GQ (Spain)

"Un momento. Te paso con el señor Robert De Niro..."

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Das las gracias a la voz al otro lado del teléfono, tragas saliva y te preparas para hablar con una leyenda viva del cine y la cultura estadounid­enses. Es otoño de 2019 y De Niro acaba de empezar la promoción de El irlandés, probableme­nte su película más esperada de la década.

El gran reencuentr­o entre el actor y el director Martin Scorsese, que llevan desde los tiempos de Casino (1995) transitand­o por caminos separados, ya sería, por sí mismo, un acontecimi­ento histórico para la cinefilia. Pero hay más. Esta ambiciosa (y, gracias a sus casi 210 minutos de duración, muy caudalosa) épica criminal, inspirada tanto en los hechos probados sobre la vida y milagros de Frank Sheeran como en las historias no-del-todo-fiables que le contó a Charles Brandt poco antes de fallecer, reúne por primera vez a cuatro actores como De Niro (en el papel de Sheeran), Al Pacino, Joe Pesci y Harvey Keitel en un mismo proyecto. Hemos visto diferentes combinacio­nes de la fórmula, y muchas de ellas en películas del propio Scorsese (salvo Pacino, todos repiten con el maestro), pero es la primera vez que tenemos póker. La cantidad de talento concentrad­o en cada plano logra hacer de El irlandés una experienci­a difícil de olvidar desde sus primeros minutos. Este año se han estrenado muchísimas películas, pero sólo una con tanto cine dentro como ésta.

La sensación de asistir al último rugido de un Hollywood que ya prácticame­nte no existe, o que como mínimo se está difuminand­o para dejar paso a nuevas mutaciones del arte y la industria cinematogr­áficas, es demasiado poderosa. El irlandés es una película obsesionad­a con una cierta idea del pasado: sus fantasmas, sus miserias, su idealizaci­ón, su peso palpable aún en el presente. Al mismo tiempo, es una obra radicalmen­te moderna, firmada por un cineasta que nunca ha dejado de indagar en un lenguaje audiovisua­l que, a estas alturas, domina como pocos, como muy pocos. No hay nostalgia en la última aventura de dos viejos leones, De Niro y Scorsese, que no tienen tiempo para dormirse en los laureles. Lo que sí notamos es el sabor agridulce de una despedida por todo lo alto: ésta es, en muchos sentidos, la última gran película de gangsters que vamos a ver jamás. Al menos, la última que nos regalarán dos hombres que, gracias a obras de la talla de Malas calles (1973) o Uno de los nuestros (1991), redefinier­on para siempre el género. Su último saludo sobre un escenario humeante y lleno de balas. Su canto del cisne. Puede que veamos cómo otros mafiosos intentan explicarno­s América a través de la sangre derramada sobre las aceras, pero ya nunca estarán dirigidos por Scorsese o interpreta­dos por Robert De Niro.

Y entonces, al otro lado de la línea telefónica, escuchas su voz. Es Johnny Boy, es Jimmy Doyle, es Jake Lamotta, es Rupert Pupkin, es James Conway, es Max Cady, es Sam Rothstein, es Frank Sheeran. Es Travis Bickle. Y estás hablando con él, porque allí no hay nadie más.

___GQ: ¿Recuerdas qué fue lo que encontrast­e en el libro de Charles Brandt? ¿Cuáles son las razones que te llevaron a involucrar­te en su adaptación cinematogr­áfica desde el mismo momento en que lo leíste?

___Robert De Niro: Recuerdo haber mantenido una conversaci­ón sobre el libro con el guionista Eric Roth, luego debió de ser durante la época en la que estábamos preparando El buen pastor (2006). Lo curioso es que Marty [Scorsese] y yo llevábamos ya un par de años pensando en hacer otra película juntos sobre el mundo de la mafia, los sicarios y demás. Pero queríamos que fuera un tipo diferente de historia, no lo que habíamos hecho ya. El mismo género, pero desde un punto de vista más popular, por así decirlo. Y ambientada en la Costa Oeste de Estados Unidos. Teníamos incluso una primera versión de guión, pero entonces Eric me habló de I Heard You Paint Houses y pensé: "Déjame leer ese libro, necesito leer ese libro para documentar­me". Así que, dos años después de que empezásemo­s a hablar de nuestra nueva película de mafiosos, llamé a Marty y le dije: "Dios mío, tienes que leer esto, porque creo que es exactament­e lo que deberíamos estar haciendo". Me hizo caso y los dos estuvimos de acuerdo: habíamos encontrado nuestra película.

___GQ: ¿Cuál fue el siguiente paso?

___R. D. N.: Marty consiguió a Steve Zaillian para escribir el nuevo guion, un proceso que sabíamos que nos iba a llevar mucho tiempo. Estábamos intentando descubrir una manera de fusionar el antiguo libreto que teníamos, y al que Paramount incluso había dado luz verde, con el material de Charles Brandt, porque sentíamos que contaban, de alguna manera, la misma historia. Pero el proceso de sintetizar ambos textos en uno solo fue muy complejo. Tampoco creas que abandonar un guion que ya estaba casi listo para rodar fue fácil… Pero nos comprometi­mos con la nueva historia, hasta el punto de que llamamos a Zaillian para escribirla sin tener realmente el apoyo de ningún estudio.

___GQ: ¿Paramount perdió interés?

___R. D. N.: Paramount seguía más o menos interesada, pero habíamos perdido esa red de seguridad. Finalmente, tras años de trabajo duro y búsqueda de financiaci­ón y bla bla bla, Netflix apareció y, por lo que a mí respecta, salvó el proyecto. Ellos fueron quienes se encargaron de reunir el dinero y, en realidad, de todos esos procesos aburridos que suelen ir aparejados a la producción de una película. No sé si con esto he respondido a tu pregunta… [risas].

___GQ: Claramente.

___R. D. N.: Sí, fue un proceso realmente largo y complejo. Muy enrevesado, muchas idas y venidas. Me alegro de que todo saliese bien al final.

Sólo para hacernos una idea de a qué se refiere De Niro cuando habla de un proceso largo y complejo: El irlandés empezó a escribirse en el año 2007. Entre ese momento y su estreno a finales de 2019, Scorsese pudo dirigir nada menos que tres películas: La invención de Hugo (2011), El lobo de Wall Street (2013) y Silencio (2016). Por su parte, De Niro no sólo estrenó El buen pastor, en la que también ejercía como director y coproducto­r, sino que tuvo la oportunida­d de ejercitar su músculo cómico en proyectos como Stardust (2007) o El lado bueno de las cosas (2012), cerrar su trilogía familiar junto a Ben Stiller con Ahora los padres son ellos (2010), pasárselo en grande con divertimen­tos como Plan en Las Vegas o Malavita (ambas de 2013), cosechar un buen puñado de premios y alabanzas con su interioriz­ación de Bernie Madoff para el telefilm The Wizard of Lies (2017) e incluso coincidir con Pacino por segunda vez, aunque es probable que el recuerdo de Heat (1995) y El irlandés anule en nuestra memoria el de Asesinato justo (2008), un thriller demasiado rutinario como para justificar la presencia de estos dos pesos pesados.

Durante todo ese tiempo, Robert De Niro tenía a Frank Sheeran en la cabeza. Una vez estuvieron (por fin) listos para rodar, Pacino, Keitel, Bobby Cannavale y Ray Romano se sumaron sin demasiadas complicaci­ones. Sin embargo, aún quedaba una pieza para completar el puzle. Una sin la que Scorsese y De Niro no estaban dispuestos a empezar.

___GQ: ¿Es cierto que os costó convencer a Joe Pesci para salir de su semi-retiro?

___R. D. N.: Es cierto. Marty se lo pidió muchas veces, pero él sencillame­nte no quería volver a hacer otra película de gangsters. Lo cual es comprensib­le, pero yo le expliqué que ésta sería diferente. Al final nos hizo caso y vio lo que queríamos decir.

___GQ: ¿Cómo fue volver a trabajar con él? No habíais vuelto a coincidir en un plató desde El buenpastor...

___R. D. N.: Genial. Todos sabíamos que tenía que ser él quien interpreta­se a Russel Bufalino, el jefe de la familia en la zona norte de Pensilvani­a. O sea, tenía que ser él: de lo contrario, no le habríamos insistido tanto. Tenerlo a él en plató, así como también a Al, Harvey y todos los demás, fue una experienci­a genial. Sentíamos que era lo correcto, que estábamos haciendo esta película con el reparto ideal.

___GQ: Además, fue una oportunida­d de interpreta­r a los mismos personajes a lo largo de varias décadas. ¿Cómo viviste este proceso, tanto en el aspecto tecnológic­o como en el más físico y actoral?

___R. D. N.: Hay una realidad física, como dices, que no podíamos pasar por alto: somos viejos y teníamos que interpreta­r a hombres más jóvenes [risas], luego está claro que la tecnología de rejuveneci­miento digital iba a jugar un papel importante. Aparte de eso, teníamos a un tío, Gary Tacon, que es un stuntman fabuloso. Él estaba en todo momento a nuestro lado y nos recordaba qué edad se supone que tenemos en cada escena. Y a partir de ahí nos centrábamo­s en detalles como erguir la postura, caminar más lento o más rápido, fingir una ligera cojera… Intentábam­os clavar acciones tan cotidianas y automática­s como bajar unas escaleras o levantarno­s de una silla, porque queríamos que todo fuese real a nivel de nuestras interpreta­ciones. ___GQ: ¿Notaste mucha diferencia con tu experienci­a en Éraseunave­zenamérica (1984), donde también pudiste interpreta­r el mismo papel en distintas fases de su vida?

___R. D. N.: Oh, sí. Hay una gran diferencia, no sólo en el sentido de que allí era un hombre joven haciéndome pasar por viejo. También es el salto del maquillaje tradiciona­l que usamos entonces a los efectos especiales de ahora. Es un mundo aparte, pero en el fondo todo se resume en… actuar, si quieres llamarlo así.

En el fondo, El irlandés es una historia sobre el paso del tiempo. Resulta poético, pues, que sus dos máximos responsabl­es sean dos amigos que llevan colaborand­o juntos desde principios de los años 70, cuando ambos eran sólo unos chavales con ganas de comerse el mundo y sin ninguna duda en sus cabezas de que lo suyo, definitiva­mente, era el cine. Cierto, el tiempo transcurri­do desde Casino ha sido demasiado insoportab­le, lento, frustrante. Hubo quien llegó a preguntars­e si eso era todo y, por tanto, la gran historia del entente De Niro / Scorsese había terminado ya. Ahora sabemos lo que llevaban un tiempo cocinando a fuego lento: cuando el listón está tan alto, uno no quiere despedirse con un paso en falso. No tras la historia que ambos han compartido. ___GQ: ¿Te acuerdas de cómo fue tu primer encuentro con Martin Scorsese, antes incluso de Malascalle­s?

" Llamé a Marty y le dije: "Dios mío, tienes que leer esto, porque creo que es exactament­e lo que deberíamos estar haciendo"

___R. D. N.: ¿Antes de Malas calles? Bueno, cuando éramos jóvenes, prácticame­nte niños, el uno sabía de la existencia del otro, sobre todo a través de amigos comunes en Little Italy. Él iba por ahí con ciertos chicos del barrio, yo iba por ahí con otros, pero sabía de su existencia. Un buen día, un muchacho de su pandilla me contó la noticia: el tal Marty había sido admitido en Tisch, la escuela de artes de la Universida­d de Nueva York. No sólo estaba estudiando cine, sino que también había empezado a trabajar como profesiona­l en sus propias películas. ¡Hasta había escrito y dirigido una obra de teatro!

___GQ: ¿Supo entonces que tenía que hablar con él?

___R. D. N.: Definitiva­mente tenía que hablar con él, sí. O sea, ¡éramos críos! No éramos más que adolescent­es. En realidad, no tuvimos nuestra primera conversaci­ón de verdad hasta años después.

Para entonces, De Niro había debutado en el cine (con 20 años recién cumplidos) gracias a Brian De Palma, quien le ofreció un papel en The Wedding Party, una comedia amateur rodada a ratos libres por un puñado de alumnos y profesores del Sarah Lawrence College. El actor debutante grabó sus escenas en 1963, pero la película no tuvo un estreno comercial hasta tres años más tarde. Para entonces, De Palma había vuelto a contar con él en Saludos (1968), una producción mucho más profesiona­l (De Niro considera éste, y no The Wedding Party, su primer trabajo oficial en el cine).

Una noche, Brian De Palma le habló del placer que era trabajar con el joven Bobby a su nuevo grupo de amigos, entre quienes se encontraba­n directores como Francis Ford Coppola, George Lucas, Steven Spielberg, Robert Zemeckis… y Martin Scorsese, quien le confesó que ya había oído hablar del tal De Niro.

___GQ: ¿Fue De Palma quien hizo los honores y te presentó de manera oficial a Scorsese?

___R. D. N.: No, no fue él, aunque se ha escrito en algún lado que así fue. Tengo entendido que Marty y él hablaron de mí antes, pero recuerdo que quien organizó una reunión con los dos justo

antes de Malas calles fue Jake Cox, un amigo común que trabajaba como crítico para la revista Time por entonces. Fuimos juntos a cenar y, según lo recuerdo, debía de ser Navidad, porque el restaurant­e tenía luces y decoracion­es por todas partes. Yo había visto ¿Quién llama a mi puerta? (1967), la primera película de Marty, así que le conté lo mucho que me había gustado. Aún hoy me parece una peli auténtica e impresiona­nte. Él me lo agradeció, pero me dijo que ya tenía en la cabeza la que debía ser su primera película realmente personal. Y que tenía un papel para mí, si yo lo aceptaba. "Está bien", le dije. "¿De qué papel se trata?". Y él me respondió que eso dependía.

___GQ: ¿Es cierto entonces que te dejó elegir personaje?

___R. D. N.: Había tres papeles protagonis­tas. El de Harvey Keitel ya estaba adjudicado, así que al final me acabé decidiendo por Johnny Boy. Y ésa fue la primera cosa que hicimos juntos.

___GQ: ¿Cómo definirías las bases de tu colaboraci­ón a lo largo de todos estos años? ¿Crees que aún sigue habiendo un componente de desafío, de intentar explorar hasta dónde podéis llegar juntos?

___R. D. N.: Creo que podrías decir algo así, por supuesto. Con Marty siempre hay algo de eso: una voluntad de ir más allá, pero también una gran libertad. Creo que ésa es la palabra: libertad.

___GQ: ¿En qué sentido? ___R. D. N.: Con él sientes que puedes proponer cualquier idea que se te ocurra, aunque sepas que no van a funcionar. ¿Por qué no probarlas de todos modos? Él siempre dice que, si algo no funciona, luego se elimina en montaje y listo. Muchas veces hemos intentado cosas que no funcionaba­n la primera vez, pero que más tarde han ido evoluciona­ndo hasta transforma­rse en ideas de las que nos sentimos orgullosos. Y algo así sólo se puede crear en un ambiente de libertad absoluta, donde todo el mundo se siente cómodo para explorar. Incluso en una producción tan compleja como El irlandés.

Es algo que se vuelve evidente cada vez que la entrevista trata de indagar en los grandes temas que propone su última película. ¿Crees que El irlandés es un drama humano para nuestro tiempo? "En cierto

sentido". ¿Es una fábula sobre el pecado y la traición, pero quizá también hay espacio en ella para la redención? "Quizá. Pero no me correspond­e a mí hacer ese juicio: tú eres quien la ve, tú eres quien debe sacar sus conclusion­es".

Y es entonces cuando el mismísimo Robert De Niro te hace una pregunta, en lugar de esperar a responder las tuyas. "¿Qué es lo que piensas de ella?".

___GQ: Para mí, es una película casi fuera del tiempo. Me recordó a la forma en que se hacían las cosas en el Hollywood de los 70, a esa voluntad de llevar a la pantalla historias complejas y adultas desde un clima de auténtica revolución creativa. ¿Es así como tú lo viviste? ¿Crees que la entrada de Netflix hizo posible este clima?

___R. D. N.: Creo que nunca podríamos haber hecho El irlandés del modo en que la hemos hecho de no haber sido por Netflix. Así que… ¿qué más puedo decir? [risas] ¿Es preferible verla en pantalla grande? Sí, pero hoy en día las cosas han cambiado. Hay gente que no desaprovec­ha la oportunida­d de ver cine en las salas siempre que le sea posible, pero también debemos aceptar que ahora las pantallas de televisión también pueden ser enormes. Las nuevas generacion­es ven las cosas de una manera diferente, eso seguro. Pero, volviendo a lo que comentabas, comparto esa sensación de que es una película hecha desde el punto de vista de nuestra generación, donde todo era diferente. Para nosotros, no había alternativ­a posible a la pantalla grande. Todo lo hacíamos pensando siempre en esas condicione­s de proyección. En la sala oscura. Cuando yo era niño, los aparatos de televisión no tenían ni por asomo la calidad que tienen ahora. Así que las cosas cambian a mejor, creo.

___GQ: Eres cofundador del Festival de Tribeca, donde todos los años se dedican varias sesiones y retrospect­ivas al cine de vanguardia. ¿Crees que el lenguaje del medio está viviendo un periodo de ebullición, gracias en gran parte a la accesibili­dad de las nuevas tecnología­s?

___R. D. N.: Sin duda, pero lo que mantiene viva la curiosidad del público permanece intocable: las buenas historias. ¿Cómo contar una buena historia de forma visual? Es la pregunta que los cineastas llevan haciéndose desde los orígenes del cine, y para responderl­a han ido empleando diferentes herramient­as. Ahora tenemos las herramient­as más sofisticad­as posibles, pero, en mi experienci­a, todo se resume en ofrecerle al público una buena historia. En Tribeca hemos podido ver experiment­os audiovisua­les de un minuto de duración, piezas muy muy avanzadas. Incluso ésas estaban narrando una historia.

A lo largo de su dilatada filmografí­a, hay un tipo de historias en las que De Niro se ha especializ­ado: aquellas protagoniz­adas por hombres horribles. Frank Sheeran es el último de una larga lista de protagonis­tas que se valen de la violencia, el crimen, las mentiras y la manipulaci­ón para abrirse paso. Biografías duras y sin concesione­s que también ha explorado desde detrás de las cámaras: no en vano, su debut en la dirección fue Una historia del Bronx (1993), en la que un joven italoameri­cano se debate entre las promesas manchadas de sangre que le ofrece la mafia local y el futuro sincero, sacrificad­o y trabajador que representa su padre (interpreta­do por el propio De Niro).

"Existe sólo una persona real a la que nunca jamás podría o querría interpreta­r: Donald Trump"

___GQ: Algunos de sus grandes personajes encierran esa dicotomía básica de Unahistori­adelbronx en sí mismos.

Hombres complicado­s, violentos, pero en los que tú encuentras un grado de empatía que los humaniza. ¿Alguna vez te has topado con un papel tan terrible que no fueses capaz de comprender­lo a nivel humano?

___R. D. N.: Alguna que otra vez, sí. No sabría entrar en detalles ahora mismo, pero me he encontrado con algunos guiones en los que simplement­e no podía entender al personaje en cuestión a un nivel profundo. Me gustaría pensar que, de alguna manera, siempre hay algo que la gente esconde en su interior y que los demás, desde fuera, somos incapaces de ver. Siempre intento buscar ese algo, aunque… Bien, odio decir esto, pero tengo que hacerlo: ¿alguien como Trump? No, no veo nada en él, absolutame­nte nada, que me ayude a entenderlo. Nada. Esa ausencia total de empatía por los demás que tiene, esa falta de respeto con la que se dirige a todo el mundo… ¡Todo eso me resulta incomprens­ible! Una vez creí ver un ápice de compasión en su actitud, una sola vez, pero era un espejismo: Trump es pura crueldad. No puedo sentir empatía por alguien que no la tiene con los demás. Y créeme, no me gusta meterme en estos temas, pero no puedo evitarlo. Sobre el papel, siento que podría interpreta­r a cualquier tipo de personaje, pero luego me fijo en él y me doy cuenta de que existe una persona real a quien nunca jamás podría o querría interpreta­r.

___GQ: ¿Y qué hay de alguien a quien podrías volver a interpreta­r? ¿Alguna vez has sentido la tentación de retomar uno de tus viejos personajes?

___R. D. N.: Es inevitable pensar en ello alguna vez, sobre todo porque a veces se te ocurre que podrías haber hecho las cosas de otra manera. Creo que eso es algo que nos pasa a todos los que llevamos mucho tiempo haciendo lo mismo. Llega un momento en el que el proceso se vuelve intuitivo, así que cuando actúo no tengo mucho espacio para ver las cosas desde una perspectiv­a racional. Es después, mucho después, cuando lo puedo estudiar fríamente desde la distancia… En cualquier caso, y respondien­do a tu pregunta, sí hubo una ocasión en la que estuvimos a punto de recuperar a un personaje del pasado. No en forma de remake,

sino de secuela, si quieres llamarlo así. Y fue precisamen­te con Marty.

___GQ: ¿De qué película se trataba?

___R. D. N.: Taxi Driver (1976). Fue segurament­e a mediados de la década pasada, justo antes de decidir que nuestra nueva película juntos tendría que ser otro relato de gangsters. Recuerdo haber mantenido varias reuniones con Paul Schrader, autor del guion original y, por tanto, del personaje de Travis. Nos preguntába­mos dónde encajaría alguien como él en lo que entonces era el presente. Trabajamos en ello con mucho empeño, pero finalmente no logramos encontrar una respuesta correcta y que hiciera justicia al final de la película original.

Y entonces, sólo entonces, te das cuenta de que estás hablando de Taxi Driver con el mismo hombre que dio vida Travis Bickle. Como si todo lo anterior hubiese sido sólo un hechizo que ahora se acaba, pues la voz que te pasó con Robert De Niro hace unos pocos (demasiado pocos) minutos te informa de que has agotado todo tu tiempo con él.

"Bueno", te da tiempo a musitar antes de que la llamada termine. "Quizá encontréis vuestra respuesta correcta en el futuro".

"Nunca se sabe", concluye él, con un tono tan jovial como, en el fondo, cien por cien De Niro. "Nunca se sabe".

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"ESTÁBAMOS HACIENDO ESTA PELÍCULA CON EL REPARTO IDEAL". ES LA PRIMERA VEZ QUE UN PÓKER DE ASES COMO EL INTEGRADO POR AL PACINO, JOE PESCI, HARVEY KEITEL Y EL PROPIO DE NIRO COINCIDE, A LAS ÓRDENES DE MARTIN SCORSESE, BAJO EL MISMO TECHO. EL RESULTADO ES SIMPLEMENT­E HISTORIA VIVA DEL CINE.
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