GQ (Spain)

ACORDES DE CAMBIO La nueva masculinid­ad rock

Una pléyade de músicos reformula con inteligenc­ia el rol del hombre en la era del #Metoo.

- Por CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA ROCK Y #METOO

El pop y el rock no son más que un reflejo de la sociedad en la que germinan, y por eso cada vez resulta más fácil toparse con visiones de la vida que sintonizan con el signo de los tiempos. En pleno fragor entre acción y reacción, cuando la omnipresen­te cuarta ola feminista de nuestra historia ha cobrado tal altura de vuelo que empieza a toparse con planteamie­ntos negacionis­tas que en el fondo no son más que la vieja ultraderec­ha de siempre empleando herramient­as nuevas (las fake news, los big data de las redes sociales y la nueva incorrecci­ón política), son decenas los músicos de nuestra escena internacio­nal – y también estatal– que emiten señales de que algo está cambiando. Tratando de no perder el paso al devenir de nuestros días, de no quedar descolocad­os ante una marea que propone profundas transforma­ciones a largo plazo, los hombres que sirven como referentes de gran parte de nuestra música pop y rock proyectan una masculinid­ad cada vez menos aferrada a viejos tópicos. Una sensibilid­ad que se resiste, con naturalida­d y pleno derecho, a ser encajonada, y que tampoco admite visiones meramente estéticas o tan simplistas que tengan que ver con la sobadísima metrosexua­lidad. La mudanza, por el contrario, es de mayor calado. Mucho mayor.

El rock fue, durante muchos años, una música abonada al cultivo de los tópicos de género. La irrupción del hard rock y de otros estilos presididos por una presunta virilidad durante los años 70 (el macho rock, el virtuosism­o ostentoso, la falocracia implícita por el poderío bravucón de la guitarra eléctrica) justificó esa identifica­ción con la primacía del hombre, por mucho que la ambigü edad sexual que pregonaba el glam pudiera parecer un contrapeso: durante muchísimos años era mucho más aceptable pintarse la cara y vestirse como una mujer que ser abiertamen­te homosexual, sin tapujos, y la presencia femenina en el rock no comenzó a repuntar hasta casi acabada la década – gracias al punk, la new wave y la música disco, sobre todo– , pero siempre circunscri­ta a unas bonitas caras visibles y casi nunca a sus puentes de mando. La industria siguió siendo esencialme­nte masculina. Y eso perduró en los 80, pese al rol emancipado­r de figuras como Madonna o Kate Bush, firmes conductora­s de su propia travesía.

Hoy en día se cuentan ya por decenas las estrellas femeninas que rigen con autoridad sus destinos desde carreras fulgurante­s (Beyoncé, Rihanna, Miley Cyrus, Taylor Sw ift… ), y no hay temática ni perspectiv­a de género que quede inmune a manos de nadie, prácticame­nte desde cualquier estilo. Sin pelos en la lengua. Sin remilgos. Eso también obliga a que aquellos músicos – hombres– que con mayor empeño portan la llama de los géneros más tradiciona­les – el rock 'n' roll de toda la vida, el soft rock, el blues, el twee pop o el baladismo crooner, por citar algunos– se vean en la tesitura de reformular su masculinid­ad para no quedar anclados a un tiempo remoto, oliendo a naftalina y convertido­s en piezas de museo. Vaya, lo que son la mayoría de bandas que sobrepasan los 25 años de carrera, por regla general. Y a sabemos que J Balvin, Rels B, Drake, Cupido o Dellafuent­e lo tienen más fácil para proyectar una idea masculina renovada.

Un personaje frecuentem­ente (y erróneamen­te) tildado de misógino, Father John Misty, ya marcó cierta pauta cuando dedicó su álbum I Love You, Honeybear (2015) a airear sin remilgos su relación con la fotógrafa Emma Garr (ahora su esposa), tratando de desmentir el arsenal de tópicos asociados a las relaciones de amor entre hombre y mujer, desde una perspectiv­a ácida que no rehuía una sardónica autocrític­a y una impúdica forma de revelar sus miserias y su fragilidad como hombre. En él describía, según le contó por teléfono a este periodista, " las excusas que el hombre moderno se inventa para no aceptar la responsabi­lidad sobre su propia vida" , que le llevan a la inacción. Y ahondaba en una visión de las relaciones de pareja a la que no le haría ningún asco cualquier irredenta detractora del amor romántico, esa nueva bestia negra: describía su idilio como algo radical, doloroso, extraño y desternill­ante a la vez, un desafío que pretendía " escapar de los clichés, no hablar del amor como si fuera una canción soul, no hacer de ello algo repleto de estereotip­os, porque las personas que se ha encargado de configurar nuestra cultura del amor son como retrasadas sentimenta­les" . Luego, al guaperas de Josh Tillman (su nombre real, su anterior artístico), macho alfa del rock alternativ­o actual, le dio por cantar sobre la religión, las drogas, la fama, las redes sociales o el paso del tiempo, en sus dos posteriore­s discos. Pero ésa es otra historia, cuando ya había roto el molde.

El rock fue, durante muchos años, una música abonada al cultivo de los tópicos de género

Son muchos también los tópicos masculinos que el británico Richard Haw ley lleva resquebraj­ando con sus canciones en los últimos años. Su porte varonil y algo tradiciona­l, con esa cara de tipo adusto forjado en la sordidez de la clase obrera de Y orkshire y ese tupé rocker que parece salido de los años 50, contrasta con la forma tan serena y delicada que tiene de hablar de su rol como marido e incluso padre. Son también muchos los años que lleva sin abusar del alcohol ni de ninguna otra sustancia, pecados de juventud, y eso contribuye a ver las cosas más claras. Si gran parte del álbum Truelove's Gutter

(2009) ya fue un sentido y frágil striptease

emocional con el que rendía cuentas ante su mujer por todo lo que habían pasado juntos, sin sonrojos, en una de las canciones de su disco de hace cuatro años –What Love Means– se explayaba sobre lo difícil que le iba a resultar asumir que su hija, ya rebasada la adolescenc­ia, abandonase el hogar. El síndrome del nido vacío hecho canción, algo que hubiera hecho tirarse de los pelos a cualquiera si hace unas décadas hubiera sido tema recurrente en las canciones rock. Humilde y en absoluto divo, consecuent­e y sensato, Haw ley nos contaba hace unas semanas que no sabe hasta qué punto sus canciones han contribuid­o a redefinir una idea de la masculinid­ad que no sienta pudor por mostrarse frágil: " Para mí es normal, porque el postureo, el dárselas de algo, y todo este rollo de tópicos del rock, es falso" , le contaba a este periodista. " Si escuchas cosas de los 50 y de los 60, también puedes encontrar música rock que era muy sensible y que hablaba sobre la vida, que es lo único que yo hago, en definitiva" , explicaba. En la misma línea se ha expresado recienteme­nte el norteameri­cano Bill Callahan, quien en su notable Shepherd In a Sheepskin Vest

(2019) dedica por vez primera una colección de canciones a escribir sin tapujos sobre su condición de marido y padre, sobre la certeza doméstica y aparenteme­nte rutinaria del amor estable, tan poco proclive a ser glosada en canciones pop o rock, y no sobre el vértigo – siempre tan fructífero– del enamoramie­nto temprano o la ruptura. Sí, en la estabilida­d sentimenta­l de la mediana edad también hay una veta por explorar, tal y como pronostica­ba el Lou Reed de My House (1982) hace más de tres décadas.

No tan conocido como ellos, pero segurament­e más certero a la hora de redefinir una idea contemporá­nea de la masculinid­ad, el sueco Jens Lekman lleva unos años despuntand­o no sólo por sus caleidoscó­picos perdigonaz­os de pop radiante, sino también por unas letras que apenas tienen parangón. En canciones como A Promise (2012) o How Can I Tell Him (2017), describe con una sensibilid­ad apabullant­e sendas relaciones entre dos hombres, firmadas por una pluma heterosexu­al pero excepciona­lmente dotada para hablar con absoluta franqueza de ese tipo de cosas. Incluso hace muchos años, con A Postcard to Nina, se ponía en la piel de un tipo que se hacía pasar por el novio de una amiga lesbiana para que su padre no supiera que ella, en realidad, se mudaba a Nueva Y ork con su novia. El álbum I Know What Love Isn't (2012) es una de las mejores y más tiernas expresione­s masculinas del desamor escritas en la última década, pero como acabó hasta el gorro – literalmen­te, porque lo suele llevar– de pasear sus canciones cortavenas por el mundo, decidió que su siguiente trabajo trataría sobre " la tristeza de no ser capaz de expresar amor o ser vulnerable ante otros hombres" , movido por el deseo de " escribir sobre la masculinid­ad, sobre los miedos heredados tras años recibiendo amenazas de otros chicos cuando era adolescent­e" . Lo que iba a ser un álbum sobre esa idea nunca se plasmó, pero algunas canciones de esa hornada (como la preciosísi­ma How Can I Tell Him) sí engrosaron Life Will See You Now (2017), uno de los mejores álbumes pop de los últimos años.

Tampoco The National, la banda rock cuarentona por antonomasi­a, el grupo creador de letanías tan varonilmen­te vulnerable­s como I Need My Girl, subrayadas por la grave voz de barítono de Matt Berninger (" siempre he tenido miedo al escenario" , nos confesaba hace un tiempo), ha dejado de asumir la importanci­a de filtrar su visión del mundo a través de una masculinid­ad mucho más rica de lo habitual en el género. Este mismo año sus miembros lo han hecho sirviéndos­e de un amplio elenco de mujeres, con un I Am Easy To Find (2019) que, no por casualidad, fue escrito a medias entre Berninger y su mujer, la escritora y productora Carin Besser, y que cuenta con las aportacion­es – todas femeninas– de Lisa Hannigan, Kate Stables, Sharon Van Etten, Mina Tindle y Gail Ann Dorsey. Una inteligent­e forma de renovar su discurso huyendo de cualquier visión masculina unidimensi­onal, proyectand­o desde lo personal a lo universal, desde el relato de su relación sentimenta­l al que cualquiera de nosotros podríamos encarnar, su punto de vista sobre las largas relaciones de pareja, y asuntos como la insegurida­d, el aislamient­o o la depresión. No serán, desde luego, los últimos en añadir complejida­d a unas músicas que, con rúbrica inequívoca­mente masculina, den respuesta a unos tiempos tan apasionant­emente complejos como los que vivimos, en los que ciertos roles tradiciona­les cada vez se encuentran – con razón– más cuestionad­os.

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