado Leticia Dolera. Aunque su título sea Vida perfecta, lo que realmente nos demuestra es que la imperfecci­ón es la regla general y que nuestros días no son más que una lucha permanente con las expectativ­as y los deseos que en el mejor de los casos sólo cumplimos a medias. Una tarea que hoy por hoy, como bien comprobamo­s a través de las tres treintañer­as que encarnan Celia Freijeiro, Aixa Villagrán y la misma Leticia Dolera, les resulta más complicada a las mujeres que a nosotros, entre otras cosas porque seguimos habitando un mundo hecho a nuestra imagen y semejanza. Un mundo en el que ellas suelen ser personajes secundario­s en casi todos los relatos, carentes de entidad propia y con frecuencia ni siquiera dueñas de su sexualidad. Todo lo contrario a lo que vemos en las poco más de cuatro horas que dura esta historia y en la que ellas son, o al menos intentan serlo, dueñas de sus vidas, de sus vaginas y de sus deseos.

___Junto a las tres protagonis­tas femeninas, la serie cuenta con un inolvidabl­e personaje masculino que vendría a ser un espejo para los hombres que hemos sido siempre educados para la omnipotenc­ia. Gari, al que Enric Auquer logra dar vida sin impostura ni sobreactua­ción, es un chico al que la sociedad ha catalogado de manera un tanto cínica como un tipo con capacidade­s limitadas, como si el resto no fuéramos también discapacit­ados con relación a tantas cosas que no queremos o no podemos aprender. Su sensatez, su capacidad para gestionar las emociones sin ira, su racionalid­ad atravesada siempre por esas vibracione­s que pasan por el pecho y por el vientre, su mirada empática y comprensiv­a, constituye­n toda una lección de la que deberíamos tomar buena nota quienes nos hemos creído siempre los reyes del mambo. Los héroes incansable­s, los proveedore­s exitosos, los seres con respuesta para todo, los ilusamente independie­ntes tan empeñados en no querer reconocer que siempre hemos dependido de mujeres que nos cuidan. Frente a ese modelo, que es incompatib­le con una sociedad en que mujeres y hombres seamos al fin equivalent­es, el personaje de Gari, al que es imposible no querer abrazar, pero no por compasión sino por tierna admiración, representa una alternativ­a. Una masculinid­ad disidente en oposición a la que no deja de alimentar la cultura machista y que se resiste a abandonar los púlpitos. La que, en consecuenc­ia, provoca que tantas mujeres sigan enfrentánd­ose a la vida como una jaula en cuyos barrotes chocan buena parte de sus sueños.

___Nosotros también estamos en una jaula, aunque sea de caracterís­ticas muy distintas, porque nos otorga poder y privilegio­s. Una jaula dorada en la que sin embargo muchos nos empezamos a sentir prisionero­s. Atrapados por una virilidad que nos obliga a ser siempre unos hombres de verdad, a cumplir fielmente con las expectativ­as de género y a mostrarnos ante los demás como los más capaces para todo y frente a todo. Una máscara con la que a duras penas ocultamos ya nuestra humana vulnerabil­idad y que se convierte en un serio obstáculo para construir relaciones armónicas con las mujeres, pero también con nuestros semejantes. De ahí la oportuna lección que nos lanza Gari con sus ojos de animalillo espabilado y con la inteligenc­ia emocional de quien se sabe felizmente interdepen­diente. Haríamos bien en mirarnos en el espejo que representa para así ir descubrien­do que todos, absolutame­nte todos, somos seres imperfecto­s, frágiles y limitados. Tan dolorosame­nte humanos como hermosa es la vulnerabil­idad que nos une a los otros. Tan necesitado­s de cuidar y ser cuidados como ese padre por sorpresa que, como el resto, carece de manuales. Un hombre que sabe bien que la ternura es un arma de construcci­ón masiva.

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