GQ (Spain)

Ecología, movilidad, espíritu alternativ­o y encanto histórico… Así es Friburgo, la metrópolis verde.

Ecología, cerveza, movilidad, recetas tradiciona­les, transgresi­ón… FRIBURGO mezcla espíritu alternativ­o y encanto histórico.

- ___por MIGUEL Á. PALOMO

Los españoles adoran Friburgo. Huyen en verano de los 40 grados y se encuentran con, ay, los 39 de la capital de la Selva Negra. La ciudad más cálida y soleada de Alemania rompe muchos tópicos teutones. Sorprende, por ejemplo, que la gran urbe más pequeña del país –226.000 almas, muchas en retiro universita­rio– esté encajada entre laderas verticales cuajadas de viñedos. En estas espesas colinas, visibles desde cualquier parte, nace el vino badense de la ancestral variedad blanca Gutedel. La cerveza, por ahora, puede esperar. El mercado español, ya decimos, persigue en pernoctaci­ones al francés y sólo mira a lo lejos al suizo, la otra frontera más próxima. A menos de una hora en coche o en bus directo desde el aeropuerto de Basilea (con el que opera Easyjet), el trayecto hasta esta puerta de entrada a la fantasía de Schwarzwal­d es pan comido. Nunca estuvo tan a mano redescubri­r el que fuera gran centro comercial durante la Edad Media, al ser único paso hacia la Selva Negra desde el valle del Rin al oeste. Fundada en 1120, esta villa próspera de la que sólo quedan en pie tres de sus cinco puertas históricas –una de ellas reconocibl­e por un Mcdonald's que parece llevar allí desde la antigüedad–, siempre tuvo vocación de ir a su aire. Ciudad libre se hace llamar. Sólo a Erasmo de Rotterdam no le convencía Friburgo. Veía en sus gentes atraso y conservadu­rismo. Si echara un vistazo ahora… Vería justo eso, libertad. Y una simbiosis perfecta entre el Friburgo de antes y el de hoy, el de los canales y el del activismo verde, el de su catedral invencible y el de sus clínicas de cirugía estética, el de las viejas casas de los artesanos y el de los edificios de cristal; como la biblioteca, inaugurada en 2015 y abierta a los estudiante­s 24 horas al día. La ciudad respira educación y cultura, desde el gran almacén histórico al Museo de los Agustinos o a su prolífico arte grafitero. Respira, por supuesto, aire puro: el centro intramuros es territorio vedado a los coches. El metro y el tranvía despiertan envidias y las bicicletas son parte del paisaje, la rutina diaria de niños, adultos y ancianos (en tándem si hace falta).

Decir que Friburgo es una ciudad alternativ­a o una pequeña Berlín sería simplifica­r. Algo de ello tiene en la distancia, pero permanece su identidad: ser además capital de la ecología europea y ser reivindica­tiva, acogedora y exquisita en los modales –todo ello representa­do en la Columna de la Tolerancia, un feo poste luminoso que regula los decibelios del botellón de Augustiner­platz–. Ser orgullosa de contar con la torre más bonita de la cristianda­d y durante cien años la más alta del mundo, la de su catedral gótica, indemne a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Y al mismo tiempo ser provocador­a, precisamen­te en ese lugar sagrado cuyas vidrieras y pórtico exhiben un descarnado humor negro. Ser cariñosa e inclusiva, con los barquitos de juguete hechos por discapacit­ados surcando los riachuelos de esa otra Venecia que sale del río Dreisam. Y acabar por ser simplement­e rara, en una mezcla de escenas: unos tipos encaramado­s al puente azul de hierro ven pasar la vida, mientras otra gente pasea la suya propia y la de sus mascotas en carritos para perros.

LA METRÓPOLIS VERDE QUE AMA LA CERVEZA

De Friburgo cae bien hasta su equipo de fútbol, el más simpático de la Bundesliga. Uno de sus sponsors es Rothaus, la cerveza de la Selva Negra por excelencia. Todo queda en casa y gira alrededor de la comunidad, como se demuestra cada día en el Münstermar­kt, el mercado de la catedral o el paraíso de las bayas y las frutas del bosque. Frambuesas, arándanos y moras silvestres destacan ordenadas por colores entre calabazas y kohlrabi, flores, hierbas y encurtidos. Los pequeños productore­s toman la plaza para vender sus proyectos de temporada, desde mermeladas a salsas de paprika. El jamón ahumado, las populares Lange Rote, salchichas rojas de hasta 35 cm, y el pastel de queso de la tienda Stefans completan el menú que puede continuar bajo techo en el Markthalle, con puestos de comida callejera algo más exótica.

Si se opta por el delicatese­n local, la tienda Rädle Feine Kost pone cara a los agricultor­es, pescaderos o bodegueros artífices de su gastronomí­a más pura.

El mundo agrícola convive con la vanguardia de la militancia ecologista. El barrio de Vauban, imán de refugiados y líder en tecnología medioambie­ntal, es único en Europa por sus edificios de arquitectu­ra pasiva y sin emisiones. La bohemia queda para Stühlinger, el barrio antiguo de estudiante­s muy de moda ahora por sus fiestas y su energía hípster. Entre las calles adoquinada­s donde los cafés sacan sus terrazas, una joya para los entendidos en espirituos­os: Alte Apotheke es una antigua farmacia que reabrió en 2016 como tienda de alcoholes en la que se degustan destilados artesanale­s. Mucha ginebra nacional y regional –como la Gin Monkey 47, de la Selva Negra–, algo de pastis y otras bebidas afrancesad­as como la absenta. De hecho, cada viernes, antes de salir a cenar, se recuerda aquí l'heure verte (hora verde) propia de los bistrós del siglo XIX.

Sin tanto malditismo, la cerveza acaba por imponerse. Y es que Friburgo huele a lúpulo. En los bajos del mercado Markthalle, Martin's Bräu permanece como la primera cervecería de la ciudad. Y Hausbrauer­ei Feierling tienta por el ambientazo de su jardín de cerveza. Pero conviene concertar una visita guiada por la fábrica de Ganter, la marca más comercial de

Friburgo. Desde 1865 en manos de la misma familia, Ganter se mudó cerca del río algunos años después para aprovechar el agua blanda, fresca e insípida del manantial sobre el que hoy se levanta una impresiona­nte fortaleza industrial. Los pormenores de la Ley de Pureza Alemana –de la cerveza, que obliga a utilizar ingredient­es 100% naturales– y del surtido de 16 etiquetas distintas los explica Eberhard Haist, aka Professor Doktor Gerstenkur­n, guía y sumiller de cerveza con aspecto de un profesor Bacterio de Baden-württember­g.

Fuera del centro, en una zona sin turistas que combina hangares y casas residencia­les, la cosa es diferente. Junto a un taller de coches antiguos y una carpinterí­a, los chicos de Decker instalaron su cuartel general, primero como almacén cervecero, después como fábrica clandestin­a en la que hacían todo a mano y, por fin, como cervecería independie­nte, la craft más estimulant­e de la región. De la botella de litro para compartir que empezó a correr de mano en mano a estar en los supermerca­dos. Sin usar publicidad, los tres socios fundaron la empresa en 2014 y ya son cinco cerveceras las que acogen, además de contar con un club de cerveza artesana. La fórmula: gusto por lo amargo, con lúpulo del lago de Constanza, método tradiciona­l y fermentaci­ón en frío. El secreto: espíritu amigable, que esto es Friburgo.

CAFÉ INTENSO, SPRITZES LOCALES Y SURF DE ASFALTO

Ya que el bar garage de Decker pilla de camino, el eterno adolescent­e encontrará en los containers de Layback un nuevo ídolo: Hartmut Olpp es el responsabl­e de que medio Friburgo haga surf. Si en el río es imposible, lo que se cabalga son longboards hechos a mano o por el robot que Olpp mismo ha diseñado. Cada ser humano tiene su tabla, sólo hay que entrar en la cultura skate. Si ésta es más punk, la de Ingmar Schettler es más rock fifties, pues sus dos barberías del centro se ajustan al patrón clásico ya asumido de tatuajes y grooming masculino. Con el bigote acicalado, los trajes a medida de la sastrería de Benedikt Flügel sientan de otra manera. A sus 29 años, atiende impecable y corta telas italianas de verano e inglesas de invierno. Elegancia urbana que viste al personal de One Trick Pony, el gran cocktail-bar de Friburgo. Se bebe también en el bar Hemingway y en Elizabeth, coctelería decorada con el pop-art de Niklas Quade y que ha abierto un rooftop frente a la catedral para asegurarse la clientela de puesta de sol. Micha, el propietari­o, apuesta por la informalid­ad latina y prepara versiones del Aperol Spritz mientras el precioso restaurant­e Oberkirch Weinstube, abajo en la plaza, sirve cócteles Hugo, el Spritz alemán, para acompañar la tradiciona­l trucha salvelina.

Con recetas hogareñas y mucha sopa caliente, la cena luce en el restaurant­e Lichtblick cuando la lluvia azul de la glicinia cubre la callejuela más romántica de la ciudad, la Konviktstr­asse con sus casitas medievales. Queda elegir el café, no tan sencillo como antes, cuando en Alemania sólo se vendía un infame líquido oscuro. Una opción es haber visitado Rösterei Schwarzwil­d, una pequeña planta de tueste regentada por Andrea Jauch que, tras dejar su trabajo, se apuntó a la moda berlinesa del café más ligero, con matices afrutados y ácidos. Sus variados expresos, procedente­s de pequeños productore­s de todo el mundo con los que mantiene contacto directo, son gloriosos. Y digestivos.

Otra opción compatible es subir hasta el Monte del Palacio Schlossber­g, en funicular o peldaño a peldaño, y coger sitio en la terraza del restaurant­e Greiffeneg­g. Un café con vistas a los tejados de Friburgo, a su catedral y al valle del Rin es un café feliz.

"Sin tanto malditismo como la absenta, la cerveza acaba por imponerse. Friburgo huele a lúpulo"

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 ??  ?? UNA URBE CON DISTINTAS CARAS 1. La catedral, vista desde uno de los balcones del pintoresco almacén histórico. 2. La Puerta de los Suabos (Schwabento­r) y, al fondo, la de Martin (Martinstor), la más antigua. 3. El Nuevo Ayuntamien­to, 500 años lo contemplan, es más viejo que el Antiguo. 4. La catedral y su eterna torre hueca destacan desde el Monte del Palacio Schlossber­g. 5. La fachada roja del Antiguo Ayuntamien­to, conectado con el otro por un embarcader­o. 6. Los niños juegan en los riachuelos de Friburgo con barquitos de juguete. 7. El agua da la vida. Dicen que quien cae debe casarse en Friburgo. 8. La biblioteca, con la controvert­ida silueta de diamante negro, es un nuevo símbolo moderno.
UNA URBE CON DISTINTAS CARAS 1. La catedral, vista desde uno de los balcones del pintoresco almacén histórico. 2. La Puerta de los Suabos (Schwabento­r) y, al fondo, la de Martin (Martinstor), la más antigua. 3. El Nuevo Ayuntamien­to, 500 años lo contemplan, es más viejo que el Antiguo. 4. La catedral y su eterna torre hueca destacan desde el Monte del Palacio Schlossber­g. 5. La fachada roja del Antiguo Ayuntamien­to, conectado con el otro por un embarcader­o. 6. Los niños juegan en los riachuelos de Friburgo con barquitos de juguete. 7. El agua da la vida. Dicen que quien cae debe casarse en Friburgo. 8. La biblioteca, con la controvert­ida silueta de diamante negro, es un nuevo símbolo moderno.
 ??  ?? COMER, BEBER, AMAR
1. Flores, artesanía y frutos del bosque en el mercado diario que alegra la plaza de la catedral. 2. Entrada de uno de los salones para caballeros de Ingmar Schettler Barbershop. 3. Cata de absenta y de ginebras en Alte Apotheke, una antigua farmacia que conserva su ambiente en formol. 4. Desde hace ocho años el mejor café de la ciudad se compra en Rösterei Schwarzwil­d. 5. En cuatro semanas y por 1.000 euros de media, Flügel confeccion­a trajes a medida. 6. Uno de los antiguos edificios de la fábrica Ganter es hoy bar de catas y pieza de museo vintage. 7. Look industrial y cuadros del artista pop-art Niklas Quade en el bar Elizabeth. 8. Desde el siglo XIII, Friburgo tiene canales con calles empedradas que hoy se recorren en bici. 9. Exposición de cientos de modelos de tablas longboards en el taller Layback, a las afueras de Friburgo. 10. El tradiciona­l Oberkirch, abierto en 1936, es el restaurant­e más popular de la plaza de la catedral. 11. Las pócimas descansan en One Trick Pony, la gran coctelería de Friburgo. 12. Decker Garage Bar & Biergarten, patio y bar con materiales recicladas donde degustar su cerveza craft.
COMER, BEBER, AMAR 1. Flores, artesanía y frutos del bosque en el mercado diario que alegra la plaza de la catedral. 2. Entrada de uno de los salones para caballeros de Ingmar Schettler Barbershop. 3. Cata de absenta y de ginebras en Alte Apotheke, una antigua farmacia que conserva su ambiente en formol. 4. Desde hace ocho años el mejor café de la ciudad se compra en Rösterei Schwarzwil­d. 5. En cuatro semanas y por 1.000 euros de media, Flügel confeccion­a trajes a medida. 6. Uno de los antiguos edificios de la fábrica Ganter es hoy bar de catas y pieza de museo vintage. 7. Look industrial y cuadros del artista pop-art Niklas Quade en el bar Elizabeth. 8. Desde el siglo XIII, Friburgo tiene canales con calles empedradas que hoy se recorren en bici. 9. Exposición de cientos de modelos de tablas longboards en el taller Layback, a las afueras de Friburgo. 10. El tradiciona­l Oberkirch, abierto en 1936, es el restaurant­e más popular de la plaza de la catedral. 11. Las pócimas descansan en One Trick Pony, la gran coctelería de Friburgo. 12. Decker Garage Bar & Biergarten, patio y bar con materiales recicladas donde degustar su cerveza craft.

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