GQ (Spain)

Lola y Lupe

- por NÉSTOR PARRONDO

Mis perras se llaman Lola y Lupe. Lola es una carlina de 11 años y es una especie de Clint Eastwood de cuatro kilos de peso. Cree que es la absoluta dueña de cualquier lugar en el que pose sus patitas. Lupe es una galga de 4 años y 22 kilos que es exactament­e igual que Jar-jar Binks. Las dos son un absoluto amor. Ante cualquier gesto de simpatía de un desconocid­o, se acercan: Lola moviendo su minúsculo rabo y Lupe contorsion­ándose por completo en un simpático y deforme baile. Lola ofrecerá su lomo para que la acaricien. Lupe intentará colar su morro afilado en la mano del desconocid­o para que no tenga ni que hacer el esfuerzo de acariciarl­a; ella ya se apaña. Si Obelix se cayó en la marmita del druida y salió con fuerzas para machacar romanos durante décadas, mis dos perras debieron bucear en toneladas métricas de amor para ser tan cariñosas. ¿Es ése el secreto de los perros para que los adoremos, para que nos quieran con locura? El vínculo entre hombre y perro es objeto de estudio desde… bueno, desde que se empezaron a estudiar las cosas. Y la teoría más extendida es que la relación entre estas dos especies comenzó hace unos 27.000 años, cuando los lobos se dejaron domesticar a cambio de comida, dejaron de ser fieros y empezaron a menear el rabo por el bien que les traía.

¿Lola y Lupe son así porque les doy de comer? Ni de broma. También son así con el barrendero, con la vecina de abajo, con los niños en el parque… Y no sólo eso: Lupe también muestra simpatía cuando ve una cabra o un caballo en Asturias. Hasta con las gaviotas. ¿Acaso estos bichos le han dado de comer? ¿Vivo en una película de Disney en la que los animales viven en armonía, se ayudan y me lo he perdido? Nada de eso. En el libro Dog is Love, del psicólogo estadounid­ense Clive Wynne, se explica esta conducta perruna a la perfección. El doctor Wynne defiende que lo que hace especiales a los perros no es su inteligenc­ia ni su vínculo con los seres humanos, sino su inmensa capacidad de amar. En algún momento de su historia evolutiva, el ADN de los canes mutó para convertirl­os en bichos ultra-afables, capaces no sólo de entender las órdenes de los hombres, sino también de relacionar­se con éxito con otras especies y de amar a todo ser viviente con el que habiten. Por ejemplo, un perro que crezca entre ovejas sabrá amar y tratar a las ovejas; si crece entre cabras, pasará lo mismo. Y si un cachorro se desarrolla en el seno de una familia de Vicálvaro, llegará a dominar el barrio con su simpatía.

Wynne defiende su tesis con otro argumento. Si la domesticac­ión de los cánidos empezó con los lobos más simpáticos, aquellos que se dejaron dominar por los humanos, ¿por qué esta especie no ha evoluciona­do de la misma forma que los perros, si este sistema de dejarse ayudar es mucho más efectivo que cazar a la intemperie? Exacto: porque no tienen el mismo reactor nuclear interior que irradia toneladas de amor. Ese motor incansable que sí tienen Lola y Lupe.

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