ACORDES DE CAMBIO La nueva masculinidad rock
Una pléyade de músicos reformula con inteligencia el rol del hombre en la era del #Metoo.
El pop y el rock no son más que un reflejo de la sociedad en la que germinan, y por eso cada vez resulta más fácil toparse con visiones de la vida que sintonizan con el signo de los tiempos. En pleno fragor entre acción y reacción, cuando la omnipresente cuarta ola feminista de nuestra historia ha cobrado tal altura de vuelo que empieza a toparse con planteamientos negacionistas que en el fondo no son más que la vieja ultraderecha de siempre empleando herramientas nuevas (las fake news, los big data de las redes sociales y la nueva incorrección política), son decenas los músicos de nuestra escena internacional – y también estatal– que emiten señales de que algo está cambiando. Tratando de no perder el paso al devenir de nuestros días, de no quedar descolocados ante una marea que propone profundas transformaciones a largo plazo, los hombres que sirven como referentes de gran parte de nuestra música pop y rock proyectan una masculinidad cada vez menos aferrada a viejos tópicos. Una sensibilidad que se resiste, con naturalidad y pleno derecho, a ser encajonada, y que tampoco admite visiones meramente estéticas o tan simplistas que tengan que ver con la sobadísima metrosexualidad. La mudanza, por el contrario, es de mayor calado. Mucho mayor.
El rock fue, durante muchos años, una música abonada al cultivo de los tópicos de género. La irrupción del hard rock y de otros estilos presididos por una presunta virilidad durante los años 70 (el macho rock, el virtuosismo ostentoso, la falocracia implícita por el poderío bravucón de la guitarra eléctrica) justificó esa identificación con la primacía del hombre, por mucho que la ambigü edad sexual que pregonaba el glam pudiera parecer un contrapeso: durante muchísimos años era mucho más aceptable pintarse la cara y vestirse como una mujer que ser abiertamente homosexual, sin tapujos, y la presencia femenina en el rock no comenzó a repuntar hasta casi acabada la década – gracias al punk, la new wave y la música disco, sobre todo– , pero siempre circunscrita a unas bonitas caras visibles y casi nunca a sus puentes de mando. La industria siguió siendo esencialmente masculina. Y eso perduró en los 80, pese al rol emancipador de figuras como Madonna o Kate Bush, firmes conductoras de su propia travesía.
Hoy en día se cuentan ya por decenas las estrellas femeninas que rigen con autoridad sus destinos desde carreras fulgurantes (Beyoncé, Rihanna, Miley Cyrus, Taylor Sw ift… ), y no hay temática ni perspectiva de género que quede inmune a manos de nadie, prácticamente desde cualquier estilo. Sin pelos en la lengua. Sin remilgos. Eso también obliga a que aquellos músicos – hombres– que con mayor empeño portan la llama de los géneros más tradicionales – el rock 'n' roll de toda la vida, el soft rock, el blues, el twee pop o el baladismo crooner, por citar algunos– se vean en la tesitura de reformular su masculinidad para no quedar anclados a un tiempo remoto, oliendo a naftalina y convertidos en piezas de museo. Vaya, lo que son la mayoría de bandas que sobrepasan los 25 años de carrera, por regla general. Y a sabemos que J Balvin, Rels B, Drake, Cupido o Dellafuente lo tienen más fácil para proyectar una idea masculina renovada.
Un personaje frecuentemente (y erróneamente) tildado de misógino, Father John Misty, ya marcó cierta pauta cuando dedicó su álbum I Love You, Honeybear (2015) a airear sin remilgos su relación con la fotógrafa Emma Garr (ahora su esposa), tratando de desmentir el arsenal de tópicos asociados a las relaciones de amor entre hombre y mujer, desde una perspectiva ácida que no rehuía una sardónica autocrítica y una impúdica forma de revelar sus miserias y su fragilidad como hombre. En él describía, según le contó por teléfono a este periodista, " las excusas que el hombre moderno se inventa para no aceptar la responsabilidad sobre su propia vida" , que le llevan a la inacción. Y ahondaba en una visión de las relaciones de pareja a la que no le haría ningún asco cualquier irredenta detractora del amor romántico, esa nueva bestia negra: describía su idilio como algo radical, doloroso, extraño y desternillante a la vez, un desafío que pretendía " escapar de los clichés, no hablar del amor como si fuera una canción soul, no hacer de ello algo repleto de estereotipos, porque las personas que se ha encargado de configurar nuestra cultura del amor son como retrasadas sentimentales" . Luego, al guaperas de Josh Tillman (su nombre real, su anterior artístico), macho alfa del rock alternativo actual, le dio por cantar sobre la religión, las drogas, la fama, las redes sociales o el paso del tiempo, en sus dos posteriores discos. Pero ésa es otra historia, cuando ya había roto el molde.
El rock fue, durante muchos años, una música abonada al cultivo de los tópicos de género
Son muchos también los tópicos masculinos que el británico Richard Haw ley lleva resquebrajando con sus canciones en los últimos años. Su porte varonil y algo tradicional, con esa cara de tipo adusto forjado en la sordidez de la clase obrera de Y orkshire y ese tupé rocker que parece salido de los años 50, contrasta con la forma tan serena y delicada que tiene de hablar de su rol como marido e incluso padre. Son también muchos los años que lleva sin abusar del alcohol ni de ninguna otra sustancia, pecados de juventud, y eso contribuye a ver las cosas más claras. Si gran parte del álbum Truelove's Gutter
(2009) ya fue un sentido y frágil striptease
emocional con el que rendía cuentas ante su mujer por todo lo que habían pasado juntos, sin sonrojos, en una de las canciones de su disco de hace cuatro años –What Love Means– se explayaba sobre lo difícil que le iba a resultar asumir que su hija, ya rebasada la adolescencia, abandonase el hogar. El síndrome del nido vacío hecho canción, algo que hubiera hecho tirarse de los pelos a cualquiera si hace unas décadas hubiera sido tema recurrente en las canciones rock. Humilde y en absoluto divo, consecuente y sensato, Haw ley nos contaba hace unas semanas que no sabe hasta qué punto sus canciones han contribuido a redefinir una idea de la masculinidad que no sienta pudor por mostrarse frágil: " Para mí es normal, porque el postureo, el dárselas de algo, y todo este rollo de tópicos del rock, es falso" , le contaba a este periodista. " Si escuchas cosas de los 50 y de los 60, también puedes encontrar música rock que era muy sensible y que hablaba sobre la vida, que es lo único que yo hago, en definitiva" , explicaba. En la misma línea se ha expresado recientemente el norteamericano Bill Callahan, quien en su notable Shepherd In a Sheepskin Vest
(2019) dedica por vez primera una colección de canciones a escribir sin tapujos sobre su condición de marido y padre, sobre la certeza doméstica y aparentemente rutinaria del amor estable, tan poco proclive a ser glosada en canciones pop o rock, y no sobre el vértigo – siempre tan fructífero– del enamoramiento temprano o la ruptura. Sí, en la estabilidad sentimental de la mediana edad también hay una veta por explorar, tal y como pronosticaba el Lou Reed de My House (1982) hace más de tres décadas.
No tan conocido como ellos, pero seguramente más certero a la hora de redefinir una idea contemporánea de la masculinidad, el sueco Jens Lekman lleva unos años despuntando no sólo por sus caleidoscópicos perdigonazos de pop radiante, sino también por unas letras que apenas tienen parangón. En canciones como A Promise (2012) o How Can I Tell Him (2017), describe con una sensibilidad apabullante sendas relaciones entre dos hombres, firmadas por una pluma heterosexual pero excepcionalmente dotada para hablar con absoluta franqueza de ese tipo de cosas. Incluso hace muchos años, con A Postcard to Nina, se ponía en la piel de un tipo que se hacía pasar por el novio de una amiga lesbiana para que su padre no supiera que ella, en realidad, se mudaba a Nueva Y ork con su novia. El álbum I Know What Love Isn't (2012) es una de las mejores y más tiernas expresiones masculinas del desamor escritas en la última década, pero como acabó hasta el gorro – literalmente, porque lo suele llevar– de pasear sus canciones cortavenas por el mundo, decidió que su siguiente trabajo trataría sobre " la tristeza de no ser capaz de expresar amor o ser vulnerable ante otros hombres" , movido por el deseo de " escribir sobre la masculinidad, sobre los miedos heredados tras años recibiendo amenazas de otros chicos cuando era adolescente" . Lo que iba a ser un álbum sobre esa idea nunca se plasmó, pero algunas canciones de esa hornada (como la preciosísima How Can I Tell Him) sí engrosaron Life Will See You Now (2017), uno de los mejores álbumes pop de los últimos años.
Tampoco The National, la banda rock cuarentona por antonomasia, el grupo creador de letanías tan varonilmente vulnerables como I Need My Girl, subrayadas por la grave voz de barítono de Matt Berninger (" siempre he tenido miedo al escenario" , nos confesaba hace un tiempo), ha dejado de asumir la importancia de filtrar su visión del mundo a través de una masculinidad mucho más rica de lo habitual en el género. Este mismo año sus miembros lo han hecho sirviéndose de un amplio elenco de mujeres, con un I Am Easy To Find (2019) que, no por casualidad, fue escrito a medias entre Berninger y su mujer, la escritora y productora Carin Besser, y que cuenta con las aportaciones – todas femeninas– de Lisa Hannigan, Kate Stables, Sharon Van Etten, Mina Tindle y Gail Ann Dorsey. Una inteligente forma de renovar su discurso huyendo de cualquier visión masculina unidimensional, proyectando desde lo personal a lo universal, desde el relato de su relación sentimental al que cualquiera de nosotros podríamos encarnar, su punto de vista sobre las largas relaciones de pareja, y asuntos como la inseguridad, el aislamiento o la depresión. No serán, desde luego, los últimos en añadir complejidad a unas músicas que, con rúbrica inequívocamente masculina, den respuesta a unos tiempos tan apasionantemente complejos como los que vivimos, en los que ciertos roles tradicionales cada vez se encuentran – con razón– más cuestionados.