GQ (Spain)

¿QUÉ ME PONGO PARA UNA BODA?

- por F. JAVIER GIRELA

La gente se sigue casando. En pleno 2020. Es una broma carísima. Pero la broma se pasa de broma cuando tú, que no te casas, recibes la invitación. No sé si a vosotros os pasa, pero hay bodas a las que me apetece ir directamen­te vestido con un chándal y otras, de chaqué. No es cuestión de por dónde me dé el viento al levantarme el día de tan magno evento, sino del compromiso. Hay bodas a las que te ves obligado a asistir bajo el pretexto de "cómo no voy a ir" –éstas son las del chándal, las de la dejadez, las de la desidia– y otras cuya llegada esperas con ansia y lo re lejas como tal en tu aspecto. Pero en este amplio espectro entre la felpa y la levita, existe un sinfín de posibilida­des que en ocasiones conducen a la desesperac­ión y a la eterna pregunta: ¿qué me pongo para una boda?

El proceso que seguimos para dar respuesta a la cuestión es sencillo y común a todos los mortales. La primera opción es el salvavidas por excelencia de la moda: el traje azul. El dos piezas que todos tenemos en el armario, el que nos hace sentirnos bien y seguros, no por ser unos linces fashionist­as, sino por la práctica. El traje azul siempre está ahí colgado sin queja ni reproche, dispuesto para cada ocasión formal para la que se le requiera, ya sea el día a día en la o icina o una celebració­n puntual. Es entonces cuando nos percatamos y entramos en la segunda fase, la de la negación: ¿cómo vamos a ir con el traje de siempre a la boda? Ni hablar.

Una vez descartado el traje azul, comenzamos la búsqueda y captura de vaya usted a saber qué. Aunque sabemos de sobra que en cuanto nos sacan de nuestra zona de confort tendemos a marearnos con propuestas incomprens­ibles, nos empecinamo­s en seguir indagando en este segundo estadio. Nos oponemos en rotundo a aparecer en esta corrala de comentaris­tas de vecindario con ese traje azul ramplón. Justo en este momento se abren las puertas del circo de cuatro pistas en el que, mal que nos pese, el espectácul­o suele terminar en catástrofe: colores estridente­s, estampados, pajaritas, corbatas neón y zapatos de charol. No es una canción ochentera, es la competició­n de pavos reales por ver cuál destaca más en esta danza del cortejo camino de la ceremonia. La posibilida­d de los colores sobrios no se contempla en este caso.

Llegados a este punto, hay quienes siguen hacia delante por su cuenta y riesgo y los que, al sentir el vaivén del descarrila­miento, vuelven al seguro traje azul al que deciden intercambi­ar la corbata para no sentirse vestidos "como siempre". Los humanos somos una comedia en nosotros mismos. Nos encanta reírnos de Narciso cuando, en realidad, más de uno ya estaríamos ahogados en el río de tanto mirarnos, porque lo cierto es que nadie va a acordarse de tu traje pasada la ceremonia porque estará mirando su propio re lejo en la enésima copa que haya pedido en la barra libre. Simplement­e ponte lo que te haga sentir cómodo. Con un respeto por los an itriones: lo del chándal era sólo una licencia.

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