IAGO DAVILA
Hijos, recordadme aunque sea por los manolitos.
Los sábados en mi casa se desayunan manolitos. Sé que no es la manera más sana de comenzar el in de semana y que va en contra de los hábitos alimenticios que les intentamos inculcar. Tampoco negaré que nos decepcionamos profundamente cuando constatamos la obviedad de que eran de producción industrial. Pero en mi casa, los sábados, se desayunan manolitos.
Y espero que por muchos años.
Dice un amigo que a las personas se les recuerda por sus pasiones. Él tiene muchas, pero las que más prodiga son Prince, el ron Bacardí y el Atlético de Madrid. Sabe, por ejemplo, que ningún miembro del personal de servicio del músico lo vio nunca sin maquillar o vestido de otra guisa que no fuese la habitual. "Ya podía estar con 40 de iebre, que el tipo bajaba a desayunar en jumpsuit", cuenta socarrón. En una ocasión dejó impresionados a dos ejecutivos del grupo Bacardi con su explicación de cómo se hace el perfect serve de un ron-cola. Culminó su relato con un "refres
co de día, copa de noche", que arrancó una lágrima de emoción a la atónita audiencia. Y tiene un archivo mental con los motes de todos los jugadores y entrenadores colchoneros, que entona con nostalgia y apostilla con alguna pincelada graciosa sobre el personaje.
Hace cosas como éstas tanto y tan bien, que cada vez que algún objeto relacionado con Prince, el Bacardí o el club colchonero se cruza en las vidas de sus conocidos, se lo compramos. Con los años, atesora en su casa un museo irrepetible cargado de historias sobre lo que ama y los que lo aman a él.
Ahora que mis hijos rozan el uso de razón les empieza a obsesionar la muerte. En el momento más inesperado, con los pies colgando de la taza del váter, me preguntan si yo también me voy a morir, "como los papás de Frozen". Como no les miento, la reacción es siempre la misma: llanto inconsolable, gritos descarnados que ruegan que nunca los abandone.
Con el tiempo he diseñado una respuesta estándar para esta situación: "Papá se morirá algún día, pero seguirá viviendo en vuestros recuerdos y en los de toda la gente a la que queremos, como en Coco". Disney puede ser una máquina de generar traumas, pero usado sabiamente también una gran herramienta educativa.
Nunca he sido tenaz como para tener pasiones, así que me esfuerzo en cultivar tradiciones familiares que, vivo o muerto, funcionen como símbolos ("iconos" los llamamos ahora) que les recuerden a mí y despierten memorias felices que puedan compartir con otras personas.
El ritual de los manolitos que desayunamos los sábados comienza el viernes a la salida del colegio. Los recojo, me abrazan, merendamos y paseamos hasta un despacho de Pastelería Manolo cantando varias veces una versión que hemos compuesto del estribillo de Despacito: "Ma-no-litos...". Nos atiende Estrella, la dependienta castiza que los espera con un minicruasán de regalo para cada uno. "¡Queremos una caja con ocho de chocolate… y ocho de chocolate!", grita entonces mi hijo mayor, y ella repite la fórmula asombrada. Es su broma particular. Me conformo con que mis hijos me recuerden como un tipo que los quiso mucho, que les enseñó cosas (unas buenas, otras no tanto, imagino) y con el que compartían momentos que les hacían felices. Sé que con los años me romperán el corazón, pero confío en que si mi funeral cae en sábado, ese día desayunen manolitos.