NO ME PREGUNTÉIS QUÉ SE LLEVA
Si te subes a un ascensor, hablas del tiempo; si te encuentras, por ejemplo, con un dentista, le preguntas qué tal tienes los dientes; y si te presentan a alguien que trabaja en moda, automáticamente le interrogas sobre qué se lleva. Tenemos una necesidad imperiosa de rellenar los silencios –que se han empeñado en hacernos creer que son incómodos– con preguntas vomitadas. Es como si al hacer la pregunta pasaras la patata caliente al de al lado quitándote un peso de encima. Y a veces, cuando tengo esa incómoda pelota en mi tejado, me dan ganas de contestar "y yo qué sé", y dejarla ahí, sin pasarla de vuelta.
Hay días que me levanto y me apetece ser Kanye West –salvando exponencialmente las distancias– y otros días David Beckham. Y otras, recuperar aquella chaqueta vaquera que heredé de mi padre y plantármela con una sudadera. Puede que a ti también te haya pasado. Tranquilo, estamos lejos de estar malos de la cabeza. Esta ciclotimia estilística tiene su aquél.
La moda ya no es lo que era, para lo malo y mucho más para lo bueno. No debemos centrarnos únicamente en el trapo para entender la situación, sino ponernos las gafas y mirar más allá. La manera en la que nos comunicamos es absolutamente diferente a la de hace unos años. Si antes teníamos que esperar días e incluso semanas para enterarnos de algo, hoy nos vemos expuestos a diario a una cantidad estratosférica de misiles informativos en tiempo real. Lo insólito hoy es ver un periódico, la norma es el smartphone que contiene desde los diarios digitales a Instagram –y otras tantas apps que amplían cada vez más la brecha generacional–. Ya no hay un solo mensaje, mucho menos un solo canal. Ahora todo se multiplica por miles.
Los millennials buscan en redes sociales a sus nuevos referentes de lo cool. No hablemos ya de los centennials. "Más que ir a una tienda y comprar un look, buscas a alguien para seguir en Instagram", explicaba Lise Kjaer, fundadora de la consultora de tendencias Kjaer Global, intentando dar forma a nuestro tiempo. "Estamos transicionando desde un foco en las tendencias hacia un foco en el lifestyle. Por eso, algunas tendencias tienen una vida muy corta, mientras otras evolucionan ligadas al estilo de vida más que al consumo evidente". Se lleva todo y no se lleva nada, se lleva el ser lo que tú quieras; y aquel que se emperra en encasillar por estilos estancos, no sale de su asombro. Los social media, con su inmediatez, pueden sobreexponer una tendencia rápidamente y matar su vanguardia en un abrir y cerrar de ojos. Por tanto, hablar de lo que se lleva es humo. Hemos pasado de premiar simplemente la ropa colgada de nuestro cuerpo a premiar la personalidad individual para pertenecer paradójicamente a un colectivo: el que mola.
El otro día, parado en un semáforo, escuche a mi espalda una conversación: "Me he comprado una blusita con unos brillos por aquí, de esas que se llevan ahora". Al girarme descubrí a dos señoras gozando la tercera edad. Eso justo es lo que se lleva, estar convencido de lo que llevas. El armario de nuestros mayores siempre fue infinitamente más moderno que el nuestro. Así que la próxima vez que te encuentres con alguien que trabaje en moda y no sepas qué decir para rellenar un silencio, pregúntale otra cosa. Por ejemplo, si quiere una cerveza. A mí me gusta más.